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CAPITULO 10

MI ENTREVISTA CON EL PRESIDENTE. - LOS MIEMBROS DEL CONGRESO. - EL ARZOBISPO.

_ SITUACION DE: LA IGLESIA.

Por la mañana del siguiente día, 18 de mayo visité a D. Marcial Zebadúa, Ministro de Relaciones Exteriores, según tenía entendido. Este caballero lleva cerca de dos años de vivir en Inglaterra en ca– lidad de Ministro de la República. Al hablar con él supe que poco antes había renunciado en favor de D. José de Sosa, a quien me presentó. Después nos fuimos todos juntos a ver al Presidente. La forma en que me recibió Su Excelencia superó en mucho las mayores esperanzas que yo había concebido al respecto. Mi carácter oficial no podía definirse estrictamente. No llevaba credenciales, y no obs· tante ser comisionado para investigar, me faltaba en mis pretensiones oficiales el apoyo de un nomo bramiento de Ministro como lo tenían los comisionados que fueron a México, carácter que debían asumir individualmente cuando el caso 10 requiriese. Ante el Presidente no contaba yo con más títu– los que los que había podido adquirir con mi conducta en México. Explicué· a Su Excelencia el obje– to y los motivos de mi viaje y lo que yo me había interesado en los asuntos de la República Ceno tral; los informes que acerca de ella había transmitido de tiempo en tiempo al Gobierno de Su Majes– tad, y lo grato que me sería poder informar favorablemente sobre el estado actual de su regenera· ción política. El PresideJ;lte correspondió en un todo a esta franqueza. Me dijo que el celo que yo ha· bía desplegado en favor de la causa de la Independencia era tan conocido en Guatemala como en Mé· xico; que él había pensado en la probabilidad de mi comisión desde muchos meses antes de que Se hi· ciese pública en la última capital; y después de muchas observaciones de índole amable y cortés, dijo que en el cur¡;o de mis futuras relaciones con él en Guatemala, debía considerarlo COn el doble ca· rácter de Presidente de la República y -empleando sus mismas palabras- de "Manuel de Arce, su ami· go" (1). Mr. Bailey, agente de la Casa Barclay and Co.. me presentó el mismo día al marqués de Aycl· nena y a algunas otras familias de influencia y distinción. Al siguiente día fuí al Congreso que eS– taba en sesión; la mayor parte de sus miembros me fueron presentados sucesivamente, y Mr. Barclay, que residía en el país desde hacía largo tiempo, tuvo la bondad de indicarme los que se consideraban más ilustrados y competentes para ayudarme a obtener los datos a que se referían mis investigacio– nes oficiales. No pude dejar de notar el buen aspecto de muchos de los miembros del Congreso, bien vestidos a la moda inglesa. Uno de ellos, un joven que llevaba un gabán de paño, forrado de muy bue· nas pieles y adornado con alamares, parecía Inte resarse mucho en el examen de mi traje, que esta– ba lejos de ser correcto. Me había puesto un 1'rac azul con forros de color amarillo canario y no neo cesito decir que de ningún modo es esta una prenda para llevarla de día; pero el caso era que no te– nía otra, por habérseme mojado y echado a perder todo mi equipaje en Sonsonate. Me alegré de ver– me libre de la mirada escrutadora de aquel fiscal de la indumentaria guatemalteca.

Al regreso pasé a la Aduana (2) para preguntar por mi equipaje. Don Nicolás Rivera, el Adminis– trador, me dijo que el Ministerio de Relaciones Exteriores le había enviado ya un permiso para que entrase en franquicia. La Aduana es un gran edificio cuadrado, con sótanos para el depósito de las mercaderías. El patio estaba lleno de fardos de cochinilla, índigo, cueros y otros artículos. El en co· mercio de aquella pequeña República había una solidez y una atcividad evidentes que daban gratas esperanzas acerca de su aumento, o, como dicen los franceses, de su destino futuro. En la larga bao bitación, si es que así puedo llamarla, sólo estaban seis funcionarios, "todos activamente ocupados" (co· mo dirían las juntas británicas de comisionados en sus notas oficiales a la Tesorería), y podía haber igual número en otras partes del Establecimiento.

Durante el día vino a visitarme el padre Castilla (3) uno de los miembros más influyentes del Congreso, en nombre del Arzobispo Casaus, de quien me trajo una fina invitación para alojarme en su palacio. Yo tenía dos cartas de presentación para Su Señoría; pero tomando su ofrecimiento en la acepo ción corriente del vocablo, la decliné cortésmente; pero fuí a visitarle al siguiente día y le entregué pero sonalmente mis cartas. Me enteré de que conocía a mucbas de las personas con quienes yo me había relacionados en México, pertenecientes en su mayor parte a las más respetables de las antiguas fa· milias españolas y entre las cuales babía algunas cuya fidelidad a los nuevos sistemas de gobierno me inspiraba bastantes dudas. Como yo no conocía en aquel entonces las ideas políticas del Arzobispo y pen– saba que de todos modos me convenía más estar libre e independiente durante mi permanencia en la capital, rehusé de nuevo su invitación para hospedarme en su casa; pero me fue un poco difícil ha– cerlo, porque me aseguró con una bondad que revelaba su semblante (es un hombre de cincuenta años y de muy buena presencia), que no me hacía el ofrecimiento en el sentido español, sino de verdad y sinceramente.

(1) texto dice Juaru de Arce por error. N. del T.

(2) En españ,ol en el texto.

(3) El texto dice Castillo por error. N. del T.

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