Page 65 - RC_1968_06_N93

This is a SEO version of RC_1968_06_N93. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »

de abolido: pero se consideró que la cifra era todavía inferior a la de la población, qu~ puede haber si– do inducida á suprimir sus padrones por temor de que se restableciese el tributo o de la implantación cÍe uno nuevo. '

Los j.ngleses residentes en Sonsonate eran Mr. Blancha~d (el cual se había casado con una joven del país, sobrina del padre Zelaya, Superior d~l Convento de los Agustinos), Mr. Freere, Mr. Parker y M.

Aylwin. lJa mayor parte habían estado en el Perú, en Chile y ouas partes del Continente. Hacían el comercio de cabotaje y exportaban a Inglaterra cochinilla, cueros, añil y otros artículos peculiares del lugar. Acepté gustoso sus corieses atenciones y comía con ellos en una casa grande ocupada por los recl.én casados. Ella era una jovencita de unos quince años. pequeña de cuerpo y tímida. pero rolliza y sana, con uhos ojos negros brillantes que compensaban con la fuerza y variedad de su expresión el silencio y lÍ!. re– serva de su dueña. Las aUas mesas de comer de que anteriormente he hablado son sumamente molestas, aún para personas de gran estatura: pero tratándose de una tan pequeña como nuestra amable hospeda– dora, parecen ser cómodas hasta más no poder. Ponía la barba en el borde del plato y los codos sobre la mesa, uno de cada lado de aquél. y sus manos iban alternativamente del plato a la boca con el menor es– fuer2<l posible, a semejanza de dos remos invertidos que nunca se moviesen a compás: y como en el curso de esta operación sus ojos desempeñaban el oficio de la lengua y no perdía :tiempo en co~versar. remaba muy de prisa. levantándose siempre de la mesa tan pronto como había concluido.

Comíámos en uno de los anchos corredores que rodeaban el pa:tio de la casa. ~n la mitad de este co– rredor había una de esas hamacas de que he hablado con frecuencia, colgada entre la puerta de la calle

y el sitio que yo ocupaba en la mesa. En ella se dejaba caer la señora c:on una especie de paciente indi– ferencia en que había sin embargo algo de abandono. luego. empujando con el pio uno de los pilares del corredor y la pared del otro lado con la mano, se ponía a mecerse a todo vuelo. Llégaba inmediatamente u'na de sus camareras con un cigarrillo de papel, fumándolo para que no se apagase. y aguardaba el mo. mento propicio para ponerle de sopetón en la mano maquinalmente extendida, que lo llevaba en un peri- . quete a los, labios de su dueña. Aquella operación se hacía con tal destreza que ni por un instante se tras. tornaba el balanceo. Otro empujón dado con el pie o la mano mantenía la hamaca en movimiento duran– te un cuarto de hora, hasta que se iba parando poco a poco. El cigarrillo se había hecho humo. la señora dormía y nuestra comida tocaba a su firi.

CAPITULO 7

SALGO PARA LA CAPITAL. - LA ALDEA SOPORIFERA DE APANECA. - LA CIUDAD COMER-CIAL DE AGUACHAPA y LO QUE ALLI ACONTECIO. .

Habiendo alistado D. Simón mí viaje a la capital a su entero gusto y por consiguiente al mío, salimos de Sonsonllie hacia las siete de la mañana del 14 y pasamos por tres pueblos grandes. El de Naquizalco (1),

está situado en un llano grande y árido, en el centro del cual hay una iglesia do bastante buen aspecto. Las tierras circunvecinas estaban bien cultivadas de diferentes cereales. de maíz y trigo. porque el cli. ma se })resta para ambas cosas.

Cerca de las ocho habíamos llegado a Salpotetán (2), pueblo más pequeño que el anterior. y acercán– donos a una de las chozas indias situadas a orillas del camino. nos regalamos con un jarro de agua pura. Empecé a ceer que mi nuevo amigo D. Simón era muy abstenio. Mi compañero anterior soUa estreme– cerse cuando yo le ponía agua al aguardiente: pero este otro ni siquiera me dejaba ponerle agua'ldiente al agua.

A las diez negamos a Apaneca que toma su nombre de la montaña al pie de la cual está sUuado. Tie– ne unos 1.000 habitantes iodos indios y mestizos. Por el aspecto y la posición de la montaña. me pareció que era la única señal de poblado que habíamos podido observar cuando veniamos costeando con rumbo a Sonsonate. Encontré abierta la puerta del campa nario de la iglesia, subí a él y se confirmaron mis conjeturas al mírar el paisaje de los contornos y el océano.

Paramos en la casa del padre o cura del lugar. Su hermana. viuda de un Oficial que pereció en la úl– tima revolución, una matrona de más de cincuenta años, gobernaba 181 casa y. según pude notarlo Se ex– tralimitó un poco para darnos un buen almuerzo. Entre otras cosas mataron un par de palomas. Soy po– co aficionado a las carnes y rehusé una o dos v.eces comer de aquellas aves. Entonces nuestra hospedado– ra después de asegilrárme que eran palomas: me miró con lástima y dirigiéndose a los demás dijo entre dientes: "El señor no sabe lo que son; no ha visto nunca palomas y no sabe comerlas". La desengañé inmediatamente. y sirviéndome un pedacito salvé su buen humor y mi reputación de fl!ósofo naturalista, al atreverme a comer del ave rara que había motivado la discusión.

(1) Nahuizalco. N. del T.

(2) Salcoatitlán. N. del T.

17

Page 65 - RC_1968_06_N93

This is a SEO version of RC_1968_06_N93. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »