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« Previous Page Table of Contents Next Page »en un ext~emo; en el ofro estaban acostados dos de los arrieros. Mi¡¡ criados se acomodaron como quisie. ron, porque yo dudaba tanto. de su. honradez que me creía tan seguro con su protección como sin ella. En. contrándome en aquella situación peligrosa, me precaví éolocando mi espada en la cama, además de las pistolas, y la desenvainé para no atolondrarme en mementos en que no éonviene hacerlo.
. El jueves 28, hacia las diez de la mañana, habíamos caminado seis leguas y nos sirvieron Un buen almuerzo a la española en D()S Caminos y en casa de una viuda que tenía dos hijas hermosas de diez y ocho a diez y nueve años. Nos diercm chocolate, pollo aSédo, frijoles (1) estofados y unas tajadas exquisitas de un cerdo que acababan de matar. Don Mateo. que solía hacer viajes por aquellas partes, gozaba con las damiselas, a lo que parecía, de todos los pequeños favores y familiaridades que puede reclamar Un via. jero indiscutiblemente de las buenas mozas que sirven en las tabernas del camino que conduce de St. Muy Axe a Birmingham. A una de ellas le dio un golpecito debaj. de la barba se Puso a valsar con la otra, a las dos les sol:taba sus chascarrillos, y viéndclo sentado sobre la mesa, balanceando las piernas y fumando su puro (2), parecía olvidar a cada bacan, da· de humo, las onzas de oro que le habían robado y nei sér un mal :trasun:to del hombre dispuesto a tomar la vida como viene.
Después de caminar seis leguas por una región pintoresca y la mayor parte sobre un bonito césped, llegamos a un pueblo de índios llamado Tierra Colcrada. La casa en que paramos hacía lúgubre contras. te con la otra én que estuvimos por la mañana. La madre, sucia y decrépifa, dos o :treS niñas miserables y deformes, :todas con bocio, y ofra que era idio:ta y muda, habitaban aquella vivienda calamitosa. No sé por qué, pero la menor de ellas, una chiquilla de cinco años, fué la única que pude mirar o cuyos ser_ vicios me fue posible aceptar. J=.:lIa notó mi preferencia y puso en juego todas sus fuerzas para justificar
mi parcialidad. Yo le daba a entender por señar lo que quería, remunerándola con moneditas a medida q(le mis encargos se cumplían Algunas veces se qUEdaba un momento perpleja, tratando de adivinar, y luego, en obediencia de mis órdenes, salía corriendo con un celo y una energía superiores a sus pocos años.
Hacia las once de la mañana siguiente habíamos llegado a un PUMO que llaman Alfo Camerón, donde hay una casa solitaria en la falda de un cerro cónico y escarpado. Tenía un cuarto de buen :tamaño fabri_ cado con cañas y dos más, aparte, que servían el uno de cocina y el ofro de alcoba. La familia era muy numerosa y se componía de dos hijos y cinco hijas. Una de ellas estaba recién cuada y las otras cuafro, :todas casaderas, iban a seguir el ejemplo, al parecer, porque eran muy agraciadas y todas tenían novio. En el cuarto del frente había dos hamacas, una de es:tera y la oira de red. Como estar acostado es la pos– tura más apetecida y la hamaca permite la circulación del aire por todas partes, apenas hay una choza, por muy humilde que sea, donde no haya una. La ocupan generalmente las personas mayores de la fa. milia; pero como no hay asientos de ninguna clase, siempre están en ella algunos de los habitantes de la casa. La manera de gozar de esté favor, cuando se llEga a una de aquellas viviendas hospitalarias, es qui– tarse las polainas de cuero labrado del país y, por regla general, la chaqueta de lana o de algodón, encen– der un cigarro y mecerse y fumar hasta quedarse profundamente dormido. En aquella ocasión yo ha.. bía hecho ya todo esto, excepto lo último. Mientras preparaban las mozas el almuerzo, D. MBlieo mante– nía los privilegios del viajero. Parecía tener entrada libre en la cocina y daba pruebas de su buena índo– le ayudando a las faenas culinarias, lo que las chicas agradecían con grandes risas. Lo cierto es que a mis oídos llegaban a ratos tales carcajadas que me era imposible dormir.
Don Mateo era hombre guapo y de buen cuerpo: tenía unos cuarenta y dos años y cinco pies de altu– ra; sus ojos eran negros y muy penetrantes, su tez cetrina, la nariz aguileña, la barba y los cabellos neo gros y ensortijados con algunos hUos de plata. Estaba ya en el otoño de la vida, pero tenia todo el brío de la primavera en ssu costumbres y modo lie ser. De aquí que procurase agradar tanto al bello sexo, el cual generalmente, prefiere un hombre maduro, placentero y jovial. a un joven insípido. El almuerzo resultó fan bueno como el de la víspera en Dos Caminos.
Antes de que partiésemos llegó el padre de aquella familia feliz con uno de sus hijos. Ejercía el ofi· cio de capataz de arrieros y era tenido por bastante rico. Muchos de los criollos mexicanos acaudalados y respetables 'tienen el mismo origen; y es 10 cierto que apenas hay en aquel país un ofieio que sea más segu– ro o que proporcione ganancias más positivas, especialmente cuando el propietario lo dirige en persona, como en el caso de que se frata.
La familia del General Guerrero, a las hazañas militares del cual se debe tal vez, más que a las de ningún ofro hombre, la independencia de México, es deu!iora de sus riquezas a las grandes recuaz (3) de mulas que empleaba en los transportes.
En Dos Arroyos paramos en caso de un peón (4) o jornalero agrlcola. Acababa de volver a su hogar
(1) En oastellano en el texto.
(2) En español en el texto. (3) En español en el texto. (4) En español en el texto.
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