This is a SEO version of RC_1968_06_N93. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »CAPITULO 9
DOS PALABRAS ACERCA DEL PUEBLO DE JUAQUINIQU.NIQUILAPA. - LLEGO A LA CAPITAL. Para no hablar más del chascl) que nos llevamos, diré que al )Jegar a Juaquiniquiniquilapa tomamos posesión de una casa grande y deshabitada én un costado de la plaza. Tenía al frente una ancha galería con tres gradas que iban de un extremo a otro. Detrás estaba una sala del mismo largo y de la mitad. del ancho, que podi~ ser de unos quince pies. Era una especie de casa consistorial y servía de albel'gue a los viajeros. En ese pueblo los hombres usan unos calzones blaneos y cortos, con el aditamento de una especie de bolsa que cuelga por detrás hasta más abajo de las corvas, como si fuere un capirote puesto en un par de canzoncillos. Esa prenda de vestir no parece ser ni cómoda ni vistosa; sin embar· go, los habitantes se ufanaban mucho de ella, llamándola Calzón rajado (1), que es su nombre espa· ñol; pero los indios le dan el de bombachos (2) cuyo significado no pude averiguar. La distancia entre Los Esclavos y .Juaquiniquiniquilapa es de siete leguas, y el viajero puede recordarla por el número de sílabas que forman el nombre del pueblo, que son ocho, restando por supuesto, una en razón de su longitud.
No obstante que habíamos caminado veintidós leguas el día anterior, mi compañero estaba ya de pie y agitado a las cuatro de la mañana. Yo me sentía realmente muy agradecido con él por las moles· tias que se tomó durante todo el viaje: pero aun cuando me creía casi obligado a someterme a sus mandatos en todo lo relativo al asunto, tenía deseos de dormir un rato más después de haberme lla· mado. No pude conseguirlo a causa de la bulla que hacían al sacar el equipaje de la galería exterior, de los gritos de los peones que estaban enjaezando las mulas (algunos de los cuales opinaban tal vez co– mo yo, que no habían descansado lo bastante), y Por último -sin que éste fuera el menor de los mo· tivos- por la evidente aunque disimulada impaciencia de D. Simón ante mi pereza. Andaba de un lado para otro del cuarto con paso firme, y aire de tener mucha prisa, sin cigarro en la boca, unas ve· ces silbandl) y otras tarareando alguna estrofa de sus tonadas favoritas Acabada yo de tomar la re. solución de levantarme, nI) obstante estar en apariencia profundamente dormido, cuando al pasar él junto a mi cama acertó por casualidad, a enredarse en mis mantas, y como iba muy de prisa se las llevó todas. Se disponía a darme excusas, pero yo, le dijo que no era necesario, porque ya tenía re· suelto levantarme. Pareció alegrarse de la coincidencia fortuita, y metiendo la mano en el bolsillo interior de la chaqueta, sacó su petaca, escogien con los instrumentos que siempre traía colgados dos, y me lo ofreció a la vez que encendía lumbl'edo uno de los puros (3) más lisos y mejor arrolla– del cuello con un cordón de seda. Consistían en un trozo de corteza reseca y peculiar del país, en. vuelto en el cordón mencionado que terminaba en una caja de plata en forma de cordero, la cual contenía un pedazo de pedernal y otro de acero bien ajustados al aparato. Al recordar la cólera que yo estaba seguro de haberle causado y viendo ahora la complacencia con que ejecutaba al operación no pude dejar de lanzarle el siguiente apóstrofe:
-Está usted esclavizado a un cordero que encierra ira como contiene lumbre el pedernal que a fuerza de golpes despide una chispa fugaz y en el acto se vuelva a enfriar.
Aquella era la última jornada de nuestro viaje a la capital de Guatemala, y a medida que nos íbamos acercando sentía a cada paso nuevos alientos y nuevas fuerzas. Lo que yo había ambicio. nado en todos los momentos de reflexión de que pude disponer en México, estaba a punto de reaU– zarse. Pronto iba a entrar en la capital de un país, no sólo ignorado de los europeos, sino también muy poco conocido de los mismos suramericanos. Mi amigo D. Juan de Mayol'ga me había asegurado que el Presidente y las autoridades me recibirían con cariño y atención, y tenía la grata perspectiva de poder justificar tal vez la importancia de mi comisión y de ser el modpsto instrumento que sirviese para establecer, entre Guatemala y la Gran Bretaña, las mismas relaciones que acababan de enta. blarse entre la última de estas naciones y México. Cuando el corazón está alegre hay pocas cosas en que no pueda encontrar motivos de regocijo; porque la esperanza encierra la levadura que corona la excitación del momento, a la vez que suaviza, fortalece y perfuma las promesas del porvenir. Sumido en estas reflexiones dejé atrás una piara de cerdos, la mayor que he visto en cuanto al número, pero la más pequeña por lo que hace al tamaño de los animales. Estos eran de la raza china de ancas angostas, sumamente estrechos de lomos y rabos, o, como dice Shakespeare. con "jamones maravillosamente delgados", muy escasos de trasero y largos de hocico; pero se veían linlpios y sanos y estaban destinados al mercado de la metrópoli donde hay mucho consumo de su carne, porque la de carnero se emplea tan sólo como una golosina en los días de fiesta. A este animal lo reservan a cau. sa de la lana, y por este motivo el cerdo tiene que tomar su lugar en el matadero. La aversión de las
(1) En castellano en el texto.
(2) En espafiol en el texto.
(8) En español en el texto.
24
This is a SEO version of RC_1968_06_N93. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »