Page 53 - RC_1968_06_N93

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Yermos. Las cañ.as habían~lcarizado diferentes grados de madurez y algunas acababan de ser cortadas acarreadas con gran e.smero y diligencia. La irrigación, efectuada por medio de acequías procQdentes d~

la corriente de agua susodicha, la cual movía también un molino poderoso, estaba convenient~' y eficaz. mente dispuesta. Nos hallábamos en los linderos de la Tierra Caliente (1) y alli no se encontraba el agave con su bebida refrescante, el pulque; en cambio, la caña de azúcar brotaba exuberante del suelo húmedo en la cálida atmósfera.

Lo primero que me hijo notar el cambio de clima fue el efecto que causó a nuestras pobres bestias. Mi mula se agitaba un poco y creo que era muy vieja;dado unas veinte millas. Estaban, como dicen en el pararse hacia las tres de la tarde, después de haber ancon todo, era un buen an,imal y me sorprendió ~er1a

país, asoleada (2) o enferma de insolación. Nos detuvimos unas dos leguas más allá. Uno de los soldados me propuso sangrarla, y habiendo cogido del suelo un pedltZ'o de palo le hizo una punta aguda con la espada y punzó la nariz del pobre animaL El resultado fue uDa sangría moderada como de medio cuartillo. To_ mó después la cuarta parte de un cuartillo de aguudiente. vaciándolo en la orej1l! de la mula que pareció sumunente complacida o angustiada. No puedo deci.r cuál de las dos cosas. !Juego le soltó la cabeza y

el animal la agachó sacudiéndola violentamente. El soldado me dijo entonces: ~stá buena (3), y se diS– puso a volverla a poner la brida y la silla; pero yo no 10 permití. dejando en aquela sitio la mula para que siguiese con el equipaje que venía atrás. a coria distancia. Durante el resto del viaje no volvió a tener ninguna molestia. La lanceta empleada en esta ocasión parece ser tan eficaz como lo requieren las con· :lingencias que ocurren a los viajeros en un país tan poco poblado.. La aplicación del aguardiente en la oré. ja me ca~ menos extrañeza. porque en México lo emplean constantemente como específico para los más violentos dolores en la cabeza, sobre todo los que provienen de los dientes. En estos casos lo introducen con una jeringa y con más frecuencia por medio de la boca del operador en la oreja opuesta al lado dolien_ te de la cara y se le deja adentro hasta que desaparezca el dolor. 10 cual se consigue al cabo de tres o cua_ ira minutos. como siempre 10 observé. Este resultado lo produce sin duda lo que llaman reacción.

Temprano de la tarde llegué a un ingenio de azúcar movido por fuerza hidráulica. una de las haciendas {4) más grandes de México. La formó hace cosa de medio siblo D. Carlos Cermina. En ella fabrican se· manalmente 2.000 arrobas de melaa de 25 libras cada una, que venden a razbn de 15 pesos la carga de 18 arrobas. y 2.000 arrobas de azúcar. además de 15 barriles de aguardiente. Podía haber allí unos mil ope· rarios: pero el ingenio no trabajaba con toda su capacidad. Pertenece a los mismos dueños del de San Ga– briel. por el cual pasé al mediodía. El mayordomo o administrador tenía, al parecer. casa abierta para los viajeros. Nos sirvieron inmediatamente una comida provisional y más tarde una muy buena cena. con asis– tencia de la faniilia¡ en una de las habitaciones del piso alto. Había muchos cuartos desocupados: me alistaron la cama lejos de la parte más habitada. al final de una larga serie de piezas, y a mis criados los acomodaron a corta distancia de allí; pero a causa de las dJ.ldas y perplejidades en que me hallaba despuéS de la sustracción de los doblones. estaba lejos de saber si su compañía me prestaba mayor seguridad. El segundo de mis criados había sido uno de los palafrenos en S8IIi Cosme. un mozo atlético y bien parecido, pero sumamente formal y casi estúpido. Tantas veCes y con tal empeño rogó al mayordomo que le deja– se venir conmigo, que al fin consentí en ello. Al recogerme aquella noche me pareció ver en él cierta inso· lencia. Se me acercó sin la menor señal del respeto que suelen tener los criados. !:jobre todo en aquel país, respeto de qUe él acostumbraba dar pruebas que rayab8lli en repugnante obsequiosidad. Lo reprendí seve· ramente por su conducta. y después de revisar el cabo de mis pistolas. las coloqué debajo de la almohada mientras él me observaba. Como teníamos que hacer una larga caminata al siguiente día, nos levanta_ mos muy temprano: pero, como 1'0 me 10 temía. la escolta no estaba lisia. Mi cama se hallaba junio a una ventana que caía al patio de la hacienda. Dormi bastante mal. tanto por la desconfianza que me inspiraban

mis criados. como por el ruido constante que hasta después de la medianoche metieron los soldados con sus gritos y exclamaciones. La luna estaba muy hermosa y tuve la curiosidad de llegarme a la ventana para saber 10 que ocurría. No fUe poca mi sorpresa al ver que la escolia. la cual se había quejado durante el dia de la larga jornada se estaba reponiendo del exceso de fatiga con aquella algazara y jugando al monte (un juego de pares o nones). dur8llite ioda la noche. Se jugaba al parecer macho dinero. También se bebía. y las sombras que caían sobre las caras y las actitudes de aquellos hombres seniados y entrega. dos con ardor a sus embriagantes esparcimientos, combinadas con los suaves rayos de la luna. presentaban un cuadro digno del pincel de Salvador Rosa.

(1) En españo 1 en el texto. (2) En castellano en el texto. (3) En castellano en el texto. (4) En castellano en el texto.

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