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« Previous Page Table of Contents Next Page »Al concluir de almorzar. mi compañero D. Simón echó mano de un gran jarro de agua que conte:l'iía unos dos cuariillos y medio. trasegando a su estómago de un tirón la mayor parte del líquido; y habién. dose enjuagado la boca con el remanente. escupiéndclo en el piso. encendió un cigarro y se acostó a dormir en uno de los pancos. Aproveché la ocasión para andar
'1111 poco por el pueblo. Reinaba en él una quie– tud tan grande que casi se podía oír de un extremo a otro el ruido que hacían las mulas triturando el maíz Ovidio pinta a Morfeo cODlO ~no de los dioses más benévolos y con la cabeza coronada de adormideras. Los que hayan sido testigos de la influencia que ejerce en aquellos países. añadirán a sus títulos el de obedientísimo. representándolo con un cigarro en la boca. Esto que digo no pasa de ser una indirecta pa– ra la Nueva Universidad de Londres. Empecé a pe¡der la esperanza de adquirir algún informe y volví a mi posada resueUo a dormir la siesta. de acuerdo
COl:l el refrán-no por manoseado menos juicioso- de que: "en el país donde fueres, haz lo que vieres".
En el umbral de la pueda estaba echado un gran mastín que se había opuesto a dejarme enirar por la mañana. de la manera más descortés, de 10 cual resultó entre él y yo una reyerta que pudo haber conclui– do desastrosamente si
110 lo hubiese llamado su amo, que ahora estaba durmiendo. Por lo tanto yo no po– día contar con la mediación de éste, y como entre el mastín y yo sólo existía una simple suspensión de hostilidades. no tan favorables siquiera como ese estado de cosas que en diplomacia se llama "neutralidad armada", yo no quería blrbar el sueño tranquilo de que el guardián estaba disfrutando, como lo decía la mirada brillante,) de uno de los ojos que acababa de entreabrir. Sopre el perro estaba echado 'lIn gato con toda la c~n.fianza qu~ inspira, a' un subaUerno el amparo de un poderoso protector. Me devolví tran– quilamente dirigiéndome hl!ocia el centro del camino, donde había una chocita y un pesebre para las mulas de los viajeros. Las nuestras se habían comido tode el maíz. y sus orejas y cabezas gachas demostraban que estaban dormi4as. El equipaje estaba diseminado por todas partes y al levantar una de las esteras Para sacar mi cartapacio de escritorio. hallé tendidos en el suelo a los tres arrieroll' los cuales habíal;1 tenido la precaución de :taparse de aquel modo para defenderse del sol que brillaba en todo su esplendor sofocante. Dos de ~os que formaban el triunvirato dormían también. Aquello era un comeniario prácti– co sobre una comisión bien nombrada.
Por ¿dónde estaba mi criado, el barbero y sangrador del Hospital de Acapulco? Lo llamé dos o ires veces por su verdadero nombre de Enrique, aunque me lo imaginaba siempre en forma de Don Quijote; pero no pareció. Le volví él llamar con; voz no. mWr f'IIlilrte, porque era tal el eco que despertaba la mía en aquel silencio sepulcral, que casi me daba miedo oírla. Algo se movió ligeramente en la choza en me· dio de las mulas, saliendo el chino sin más indumento que un par de pantalones cortos de algodón y un– gorro de dormir. Abría tamaños ojos como quien despierta oyendo tocar a fuego. Mirándolo de hito pensé ql1e nunca había vi~to nada semejante. a no ser e11 una tetera china. S\lpe que h~a estado dur– miendo .en el ~sebre; y como toc1e.s las mesas. según lo he dicho ya, se USlln en aquel Pl'l~s para el mismo objeto. pensé q11e la. cam!! l' la comida podríe.n citarse en adelante como un ejemplo de lo que los dial-éc– ticos llaman una distinción sin diferencia.
Hice levamar a los arrieros, y como D. Simón eSÍaba ya muy atareado con los preparativos del viaje, pronto salimos de aquel soporífero pedazo de la creación y llegamos a Aguachapa a las seis de la tarde. El camino ql1e allí conduce es sumamente quebrado. Durante las primeras cuatro millas serpentea por la falda de una montañita poblada de hermosos árboles; a la izquierda, en dirección del ma],", hay una ex· tensa y fértil región bien cultivada. Los labradores. en partidas de cmcuenta hasta cien, regresaban a sus casas situadas en el pueblo que durante el día se veía tan despoblado; su aspecto era el de hombres sallOS, bien alimentados, felices y conteníos.
Aguachapa es la población más importante de todas l<ls que están sliuadas entre Sonsonate y la capi· tal: tiene dlil cinco a seis mil habitantes y las misma.. I;:ostumbres y ocupaciones que las otras dos de que antes he hablado. Al entrar nosotros en ella el camino estaba casi obstruídos por objetos de barro cocido que acababan de sacar del horno, utensilios de todas formas y tamaños para uso doméstico. que constitu– yen uno de los principe.les artículos manufacturados en el lugar. Nos alojamos en una de las mejores ca– sas de la ciudad, que pertenecía a un caballero respetable de apellido Padilla. Era mucho más viejo que su consorte, quien, a pesa~ de tener_ una familia de cinco hijas y tres hijos que vivían con ella y de los cuales el may()r tenía diez y siete años. era una mujercita inteligente y todavi;l!o bonita. DeJ"ió de serlo mucho, sin duda, porque sus niñas, que variaban entre los siete y los cl!otorce años, lo eran de un modo sorprendente y todas se paJ,"ecían mucho a su madre. El marido estaba en Guatemala haciendo una visiia a la familia para la cual llevaba yo cartas de recomendación. La señora manejapa los negocios, porque había en la misma casa una tienda en la cual se vendía con gran celo y competencia todo 10 que la cqmu– nidad podía necesitar. Revueltos con buratos de la China y pañuelos estampados de la India, había linos irlandeses y :telas de algodón de Manchester, y en el mismo mostrador se exhibían. cuchillos de Birmin– gham a la par de los más ordinarios utensilios producidos por las fraguas de los l1aturales dEll país.
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