Page 55 - RC_1968_06_N93

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ron a mi posada en medio del regocijo de los qqe hE bian realizado sus compras y del chasco de los que aguardaban sedientos: éstos tuvieron sin embargo la discreción o el buen humor de ~charsea reír también.

Mi posada era muy triste. Una pueda semejante a las que tenemos en nuestros cortijos ingleses nos dio acceso a un corral junto a una callejuela en las afueras de la ciudad. La casa fenía una pared lisa del lado del camino: la parte de frente y un costado estaban enteramente abiedos, sin paredes de ninguna cIa. se. excepto una de tres pies de altura. Aquello era en realidad un tinglado que habría servido admirable. menie para vacas, por estar protegido del sol por el Sur y tener abundante pasto al frente. Nos tomamos el hielo con deleite y tan sólo nos pesó no habernoslo bebido todo, porque lo poco que guardamos para hacer boca por la mañana se derritió a pesar de ledas las precauciones que se tomaron.

Lunes 25.--5alimos hacia las siete de la mañana. Le pasamos adelanle a una lropa de infantería, como puesta de ttnos 100 hombres que iban parlll las guarn:ciones de la cosia. A unas doce millas de Istola. mien– Iras preparábamos el almuerzo, nos dio alcance la lropa. Las mulas habían sido descargadas y el equi. paje estÍlba en desorden frente a la puerta del venturillo en que nos habíamos hospedado. Don Mateo, que sabía cuán necesario era precaverse por la pérd\da sufrida de modo tan inexplicable, eslaba dando ór. denes a nuestros peones para que arreglasen las cargas en forma más segura y comp,ac:ta, cuando el Ofi. . cial que mandaba la tropa se acercó, oyend,o por casualidad sus observaciones, que· consideró dirigidas directamente contra sus subalternos. Repelió inmediatamente el ataque con los mltlyores insultos, acom. pañados de los ademanes más amenazadores. Siguió el alboroto, el Oficial había desenvainado la espada y Don Mateo se le acercó para decirle dos o tres fases al oído, de las cuales pude percibir las palabras: Su Majestad Británica (1). El Oficial se aquietó súbitamente y llegándOse amí con respeto me dijo que es· taba lejolO de querer agraviarme, ni tampoco 81 mi compañero: pero que nunca permitiría qqe se pusiese en duda la reputación de sus subalternos, tan honrados como los que más lo fuesen en M6xico. Le contesté que yo era enleramente de su misma opinión. Habiéndose acercado Do Mateo, ase~ró que así ílo creía él también, por 10 que nos encontramos todos de acuerdo y nos hicimos tan amigos qqe yo le dije a D. Ma. teo que le invitase a almorzar: pero el Oficial no quiso aceptar.

Poco después vi con sorpresa a mi compañero muy atareado en medió de los arrieros que estaban apare· jando los pobres animales antes de que hubiesen tenido liempo de acabar de comer. Mi cabalto estaba lis– to y habiéndome indicado D. Manuel con un movimienl0 de la cabeza que montase, eché a andar por el camino en que brillaba el sol con todo el deslubrante y aflictivo esplendor del medio día. A unas cuatro mi· llas de~ allí había un árbol ~agnífico de que no pude saber el nombre, pero muy semejánte al roble higlés

y tan grande como el mayo~ de los de su especie.

-Tenemos que sestear aquí-dijo D. Mateo, y contra lo que yo deseaba nos echamos a descansar so. bre nuestros pellones extendidos en el suelo, debajo de aquel dosel natural.

Don Mateo, cuya siesta era generalmente, en cua-Dto a la duración, de una puntualidad capaz de regular el curso del soL pero que estaba en :realidad influenciada por éste, parecí. haber dormido más de prisa que de costumbre. Volvimos a montar en seguimiento de nuestro equipaje, el cual me dijo había enviado adelante para que pudiéramos alcanzarlo. Noté que miraba constantemente hacia atrás, no obstante que metía prisa a su caballo para que anduviese para adelante. Estaba deseoso de reunirse con su equipaje y de alejEse de los soldados, encontrándose bajo la dable influencia de la atracción y de la repulsión, como' una aguja colocada entre los polos opuestos de dos imanes.

Instola es un verdadero pueblo de indios. El Alcalde y todas las autoridades son indios de pura san· gre; tienen la cara y el cuerpo cubiertos de grandes manchas negras qqe se contagian por contacto o ha– ciendo uso de sus muebles o utensilios. Como tienen los pómulos salientes y peqqeños ojos negros. hacen pensar en los naturales tatuados de las Islas del Mar del Sur. La primera autoridad del lugar vino a salu· darme. Vestía pantalones lUnlles de algodón, de la peor calidad, una chaqueta del mismo color y de la misma tela y traía en la mano la vara de su oficio. Se señaló para mi alojamiento una casa que parecía una jaula de pájaros, de quince pies de largo por seis de ancho, dividida en dos cuartos por un tabique más endeble todavía: pero conociendo el peligro de una infección, me fuí a un corral donde estaban descargan. do las mulas y me dejé caer sobre el equipaje para descansar mientras me preparaban la cena. Nos ha– bíamos provisto de carne, aves y otras cosas substanciosas en Tepecoaquilco, el último lugar donde para· mos, por creer que no las conseguiríamos en este otro: pero antes de qué pudiesen IDÜSarlas fueron robadas por algunos de los pobres desdichados que rondaban por allí, cosa que se me comunicó con el encogimiento de hombres de costumbre y la simple frase de: No parecen (2),' Tenía por lo visto que acostarme sin cenar

y me dispuse a dormir después de haber tomado un pedacito de pan y un poco de Oporto, del cual, por creerlo yo necesario, acostumbraban dejarme una botella a un lado de la cama, junto con un vaso de agua:

(1) En castellano en el texto. (2) En castellano en el texto.

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