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dra del verde sendero por el C'Ual caminábamos. en t!l.:dio de grandes árboles umbrosos. Debajo de uno de ellos. cerca de la choza y de una pocilga. nos preparllban la comida. El pollo estaba admirablemente sazo– nado con chile, y comiéndolo con garbanzos (1) resulV.'!.da sabroso y saludable~ Este condimento es en realidad para los naturales de América lo que el c~il:ry para los asiáticos.
En aquellos países un hombre no se rasura nunca cuando viaja. Prescinde también de hacerló si es– tá indispuesto; aunque sólo sea muy ligeramente. Es sin duda ventajoso no afeitarse muy a menudo cuan– do se viaja; los bigotes protegen mucho los labios con su sombra. evitando que se agrieten. Después de ca mer pedí mi estuche de viaje. porque hacía varios días que no me razuraba. y di principio a la opera·
ció~ con visible espanto de Don Simón, quien manifestaba con sus ademanes que era casi una locura, a la vez que mi criado y bc..,rbero Enrique 10 miraba mohino como una violación de sus privilegios. Lo cierto era que debido a mi barba crecida y a la singularidad de mi traje, casi no me había reconocido y resolví saber, an.tes de guardar el espejo. qué clase de hombre era yo. Al terminar mi acicalamiento rural ya
era tiempo de partir. Don Simón estaba ya montado a caballo y acababa de encender otro cigarro. Salimos juntos en buena armonía. porque yo también había adquirido el hábito de fumar; al principio para precaverme y después por distracción y gusto. Esta costumbre se considera sana, y en muchos lugares del país. especialmente en las bajuras pantanosas, absoluta.mente necesaria para preservar la salud. En Ho– landa. el Gobierno obliga. a tos soldados él fl.ll:wi'.r 'ji' clm';m:i:e el verano se pl'ovee de turba a los guardianes de las casas para que enclendan sus pipas. La bue:~", salud de que gocé en mis viajes la atribuyo en gran parte a la cirC'Unslancia de haberme conformado a los usos y costumbres de los países por donde pasé;
y aconsejo a todos los que viajan por la América del i3Ul: llacer lo mismo hasta donde les sea posible.
El chirrido del insecto llamado cigarra (1) es como el del grillo; pero al brotar de las ga~ganfas de los millares de bichos alineados a lo largo de iodos los senderos, se parece al ruido del agua hirviendo. Cuan· do los rayos del sol están abrasando la llanura y el ca'Lor palpita en la atmósfera. esos pequeños insectos nos recuerdan" sin necesidad. que "la cosa está que hi.erve". Mi compañaro me dijo que Esopo había es· crito sobre ellos una fábula llamada La cigal'l'a y ya hormiga: (2) que mueren cantando y vulgarmente se llaman chicharras (3).
Penetramos en unos senderos en que había algunas barreras mO'vedizas par<i encerrar el ganado o im– pedir su entrada. Estos senderos se pal'ecen a 10s q~w cO:l1ducen a las aldeas inglesas. Llegamos a un pue– blo que pqdía tener unas 1,000 almas. Siendo así {~U¿ iodas las poblaciones españolas están dispuestas con– forme al mismo modelo, que tan sólo varía en cua',.,jo él 1;;, eh,gancia y el tamaño, aquella aldea tenía por supuesto ulla gran pl~za. En el centro de ésta. Lé,))ia un árbol cuyas ramas la sombreaban toda. por ser uno de los más grandes que vi en aquellos paises. Unos' cuantos á;:boles como esos resultarían muy útiles en Hounslow Haeth im un día de revisla lluvioso, porque cada uno de ellos puede cobijar la mitad de Ull regimiento de caballería. lio es necesario d.8cll' que nuestros caballos y mulas no tuvieron necesi– dad de otra cuadra y sobró espacio para una (;fta):l, ccmiiiva de señoras y caballeros que llegaron poco des– pués de la capital. en viaje para el inierioE. Todos iban montados en mulas y algunos tenían sillas de doble asiento. Las de mujer consisien en un ~~oqlwño siH":,;, acolchonado con una grada para poner los pies; en suma. son como una silla bordqueña d~.l la,;; que usan las señoras el" Brighton. Cuando van mon– tadas dos personEs en 181 misma mula, el cabaUer.o "::5.ltnlg5, en las ancas en una silla de forma adecuada que liene en la parte delantera una superficie plan", y cw'dra1!gu!.ar., en la cual se sienta su bella compañera con las piernas colgando de ambos lados de 1?- 'bes'ié1'. o más bien sobre los cuados delanteros de ésta. En este caso la dama no tiene grada ni est.ribos para d",r:;(:·:;msflr los pies; pero generalmente se sienta con las piernas cruzadas. confiando el mantenimiento de su equilibl:Ío a los buenos oficios del caballero. quien. como es natural. le rodea el falle con el brazo izquierdo He'.. ando la rienda en la mano derecha, que es la contraria. como lo saben todos mis lectores: pero tenhmdo la oirll ocupada no Imede valerse ni siquiera encender un cigarro: de modo que esta obligación r:orresponde-no es necesario C'l:!cirlo-a su compañera. Por lo tanto. y como puede suponerse en el viaje hay un h'ifercambio gener.al de buenos oficios. Nunca me topé en el camino con una de estas comitivas en marcha: pero pude observar q'\e los que cabalgan en la forma dicha parecían ser los más alegros y C0l1fentos y los que menos sentían el cansancio de la joro nada, circunstancia muy difícil de apreciar.. toda veZ' que la posición de ambos jinetes resulta muy estrecha e incómoda.
En la puerta de la chc.za me recibió con amable sonrisa una mujer robusta y hermosa que parecía una negra. Por la estatura era una verdadera: patagona; su largiJl y. rizada cabellera negra
r le caía hasta más abajo del cuello en tirabuzones y su vestimenta era más escasa de lo que aconseja la decencia. Ten– dría unos trein·ta años. edad qu~ en aquellas tierras está muy le·jos d~ se!: h de la juventud, y cara lige·
(1) En español en el texto. (2) En español en el texto, (3) En español en el texto.
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