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ban a los tobillos, con gran cantidad de vuelos en la parte baja y una orla de diferente color; las faldas eran de un brillante carmesí o de otros colores vivos; pero en los trajes de las mujeres y en su aspecto ge· neral había una pulcritud y una limpieza superiores a las que en México en la misma clase de gentes. .

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La feria se celebraba en un terreno en declive, al final de un bosque de plátanos y otras plantas tro· picales. Estaba rodeado de cocoteros que desplegaban sus palmas en forma de abanico, como para pro– :l:ege1' y abrigar aquel sitio agradable y apartado. En una parte de él estaba una fragua de herrería y en otra un trapiche muy insignificante, que parecían atestiguar que las artes y comodidades de la vida, aun– que no ignoradas, se conocían en muy modesta escala. Los senderos que en diferentes direcciones condu– cían a ese sitio eran estrechos y estaban tan invadidos por la exuberante vegetación que dos jinetes no podían cabalgar en ellos apareados: y los niños que se veían deslizarse rápidamente por entre los matorra– les con sus mantas (1) blancas, daban la idea de conejos retozando en un tojal.

Al siguiente día, a la hora de la comida, vi en la mesa dos grandes bandejas de plata llenas de dulces de varias clases arreglados en caprichosas formas. Me dijeron que se trataba de un obsequio que me ha– cía una señora. No me fué difícil adivinar de donde procedía aquella fineza. Eran un regalo de la amable Doña Gertrudis, quien a veces me envió también otras golosinas para excusarse -no lo dudo- de lo que ella consideraba como una falta de hospitalidad de su parte, por no haber podido hacer que yo me hospe– dase en su casa.

Debo ahora presentar a mis lectores a don Simón B., dependiente o Adminisirador de la hacienda de la familia a la cual iba yo consignado en Guatemala. Tenía cinco pies y seis pulgadas de estatura, una tez morena, ojos y cabellos negros unas mejillas sumidas y era enjuto de carnes. Su obligación consistía en vender el añil y demás productos de las haciendas de la familia, y también en comprar ropas de vestir y otros artículos europeos en la capital, paTa venderlos al por mayor en el almacén de Sonsonate, o al me· nudeo en los viajes que solía hacer por las provincias por cuenta de la casa. Era un viajero guatemalteco en la mejor acepción del vocablo, tal como lo enfiende el mundo comercial. Su viaje a la metrópoli lo había fijado para el 16 y yo estaba ansioso de salir tan pronto como fuera posible. Siendo él la clase de hombre que yo deseaba cabalmente encontrar, por ser tan a propósito para darme a conocer los pormeno· res prácticos de los procedimientos y costumbres ccmerciales de aquellos países, me empeñé en inducir· lo a partir conmigo en una fecha más cercana. Era hombres de carácter afable y bondadoso, pero con un tinte de fachenda que denotaba la justa opinión que tenía de la importancia de sus funciones y me dio, acerca del respeto y de la consideración a ellas debidos, una lección de la que procuré no olvidarme. Co· mo no puedo pretender pintar los personajes con- el pincel inimitable de Washington Irving, me limitaré a decir que aquel hombre era "Master Simón" metido en negocios. La importancia de sus asuntos no permitía hacerlos a un lado, y como el que motivaba mi viaje la tenía muy poca, me ajusté por supuesto a los planes de mi compañero en cierne.

Yo solía ir a bañarme a unas dos millas de la ciudad en un río pequeño llamado el "Tequisquilco", cuyas aguas son de una hermosa transparencia y frescas. Se formó hace algunos años a consecuencia de una erupción del Izaleo, el volcán de 80nsonate, situado a unas quince leguas de distancia. hace ochen– ta años hizo su primera erupción; ha hecho después otras con intervalos y por consiguiente se sienten a menudo ligeros temblores de Herra en sus vecindades. Es muy peligroso cuando no está ardiendo; de suero te que las llamas que vi brotar de él son a la vez pavorosas y gratas.

Los habitantes de Sonsonate, especialmente los ,criollos, padecen de una manera horrible de bocio o buche como lo llaman aUí. Al pie de la referida montaña hay un lago sulfuroso al que, según dicen, sue· len ir estos enfermos en ciertas épocas del año para beber sus aguas, consideradas como un remedio es– pecífico. Caso de que lo sean, muy pocas de aquellas gentes infelices han aprovechado esta manera fácil de deshacerse de tan repugnante enfermedad.

La intendencia de San Salvador, que ahora está unida a la alcaldía mayor de Sonsonate, forma uno de los cinco Estados de la Unión federal con el nombre de San Salvador. La alcaldía de Sonsonate com– prende veintiuna poblaciones con 45.000 almas, distribuidas en once parroquias, y tie\le veinte leguas de Este a Oeste y doce de Norte a Sur. No obstante que las parroquias son en aquel país más grandes y ri· cas que en México, los curas están muy mal retribuidos en relación a su tamaño y al número de sus ha– bitantes. En muchos pueblos sólo se dice misa una vez al año.

La población de los cinco Estados de la Federación, que alcanza a 2.000.000 de habitantes, es mayor de lo que .el mundo suponia; pero los censos que levaniaban los españoles eran siempre inexactos e infe– riores a la verdad porque por motivo del tributo o capitación que pagaban los indios, aquéllos suprimían el número de ésios y el monto del ingreso. Este tributo lo pagaban a razón de ires pesos al año y por cabeza, todos los varones desde los diez y ocho hasta los cincuenta años. El último censo se hizo después

(1) En castellano en el texto.

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