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principios de la religión y de la moral. En algunos distritos fos religiosos son Curas de almas y muy queridos de los naturales, a los cuales enseñan muchas artes útiles además de las industriales y agrí– colas. Ejercen bastante influencia en lo tocante al (~obierno yo son ciudadanos muy ordenados. En la ca– pital hay a lo sumo ocho conventos de monjas que viven de sus rentas y tienen escuelas para la en– señanza de las nmas. Llevan una vida muy arreglada. Las iglesias de la capital son treinta, sus orna· mentos de los más costosos, su construcción es magnífica y despliegan con prodigalidad gran pompa y

esplendor en sus respectivas funciones religiosas. Es evidente que en la República los gastos del culto alcanzan al doble de los del gobierno. Por lo anterior se verá que el Clero es una rama de no poca importancia en la institución política de Guatemala. Parece existir una muy amistosa armonía entre el clero y el gobierno y lo mismo en los miembros de aquél entre sí, con excepción, sin embar– go, de algunas dificultades que han surgido con motivo del nombramiento de un Obispo en San Salva– dor. El pueblo de este Estado, considerando necesaria la creación de una Sede Episcopal, nombró pa· ra desempeñarla al Padre Delgado, sin el consentimiento del Arzobispo.

lIabiendo denegado éste su sanción, rehusando consagrarlo, el asunto fue sometido al Cabildo Eclesiástico, el cual informó "que el nombramiento era ilegal. Discqtido el asunto en el .Congreso, se resolvió que debía esperarse la decisión de la Sede Pontificia, solicitada por medio de la legislación que se envió a Roma desde México.

Los sentimetnos del Papa, en lo que atañe a la importante cuestión general de la independencia de los nuevos Estados, habían sido muy favorables hasta la publicación de la encíclica del 24 de septiem· bre de 1824. De la bula dirigida por Pío VII al Obispo de Colombia, el '; de septiembre, de 1823, to-mamos lo siguiente:

"Estamos en verdad muy lejos de querel' mezclarnos en los asuntos relativos al estado político de la cosa pública; pero considerando tan sólo la causa de la religión y las cosas que pertenecen a nues· tro ministerio, deploramos amargamente las crueles heridas infligidas a la Iglesia en España, a la vez que tenemos el mayor afán de proveer a las necesidades de los fieles en esas regiones de América; y por consiguiente anhelamos conocerlas íntimamente".

De una carta posterior del Papa León XU, dirigida al mismo Obispo de Colombia, resulta que te· nía las mismas ideas de su predecesor, y que en lo concerniente a los asuntos espirituales estaba lis· to a tratar con el clero de dicha República como si dependiese todavía de España. Y la cosa sigue en el mismo estado.

CAPITULO 11

LA FAMILIA D'E DO:ÑA VICENTA. - FIESTAS EN AMATITLAN

Sábado, 21.-La familia en cuya casa me alojé se componía de doña Vicente Cuéllar y Rascón y

de su hija María Jesús, la cual podia tener unos veinticinco años y era la mayor de una numerosa pro– le. Don José de Padilla, padre de la interesante familia de Aguachapa, estaba viviendo con ellas. La casa era grande, pero incómoda, y sus muebles muy mediocres; la habían alquilado para la season guatemalteca.

Entre las muchas fiestecitas que había a la sazón, celebraban una en una linda y lejana aldehuela, a unas veinte millas de la ciudad y en el camino que conduce al Mar del Sur. Todas las gentes ele· gantes se estaban alistando para tomar parte en aquella diversión rural, y habiéndoseme invitado a incorporarme a la comitiva de mi amable hospedadora, monté en mi caballito, ya perfectamente re· puesto y me puse en camino con los demás. La. señorita de nuestra comitiva iba montada en una jaca, acompañándola un señor a caballo, que Se mostraba muy solícito con ella; porque además de sus atractivos personales era muy rica y había tenido muchas proposiciones de matrimonio que hasta ese momento había rehusado. A su madre la llevaban en una hamaca colgada de una fuerte vara sostenida por cuatro indios, yendo otros cuatro para remudados. En otro vehículo igual iba D. José de Padilla. Luego venían tres o cuatro criados, montados en jacas o en mulas, y algunas acémilas con camas, uten– silios de coeina, baúles, comestibles y otros requisitos. Como al mismo tiempo que nosotros iban sao liendo de la ciudad otras comitivas igualmente equipadas y aperadas, el espectáculo era muy original y grotesco. La clara y hermosa serenidad del clima los paisajes encantadores de los contornos, la varie· dad agradable del camino hicieron que el viaje fuese para muy interesante y divertido.

Hacía las once habíamos llegado a: un pueblecillo que llaman Villa Nueva, muy infeliz; La casa principal sirvió de lugar de descanso para todos. Como de costumbre no tenía más que dos cuartos y

éstos se llenaron de de tal modo que casi nos afinábamos. El patio estaba tan repleto también de mulas y equipajes de las diversas comitivas que se habían detenido para descansar, que muchos de los viajeros fueron a reunirse bajo los setos y árboles de la callejuela en que estaba situada la venta. Anduvimos por el pueblo y encontramos en un gran cortijo que lindaba con el patio de la iglesia. Vi·

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