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« Previous Page Table of Contents Next Page »porque solía entrarme unas veces un escalofrío y otras una ligera calentura, genera.}mente seguida de un co– pioso sudor, y según fuera el caso le ponía agua al vino. Habían preparado algo que se parecía a una ce– na y cuando me lo trajeron, estando yo medio dormido, dije que me lo dejasen por allí cerca. Hasta las tres de la madrugada me desperté con muchísima hambre, encontrando que por desgracia mi cena había su– frido un no parece (l). Los cerdos que llenaban el patio se la habían comido a mi salud. De nuevo me hizo despertar algo que me oHateaba y me dio un resoplido en la oreja. Era una de las mulas, la cual, al in· corporarme yo, se volvió de sopetón, plantándome casi los cascos en la cara al salir galopando. Los dos nos quedamos igualmente asombrados de habernos visto.
Los indios de aquella aldea, a quienes llaman Pintos, no son una excepción. Se les encuentra en otras muchas partes de México y a menudo los ví en la capital.
Istola puede tener unas mil almas. No hay allí más que una iglesia, en donde apenas cabe la grey:
pero existen las ruinas de otra que antaño fue hermosa y cómoda. No se pensaba en reperarla por la mu– cha pobreza del pueblo y a duras penas se podía obtener que un Sacerdote viniese a decir misa, aunque sólo fuera una vez cada quince días.
Martes, 26.-Salinos antes de rayar el día. Pasamos por un extenso bosque y perdimos el camino por haber tomado equivocadamente una vereda que corre a la paz de unas profunclas barrancas y conduce a un abrevadero. Este rodeo nos mortificó, porque nos h~zo perder la ventaja de nuestra salida en hora tem– prana, habiendo andado una legua fuera de nuestro camino. Llegamos sin embargo a Zopilote al medio día.
Zopilote es el nombre de un buitre. Vimos unas dos mil de estas aves encaramadas en los árboles, co· mo si fuesen una especie de vanguardia de aquel lugar que lleva su nombre con tanta propiedad, ya que son los únicos seres que se ven en él. A semejanza de todos los guardianes, la mayor parte dormían profunda. mente. Las puertas de las dos casitas de que se compoDÍa el pueblo estaban cerradas, lo que denotaba que sus moradores dormían también la siesta. Seguimos' adelante para dormir la nueslra en Zumpango, un pue. blo de indios de regular aspecto, donde nos recibieron bien y encontramos un piso limpio en un,& casa muy parecida a un granero inglés y situada en el patio de una granja bien surtida de toda clase de cosas. El agua era también particularmente fresca y excelente. Dos leguas antes de llegar allí lopé al extraordinario (l) o corteo que se había enviado a Acapulco, antes de salir yo de México, para informar al Capitán Brown de mi proyectado viaje a la costa. Me dijo que hasta las siete de la noche del domingo no había llegado la Tartar de San Blás. Y encontrándome ya tan cerca del término de mi viaje, me sentí seguro y feliz, teniendo la certeza de poder aprovechar la fragata para trasladarme a Guatemala.
CAPITULO 3
EL BONITO PUEBLO DE CHILPANTZINGO. - LA VENTA DE ACAQUISOTLA. - UNA VIUDA Y SUS HIJOS EN DOS CAMINOS. - UNA FAMILIA CON BOCIO EN TIERRA COLORADA. - UNA FAMILIA DE ARRIEROS EN AurO CAMERON. - UN HOSTELERO INSTRUIDO EN DOS ARROYOS. LLEGO A ACAPULCO.
Mr. Barcaistegie, Cónsul británico en el Puerto de Acapulco. me envió una carta con el correo pidiéndo. me que le diese noticias mías desde Dos Arroyos, lugar situado a diez y seis leguas del Puerto, para ve– nir a mi encuentro y llevarme a una casa que me tema preparada. Seguí mi viaje sumamente contento hasta Chilpantzingo, donde me hospedé en una cas'ta limpia que parecía una quinla. Nosaiendió una mujer decente y maternal, auxiliada por su hijo, mozo estimable de unos diez y ocho años. ChiJpant. zingo es un bonito pueblo de unos 1.200 habitantes, que tiene una buena iglesia parroquial y algunas ca" pillas. No es de ningún modo un lugar desagradrble ni malsano para vivir, y en el centro del pueblo cortado por una barranca profunda en la cual corre un riachuelo, hay muchos sitios en que se podrían edificar con gran ventaja l!1gunas casistas de campo.
Habiendo salido a las 7 de la mañana del 27, He gamos a una aldea llamada Acaquisotla hacia las tres de la larde y paramos en una venta (2) con más aspecto de serlo que todas las que encontramos en nuestro viaje desde la capital. Estaban en ella ires o cuatro pasajeros que venían de la costa y se dirigían aMé· xico. Del otro lado del camino, frente a la venta, htlbía un pequeño trapiche movido por dos mulas. Se– gún pude entender trabaja constanlemente desde tiempo inmemorial. Sirvieron la comída en algunos pla– tos antiguos de hermosa porcelana de la China de diferentes tamaños y formas. Formaron parte proba· blemente de las primeras importaciones de Pekin y eslaban destinados a algunos de los magnates de Méxi– co: pero por algún motivo, ahora inexplicable, los metieron una noche en aquella venta hace dos o tres siglos y nunca pasaron de allí. Estando ya ocupado por los otros viajeros el cobertizo que había en el frente de la casa, mi equipaje se puso en dos filas prraJelas en el camino y entre ellas colocaron mi cama
(1) En oastellano en el texto. (2) En castellano en el texto.
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