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« Previous Page Table of Contents Next Page »venido cOn lUotivo de las fiestas. Tuvimos mucha dificultad para poder entrar. Había tres filas de ban– cos a lo largo de las paredes de tres de los costados de la habitación y en el otro, mesas cubiertas de frutas, pasteles, vinos y eau de vie. (1).
Me sorprendió la rusticidad del lugar en que Se celebraba la fiesta y mucho más el ramillete de lindas mujeres que allí estaban. Yo habia visto las más loicas y soberbias reuniones de que México puede hacer alarde; pero en aquel sitio aparecieron ante mis ojos, de sopetón, por decirlo así, selecciones de todas las más bellas que vi en dicha metrópoli. Cierto es que las damas mexicanas me habían ha· blado ya de la belleza de las guatemaltecas, Y mientras procuraba estimar filosóficamente la superiori· dad (le las últimas, tomando en cuenta los efectos de una atmósfera húmeda, de una altiplanicie seis mil pies más baja que la del valle de México \2) y algunas ofras proposiciones que, como dice un antiguo autor, "se deben examinar debidamente para fOl'mar un juicio acertado y exacto sobre el asunto"; me preguntaron si quería bailar. No se bailaba más que el vals y debo decir que con gran de· Jicadeza y elegancia. Las figuras y posturas el'an aun más variadas numerosas que las que yo había visto en México. Había allí algunas de las famiüas más nobles del país y dos o tres de los minis– tros. De suerte que anoté la reunión como una sucursal fransatlánficClI de Almack's (~).
Tuve la honra de ser presentado a D. .José de Beteta. Ministro de Hacienda. Estaba desempeñando el papel de mirón, personaje más necesario en una sala de baile de lo que el muudo se imagina; por· que apiñados como suelen estar los mirones cerca de los danzantes, sirven de biombo para ocultar las pUias de los torpes y los tímidos, Y excitan con SIlS miradas los esfuerzos de los que bailan para que los vean, con mal disimulada confianza en sus pretensiones. En aquella ocasión no faltaban ni la cC)Dfillnza ni las Pl'etensiones. La música se componía de oello guitarras tañidas con maravilloso resul. t¡ulo; Porque los músicos ejecutaban diferentes partes y a veces parecian haberse olvidado casi de que estaban tocando 111 misDul pieza, tan notorias el'an las variaciones de cada cual; pero el efecto era de– licioso y muy notable la precsión con que llevaban el compás, si se considera que iban por distin· tos CaDÚDOS. Tan sólo era comparable al armoniosos sistema seguido por Jos conductores de nuestras diligencias inglesas, los cuales, aunque viajan en diferentes direcciones, regresan todos a sus casas a la hora precisa, sin cuidarse de los compases que marcan sus relojes de patente, ni de los que miden sus directores de orquesta, ni de los que ellos mismos tienen qué contar por separados.
El espectáoulo era todo vida y alegría. Unas tl'i.>inta parejas las que podían caber en el cuarto- gi. raban con garbo en torno de él, impelidas por lo que Newton llama _no obstante ser un filósofo y no saber nada de valsar- "la razón de sus fuerzas centrífugas y la respectiva influencia de sus atraccio. nes". En la puerta: de la calle se apiñaba un grupo abigarrado de forasteros que habían venido a las fiestas y tenían bastante paciencia para mirar lo qUe hacían sus superiores, pero demasiada modestia o timidez para seguir su ejemplo. Dos o tres filas delanteras de esta "clase observadora de la comuni. dad", como dice Washington Irving, estaban en cuclillas frente a la puerta formando un semicírculo; en seguida habia niños que apenas podían ver por encima de las cabezas; á continuación algunos gran· des y detrás de ellos, alzándose de puntillas, otros mayores todavía. La insuficiencia de sus trajes y su exposición a la corriénte de aire que se engolfaba en la puerta para igualar la temperatura del cuarto recalentado, me hicieron recordar una de esas eXhibiciones botánicas de flores flamencas en el mes de marEO, a las cuales sobreviven pocas; y me pareció q~e aquella inocente asamblea, presa de la cu· riosidad, iba a tener su l'eC,lompensa, aunque sólo fuese en forma de un catarro. Me puse a conversar con D• .José de Beteta. Era (porque tengo el pesar de decir que ya murió), un hombre que gOl1iaba de una intacb,able reputación de integridad. Sus aptitudes. aunque no ".c
primer orden, eran estimables y a propósito para el cargo oficial que desempeñaba. Me prometió un informe sobre el estado de las rentas y finanzas del país, y yo me tomé la libertad de indicade algunos puntos acerca del plan y del conteo nido del documento que se tenía en mira. Durante el resto del tiempo los danzantes fueron el obje· to de mis reflexiones. Todo terminó hacia las once y al cabo de media hora reinaba un silencio sepul. cral en todo el pueblo de Amatitlán. Estaba yo a punto de quedarme dorD:Üdo cuando oí una música lejana. lU pronto me pareció que eran las vibraciones armónicas que conserva el oído después de un baile y que al igual de todo lo que es de adquiSIción dudosa resultan muy molestas; pero la música se fué haciendo más perceptible y por últinIo se detuvo frente a nuestra casa, donde sigUió tocando duo rante una hota. Consistía en dos guitlU'ras y un violín? y de la peculiaridad de algunas notas deduje que los ejecutantes eran caballeros aficionados. Resultó ser así. Estaban dando una serenata a la peque·
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En francés en el texto. Aguardíente,
La düerencia de altura entre los valles de México y Guatemala es mucho menor. N. del T. Almacks, famoso club de baile, muy aristocrático y regido por damas encopetadas, que existió en Londres desde 1765 hasta 1863. N. del T.
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