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'DonSim6íi contestó qile era una lontena 9\l'e 'eUa '.~'p\¡j¡iese 'a pen'lú' ~ su madre o 8U hermana para el asunto; que 10 único que debía hacer era consultar IU propio gusto. Ya lo había manifestado y debía atenerse a él. Dicho esto se vino silbando hacia el extremo del aposento en que yo estaba, y respondien– do con un adiós (1) a las buenas noches (2) pronunciadas por la cariñosa y agitada VOIl de la señorita, se dejó caer en la hamaca casi enteramente vestido, y a juzgar por la sonoridad de 8U respiración se quedó dormido al cabo de cinco minutos.
Aquella manera despótica de enamorar era realmente muy extraordinaria. Suponiendo 10 mejor, Gstaba claro que la niña sentía por él todo, menos indiferencia; pero ¿qué podía hacer eUa ante el sic volo
(3) de aquel Gran Señor occidental? Las liünentaciones del pobre muchacho y mis pensamientos me tur– baban el sueño. Me entraron dudas acerca de mi compañero y de la conducta que debía observar con él al siguiente día. Hasta aquel momento no me había penetrado lo bastante de su importancia. que a pesar de ser algo desagradable resolví no tomar en serio por lo ridículo. Acababa de rayar el día cuan– do vi en el marco de la puerta a la preciosa niña cuyos intereses y porvenir no habían ocupado poco lu– gar en mis meditaciones durante la noche. Estaba ves:l:ida con un ancho camisón ligeramente cinturado. Su larga cabellera negra le caía con graciosa y profusa naturalidad de ambos lados del cuello; en sus ojos había una chispa de inquietud y agitación que daba a sus facciones delicadamente bellas un tinte vivo de interés que antes no había notado. Después de avanzar algunos pasos llamó en voz baja: "Don Simón". Repitió el nombre, pero no le respondieron; llamó otra vez y todo seguía en silencio. "Pobrecilla-pen– sé-, está anepentida de su obstinación y la voluntad de Don Simón será acatada y obedecida". Así fue, pero de muy diferente modo del que yo había supuesto. Con sorpresa, y tal vez con algún escozor de amor propio lastimado, me enteré de que todas mis conclusiones eran falsas en lo tocante a las escenas que había presenciado. El desenlace fue enteramente distinto de todos los que yo esperaba o me había imaginado. Don Simón se levantó y hubo una nueva entrevista en presencia de la otra hermana. Yo se– guí en la cama, y encontrándome despierto, no pude dejar de oír la conversación, que versaba sobre el siguiente asunto.
Empezó iDon Simón por insistir en que era un disparate que las dos hermanas quisiesen vestirse de manera enteramente igual. Dijo que él sólo había traído lo bastante para una de ellas. Mi sensibilidad resultó maltrecha, porque no se trataba de amores, sino de un pedazo de paño carmesí para mantos, tela que andaba muy escasa en el país, pero que gracias a la influencia que tenía Don Simón en el comercio y al empeño que mostraba en hacer favores, había podido conseguir en cumplimiento de un encargo de la mayor de las señoritas. La discusión que surgió no carecía sin embargo de interés. El color, la calidad, el ancho y el largo de la tela para los mantos se discutieron con un orden y una pertinencia justificados por la importancia del asunto. Tal vez era posible conseguir en Guatemala algún paño azul, pero el que se había comprado ya. era inglés; y por último se resolvió con beneplácito de todos y especialmente de Don Simón, que se había esalido con la suya como parecía determinado a hacerlo desde que habló por pri. mera ve7; con la mayor de las niñas, que como no se' podía conseguir otro pedazo igual de paño carmesí, debían las dos hermanas esperar el arribo del próximo barco procedente de Inglaterra, en el cual podría ser que viniese alguna pieza de aquel artículo para ellas tan indispensable, un arliculo de fabricación in– glesa.
CAPITULO 8
LO QUE OCURRIO ENTRE AGUACHAPA y JUANJQUINIQUILAPA (4)
El domingo 15 de mayo salimos de Aguachapa a las seis de la mañana. El país por donde pasamos era desc:ampado, pero a lo lejos y a intervalos 10 tachonaban grandes árboles. A la izquierda había un gran lago solitario y desierto, que al ser herido de golpe por el sol de los trópicos en su rápido ascenso brilló como un espejo, lanzando súbitamente sus reflejos sobre los ojos del espectador. El espléndido panora–
ma y la frescura del aíre matutino eran un vigoroso estimulante. Mi compañero estaba muy animado y locuaz. Supe que además del importante encargo de marras, tenía otros muchos de las señoritas, como peinetas y otras baratijas. Me dijo que las peinetas sólo podían ser reparadas en la capital, donde las hacían. Me mostró una cadena de oro de Un entrelazado especial que lla·man guatemalteco, así como hay otro de una hechura enteramente distinta, eonocido con el nombre de panameño. Yo traje una de esas cadenas guatemaltecas, y habiéndoseme roto, porque son muy frágiles, no he podido nunca conseguir que me la compongan bien, ni aún acudiendo a los mejores operarios de Londres.
(1) En castellano en el texto. (2) En castellano en el texto. (3) En latin en el texto.
(4) CuajiniquUapa. N. del T.
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