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gentes por el judaísmo puede haber influído ·en esta afición a la carne de cerdo, en el sentido inver– so del adagio según el cual, "quien bien quiere' a Beltrán, quiere a su can"; porque así como les gus– ta muchísimo el cerdo, abominan cordialmente al judio.·

Al llegar a Los Arcos, una hacienda (1) que está a siete leguas de la capital, divisamos las tres grandes montañas situadas en triángulos. Mirándolas desde aquel sitio, las dos más cercanas a nos. otros formaban la base y la otra el vértice. Anduvimos tres leguas más y llegamos a un pueblecito

despu~s de subir por la falta de un cerro alto y escarpado, que en muchos países considerarían cómo una montaña, y nos detuvimos para descansar enuna pobre choza. Aquel lugar se llama Frayjilnes y de él tan sólo recuerdo que almorzamos y dormimos la siesta debajo de un árbol frente a la choza y que había muchos niños sucios y algunos cochinillos.

A partir de aquel lugar el país iba tomando el aspecto de haber llegado a cierto grado considera· ble de civilización. Portillos y cercas mamfestaban la división y el aprecio de la propiedad. Al acercamos todavía más a la capital, pasamos por delante de algunas quintas pequeñas, con jardines y rodeadas de tapiecitas, en que había tierras cultivadas de cochinilla. Eran cerca de las cuatro de la tarde, el aire estaba fresco y fragante. pare~iéndose el clima al de Inglaterra' en un claro día de principios de junio. El camino subía unas veces y bajaba otras; el césped verde y tierno parecía brotar debajo de nuestros pies a medida que avanzábamos. Al frente estaba la ciudad con sus cúpu. las y campanarios que brillaban al sol. Parecía más grande de lo que realmente es, por el esparci. miento de la sombra entre los follajes de los hermosos árboles que por todas partes la cortaban y la rodeaban. A la derecha habían arboledas llenas de sombra, laderascuItivadas y colinas que se alza· ban unas sobre otras en tamaño progresivo hasta llegar 'a formar sus cimas, por decirlo así, la base de la faja de color gris pálido que marcaba los lejanos perfiles de los Andes. A mano izquierda el país se extendía en una serie de altiplanicies y valles, formados por atrevidas ondulaciones, terminando en las tres montañas cubiertas de follajes hasta la cúspide, que pal'ecían guerreros gigantes, erguidos sobre la multitud de pigmeos que los rodeaban. La vista era tan bella y tan interesante que me quedé atrás y me detuve para contemprarla solo, y a mis anchas. .

Al recoger las riendas para seguir mi camino, vi un cervatiUo retozando en una ladera, a diez yar· das de donde yo estaba. Hería el suelo con la pesuña, avanzaba, se paraba en seco, brincaba, se pa· raba otra vez de golpe, mirándome fijamente. Yo había sacado maquinalmente una de mis pistolas, amar– tillándola mientras observaba aquellas maniobras. El animalito seguía mirándome con sus ojazos neo gros confiados, a la vez que levantaba la naricilla negra y "lustrosa en un gesto de insolente pro– vocación. Golpeó otra vez el suelo con la pesuña, como retándome, dio otra salto y salió cual una fle– cha. "¡Qué tonto he sido! -pensé- ¿Por qué no haber tirado del gatillo?" Hinqué las espuelas a mi caballito, el cual no necesitaba nunca de ese estímulo, Y en un periquete di alcance a mis compañe– ros. El animal siguió caminando impaciente y alegre hasta que dejamos atrás la plaza de toros, si– tuada a una milla más o menos de la ciudad; pero en cuanto entramos en ésta empezó a flaquear. le el ánimo del modo más extraño; parecía haber perdido eu un instante las fuerzas y la energía; ni el látigo ni la espuela podían hacefIo andar a un paso moderado; avanzaba tambaleándose por la calle que conducía a la casa a donde nos dirigíamos, y al echar yo pie a tierra en el patio, estuvo a puno to de caer. Lo sentí por el pobre animal, porque me había llevado felizmente a mi destino.

El ex Secretario Mr. Canning, en su carta del 3 de enero de 1825 dirigida a Mr. Morier, me daba instrucciones de seguir para Guatemala después de la firma del tratado mexicano, a fin de hacer una investigación sobre "el estado de su gobierno político y el carácter del pueblo,; sus recursos financieros, militares, comerciales y territoriales; el número de habitantes, el de sus poblaciones y la riqueza de éso tas; sus principales medios de comunicación internos y externos", "debíéndo yo dar un informe so· bre estos puntos y los demás acerca de los cuales me fuera posible obtener datos relativos a Guatema· la y que tuviesen interés para el Gobierno de Su Majestad". Estuve meditando sobre la importancia de estos asuntos mientras almorzaba con la familia respetabla en cuya casa me había hospedado y de la cual tendré ocasión de hablar más largamente. Yo había tratado de alquilar una casa; pero viendo que no era posible conseguir una buena sin tomarla por tiempo fijo y aun así, sin adelantar 6,000 pe· sos por el traspaso (2) (depósito reembolsable 'por el el siguiente inquilino), renuncié a la idea, fijando mi domicilio en casa de la mencionada familia. El Cónsul de los Estados Unidos de Norteamérica, el

cual había llegado dos meses antes, no fue tan afortunado como yo. No había en lá ciudad ni una hostería ni un mesón. Se encontraba sentado en la Plaza mayor oon su equipaje cuando le fue ofrecida la hospitalidad de un mercador del país, un caballero respetable de apellido Castro que lo vio en aquella situación. Esto me convenció de que 10 hecho por mí estaba bien. Creo justo decir que se trae tó de la manera más hospitalaria y que no tuve motivos para arrepentirme de mi resolución.

(1) En español en el texto. (2) En español en el texto.

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