Page 80 - RC_1968_06_N93

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maron en brazos cada uno de ellos a una señorita que se acomodó con agilidad maravillosa en el pomo de la sillia. Estaba todavía lloviendo a cántaros; pero las señoritas fueron envueltas en las capas con tal destreza y quedaron tan bien tapadas con sus galantes caballeros, los cuales salieron otra vez a ga· lope, que me figuro llegarían a sus casas en un instante y probablemente sin mucho trabajo. Aquellos señores, una vez que las pusieron en tierra, regresaron para llevarse a otras, hasta que se fueron todas en esa forma, excepto las que pudieron llegar a sus vivieudas por otros medios. En el espectáculo había algo romántico y clásico a la vez. Todos han oído b••blar de cómo raptaban los antiguos caballeros a sus damas, y de los romanos robándose a las sabinas; pero pocos podrán formarse una

idea del garbo y de la facilidad con que puede hacerse' la cosa, sin haber presenciado ese ejemplo de la equitación guate– malteca.

El bello lago de Amatitlán tiene unas tres leguas de largo y una de ancho. La extremidad más distante del pueblo se pierde a la vuelta de la encumbrada montaña que lleva el mismo nombre de éste. A la izquierda está limitado por colinas en declive, coronadas de altas sierras: (1) de suerte que sus márgenes sólo son accesibles por el costado derecho, a lo largo del cual ~orre un camino medio· cre, pero sumamente pintoresco y bello, flanqueado de altas arboledas umbrosas y estupendas barran· caso La montaña es volcánica, y el lago, así como el aspecto de las tierras que lo rodean, demuestran in· discutiblemente que todo el paisaje es obra de una erupción. Nadie pretende saber cuando aconteció. El lago es muy antiguo, y los habitantes creen que a la llegada de los españoles indios echaron en él todas su riquezas. Es ésta una historia tan trillada en todos los dominios de la América del Sur, que apenas si vale la pena de hacer mención de ella. ClJmo no sea para l'efutarla y desmentirla. Pero lo que pude averiguar hablando con los mismos indios, es que éstos tienen una tradición al respecto

y que le dan entero crédito. Convienen en que se han hecho algunas tentativas insignificantes para sacar las riquezas que suponen sumergidas, pero siempre en vano. hasta aquí. A cincuenta yardas de la orilla del lago no se le puede dar fondo; todos parecen estar de acuerdo en esto; y como los indios creen que los tesoros se echaron en un punto situado entre esa profundidad insondable y la tierra.. lo probable es que desde hace largo tiempo hayan sido arrastrados al abismo. Sin embargo, todos los in· dios concuerdan en decir que no hace muchos años uno de los garfios de que se sirven en sus embarca. ciones enganchó una gra ntinaja que en vano trataron de sacar por haberse roto la cuerda, habiendo sucedido después lo mismo siempre que han tenido (a suerte de tropezar con ella.

Contiguo al lago y junto al pueblo hay un manantial .de agua caliente. Al pasar por alí vimos tres o cuatro mujeres bañándose al borde de la fuente, unos niños que lloraban y humeaban como si los hu– biesen sancochado. El agua se considera muy saludable especialmente en las enfermedades cutáneas; per()l las mujeres se bañan en ella sobre todo para promover la fecundidad. Aquellas infelices están tan deseosas de tener familia, como se alegren de nO tenerla muchas europeas de las clases más bajas y pobres en Liverpool y Manchester. Quieren muchísimo a sus hijos y se diría que creen no tener nun· ca demasiados. Ese manantial caliente es también útil para ayudar al parto y no es cosa insólita ver a la madre regresar por sus pies al hogar con su criatura, después de haber recurrido a la asistencia obs– tétrica de sus aguas. Los baños fríos en el lago adyacente y en un río de aguas claras y veloces que des– embocan en él, son igualmente muy frecuentados pOr los vecinos y los forasteros. Al pasar, a eso de las doce, por la orilla del río, se podía creer que todos los habtiantes dei pueblo se habían dado cita para bañarse juntos. Las clases superiores empleaban las casas de baño y otros medios de protección que prescribe la decencia; pero todo el espectáculo difería vergonzosamente de lo que establecen sus dic· tados.

Las casas de baños susodichas son pequeños edificios de madera, fabricallos en las márgenes !lel río por los opulentos de la comunidad para temporadas de recreo como aquella. Consisten en una !!a– la cuadrada con ventanas sin vidrios y abiertas en tOdas direcciones. Como est~n montadas en pilotes so. bre el agua. se tapa pasajera y ligeramente la parte baja, de modo que se prestan para tomar un ba~

ño fresco y cómodo. El agua del río es muy clara y la corriente muy velQz. Hay en él muchos peces. Los del lago son especialmente abundantes y sabrosos. Uno de ellos, que se parece a la tenca, es muy ·apre– ciado; peró como son pocos los que se toman el trabajo de pescarlos, no son nada baratos. No vi más dos botecitos en toda la extensión del lago y pregunté si alguno de ellos se había arriesgado alguna vez hasta dar vuelta a la montaña. Lo cierto es que nadie pudo decir si el agua terminaba allí bruscamen– te, o se estrechaba en una caleta, ni siquiera de un modo positivo, si aquél era su limite. "Bástale a cada dia su malicia" es el axioma que guía la vida del indio suramericano; es una especie de vegetal animado que para mantenerse no necesita más de lo que brinda naturalmente el globo terráqueo cOn su espontánea generosidad: un poco de maíz, de chille y un manantial de agua pura es todo lo que desea comer y beber. Es bien sabido que el agave que produce la bebida llamada pulque no prospera en to das partes. Yo no la había probado ni visto hasta t;1 segundo día de haber salido de la capital de Mé-

(1) En español en el texto.

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