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CAPITULO l'

SALGO DE LA CAPITAL PARA LA COSTA DE ACAPULCO. - LLEGO A LlA HACIENDA DE CER. MINA. - DESASTRES OCURRIDOS EN EL VIAJE.

21 de abril de 1825.-Terminada la negociación del tratado con México por los plenipotenciarios Mr.

Morier y Mr. Ward, salí con destino a la nueva RepÍlblica de Guatemala para informar sobre el estado del país. El Gobiemo mexicano, que se había mostrado tan celoso de Guatemala, acababa de llegar con ella a un acuerdo amigable, debido principalmente a la habilidad y perseverancia de mi estimado amigo D. Juan de Dios Mayorga, Ministro de la República Central en México. De suerte que el señor Alamán (1) me dijo, a,l pedirle yo mi pasaporte, que debía salir una embajada para Guatemala dentro de algunas semanas, insi. nuá11dome que tal vez valdría más esperar un poco para que yo pudiese hacer el viaje con ella. Sabiendo que la fragata Tartar, Capitán Brown, estaba en Acapulco, resolví no seguir el consejo del señor Alamán y se le pidió al Capitán que me llevase a uno de los puertos de Guatemala. Contestó que iba para San Blás, debiendo tocar en Acapulco a mediados de abril. donde me tomaría en su barco si me encontraba alli: pero que sus instrucciones no le permitían detenerse en este puerto. Después de algunas consultas se con. ViDO en enviar otra carta al Capitán Brown con un correo expreso, haciéndole vér la urgencia del caso. Sin aguardar su respuesta hice todos mis preparativos para partir inmediatamente y el jueves 21 de abril salí de San Cosme a las cinco de la tarde.

Mi tren se companía de diez mulas de carga, dos de sillas para mis criados, oira para mí y tres caba. llos, con una escolia de diez soldados. Algunos días antes estuve informándome de si alguien debía em. prender el mismo viaje que yo y supe con agrado que D. Mateo O.. un mercader que solía comerciar entre

México~ Guatemala y Colombia, estaba en vísperas de salir para Acapulco. Llegó a reunirse conmigo en el momento preciso de mi partida y, poniendo en mis manos dos rollos de ochenta doblones de oro cada uno, me pidió que se los guardase en mi cartapacio para mayor seguridad, según dijo. Como no cupieron en él, los puso con mi anuencia en un saco de cañamazo. única pieza del equipaje que no habían cargado aún. Este saco y el dinero que tomé para mis gastos los envolvió uno de los arrieros en una estera (2) del país. Acababa yo de montar y ya me disponía a salir cuando llegó a despedirse de mi el señor Mayorga, Minis_ tro de Guatemala, y me dijo que deseaba acompaiíarme durante una parte deJ camino y qu.., para esto ha. bía enviado su equipaje. Subí por supuesto al coche que él trajo, una gran máquina tosca tirada por ocho mulas. En ella encontré también a mi buen amigo D. Domingo Saviñón, Secretario de la Legación de Co– lombia en México.

Cuando ya habíamos dejado atrás la garita (3) o puería de la ciudad, se notó C!Ue el equipaje del señor Mayorga no había pasado por eUa y nos devolvimos para ver si había salido por otra que también conduce a San Agustín, lugar donde teníamos el propósito de dormir aquella noche. Después de aguardar un rato en la puerta, sentados en el coche, el señor Mayorga se fue en uno de mis caballos para averiguar si su equi– paje había pasado por otro camino. Transcurrida una hora larga sin que 10 volviésemos a ver, D. Domingo Saviñón y yo empezamos a temer que le hubiese ocurrido algún contratiempo. Nuestras conjeturas resul. taron demasiado justificadas. Cerca de las siete y media supimos que a su paso por los suburbios, el señor Mayorga había sido atacado por dos ladrones armados, el uno a caballo y el otro a pie, que le quitaron mi caballo con todos sus arreos, despojándole no sólo de 'su dinero sino también de la mayor parte de la xopa que llevaba puesta. Se convino entonces en que regresase para equiparse de nuevo, por ser esto in– dispensable. El señor Mayorga, hombre de muy buena índole, tomó la cosa con mucho buen hUIDor; pero rlo pudimos prescindir de reírnos a carcajadas de un suceso tan ridículo.. Era ya de noche. El señor Sao viñón tuvo la bondad de ir a comprarme otra silla y los demás arreos que yo había perdido de aquella ma· nera y salimos de la garita cerca de las die:!), con otra escolta de diez hombres que me procuré para el pe. ligroso viaje. La primera se había marchado con las cargas.

Llegamos a San Agustín hacia la una de la mañana. La noche estaba muy obscura y bajamos en la puerta de un mesCSn viejo, convertido momentáneamente en cuartel: el patio estaba atestado de soldados que dormian al aire libre envueltos en sus mantas y con sus armas. Nos fuimos a una casa más pequeña en que si bien el espacio era menor, había menos huéspedes pa·ra compartirlo. Subí por una escalera a un cuar. to donde encontré a mis criados profundamente dormidos. Yo no había comido nada desde las cuatro de la tarde y estaba muy cansado y desfallecido por las zozobras que tuve: sin embargo, se me esperaban ma· yores molestias aún. Mientras nos alistaban las camas en la pequeña habitación de que disponía la ca· sa, me comí la pata de un pollo fiambre que el criado del señor Mayorga había fraído y tomé un poco de aguardiente con agua, único licor que se pudo conseguir.

(1) El Ministro de Relaciones Exteriores de México. N. del A.

(2) En español en el texto. (3) En castellano en el texto.

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