Page 67 - RC_1968_06_N93

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Sem. habiaroto ~no. de ~. "tdbaa ~e"la'~~ll~ ,y ~o ,queri.., qu,e ~e leapu~es,en ~na ~f)laa,;más ~,:mis

armas de agua (l). ConslStenéstas en pIeles de veJ?,ado·o de cualquIer .oiro aDlmal q\le se. suspenden del pomo de la silla, a cada lado del caballo; y cuelgan hasta más abajo de las rodillas de la bestia. y como están sueltas y extendidas se ponen sobre los muslos del jinete. atándolas por detriÍl\ de la cintura, de ma– nera que la parte inferior del cuerpo queda enteramente resguardada de la lluvia, Cuando se hace una' parada en cualquier sitio para descansar o comer. las quitan del pomo de la silla y extendiéndolas en el suelo forman un lecho cómodo; las bolsas que tienen por dentro (la parte exterio.r conserva el pel~), sirven para llevar un frasco de licor, una caja de emparedados o cualquier otra cosa que se juzgue' necesaria o conveniente.

Los re~iendos a que me refiero se mandaron hacer inmediatamente a unos za-pateros que frabajaban para la tienda; pero éstos no ejercían únicamente ese oficio, porque los fe'nían ocupados en la fabricación

d;; a::reos para las mulas y otros artículos de cuero del dominio de su negocio y competencia.

Don Simón estuve sentado durante casi toda la tazde en gran consulta con nuestra despejada hospeda– dora. Era evidente que eUa lo consideraba como un hombre en quien podía tener ilimitada confianza para sus intereses comerciales 'Y lo trataba con gran codesía y respeto. Al llegar lo recibieron con mucho al. borozo las niñas y no fué smo más tarde cuando supe la razón de esta acogida. Lo derio' 'es que retozaba con ellas como si fuese un muchacho, haciendo gestos cómicos, visajes y extraños ruidos; ies hacía travesu– ras y también trampas cuando jugaba a los naipes con ellas: en suma, demostraba ser un hombre bon– dadoso y un amigo diligente de lá familia. Por la noche vinieron muchas visitas. Habían sabido, sin duda, la llegada de un extanjero inglés; y como esto era una cosa que al igual del florecimiento de un nopal en Inglaterra sólo acontecía una vez en un siglo, era muy perdonable su curiosidad si tal era el motivo de ella.

El gran salón en que estaba reunida la concurrencia tenía dos puertas en los extremos, una que daba a la calle y otra a los dormitorios: en el centro había otra grande de dos hojas sobre el patio. Las tres estaban abiertas, de modo que había mucho aire: pero las corrientes a que se exponen las personas expli· can de modo suficiente los dolores de muelas y de cara de que padecen tan a menudo. Los dos rincones del fondo del aposento, que tenía unos veintiséis pies de largo por catorce de ancho, estaban ocupados por camas de modelo más sencillo, sin columnas ni más accesorios que un colchón. Durante él día sérvían de sofás y llegada la noche las cubrían con la ropa blarca necesaria para dormir. Una de ellas la ocupaba un jovencito que estaba baldado. Era el hijo mayo~ y su cuerpo demacrado y su semblante de deséspera– ción anunciaban su muerte prematura. Sus angustias parecían intensas. Algunos meses antes se ha· bía quebrado el empeine del pie cayendo del caballo; fue empeorando poco a poco y esta,ba al borde de 11;1 gangrena. Dos quejidos que daba el pobre muchacho, esforzándose en reprimirlos cuanto era posible, se mezclaban a ratos con las alegres exclamaciones de las niñas, como los solero'nes períodos de los co– mentadores políticos y las respuestas agudail de los que entregan su corazón a las pasiones del juego o del amor: porque en un rincón se jugaba a las carlas y los galanteos son inevitables en una tertulia de gen· te joven cuando no hay nada mejor que hacer. De vez en cuando la madre se deslizaba hasta el lecho de su hijo doliente, ayudándole a cambiar de postura, o aligerando la presión dé la ropa de cama, y en estar. tareas la auxiliaban sus hijas. Aquel espectáCUlo eya una mezcla de los más tiernos pesares y de los más irreflexivos goces', Y frivolidades de la vida. una fusión, por decirlo así, de la rosa y la espina, del pim. pollo y el gusano.

He dicho ya que había una puerta entre el salóny las alcobas de las señoras. Dije mal; ta,n sólo ha· bía un marco de puert¡¡,. Yo estaba sentado en el an:iepecho ·de una ventana contigua a ese marco y al ver que se estaban desnudando para meterse en la cama, me quité de allí. Como debíamos salir temprano de la mañana me habría gustado acostarme también en el lecho vacante del salón que habían aderezado para mí: pero temía pasar la noche .con el pobre chico cuyos qu7jidos rompían ahora con periódica uni· formidad el silencio que reinaba. Las repetidas voces de dolor a,fligen siempre y mucho más cuando no se puede remediar lo que las motiva. Nos condolecemos del que sufre, teniendo oue dejar lo demás a la paciencia y la resi!¡tencia. Sin embargo, a la lástima que nos inspiran las miserias del prójimo se mezcla tal vez con frecuencia una satisfacción positiva, aunque secT.eta, de estar libres de elias. Habiéndome re– tirado por fin a descansar procuraba distraer mi espíritu con reflexiones cOmo esas, alcancé a oír un cu– chicheo en el aposento. Una voz de mujer conversaba. sobre un asunto que parecía ser del mayor inte– rés. Como no había venfanas de vidriera, los postigos dé la habitación estaban todos cerrados, exeepto )1

ventanillo de uno de ellos ?or el cual se colaba un débil rayo de luna. Gracias a esto pude distinguir dos personas y no tardé en darme cuenta de que eran Don Simón y la hi;a mayor de la dúeña de la casa. -No puedo hacerlo Shl el consentimiento de mi madre.-c:1ecía la voz de mujer-, y si lo hiciese. mi hermana Guadalupe se pondrílll tan celosa que yo no volvería a tener un mOiíie~to, dé tranquilidad:

(1) En español en el texto.

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