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« Previous Page Table of Contents Next Page »nes de divinal hieratismo dentro de sus lujosos esca· parates y transparentes BOMBAS; en los óleos desd~
donde p¡:esidían los antepasados la vida de sus descen– dientes: don Esteban de Landívar, doña Ana María da Caballero, don Juan Antonio Ruiz de Bustamante, do– ña María Manuela Fernández de Córdova, hija de "ri– cos homes", respectivamente abuelos paternos y malel–
noS del poeta.
En el centro, así como el pensamiento y el senti– miento de la época gravitaban en torno de la religiosi– dad, se alzaba con grave silencio el oratorio, espaciosa capilla presidida por un aliar ceni~aJ, al fondo, ilumina– do en la oscuridad por el reflejo COl'uscante de sus pri– morosos retablos, donde perennemente a,rdía una lámpa– ra de aceite, ofrendando su llama devota al espíritu santt;l, y que en los días solemnes resplandecía de ci– rios a la hora del rezo y se impregnaba de la intensa plegaria del incienso.
En San Sebastián, el 25 de noviembre de 1731, hizo los exorcismos, dio los óleos e impuso el christma a Ra– fael, fray Juan ICrisósiomo Rui¡¡¡ de Aguilera.
En la parte sur, colindando con la calle de San Lá– zaro, estaban los almacenes de pólvora y otros ramos esi¡¡,ncB:dos, pues don Pedro se había presentado como rematan:l:e de la pólvora, el salib:e, el azufre y el agua fuede, negocio que le dejaré} la pingüe ganancia de die&' mil duros anuales. Era esa la "casamata, o providente almacén de la pólvora, de un fuerte y murado cañón edificada con dos fuedes y seguras puertas, aunque me– dianas aseguradas, y con secretos subterráneos para res– guardar este socorro de las asechanzas que puede ofre– cer el tiempo; y alli cerca, en la misma calle que sale a el PRAID:O DEL! CORTlIJO el estanco y casa de su peligrosa fábrica". En :Un, hacia el nlÍsmo lado quedaban las caballel'iz'as, donde piafaban hados de pasiUl:a los caballos que orgullosamente jine:l:eara don Pecho y las dos mulas oscm:l!.l'l ~ue ar¡,as:l:... ar~n su iro· )iJ<)riaucia de alcalde ordinaril> 'l la gracia de su espo– sa, en su pesado forlón, pO.l' las calles de la ciudad y sus ){[laravillosos alrededol'es.
Con salida al mendicante callejón de la> Partida, al norte de la posesión :l:amiliai', l'ecodaba su humilde si– lueta una pequeña caSa de ealic.mto, que después habl·, tara· 'Rafael Landívar: modesio albergUe que supo de sus ensueños juveniles, de sus largas vigilias en las ho– ras de estudio y meditación: casa que vivió con la vo– lun:l:ad de su amo y proeui'b 'hacersQ ¡;¡ sus maneras, acostumbrándose al silencio en que se desarrollan las gl'andes luchas in:l:elecfuales, al ~l'ato eon amarillentos infolios, al parpadeo soñoliento de la~ velas que ardían como el espíritu de Landívli\l'. La casa disimulaba sus Cl.'Ujic'!os, Se ii'agaba tados los eoeos, rechazaba los rui– dos exteriores. asistiendo eon respetuosa presencia a la gesl:aciós de quién sabe qué nobles ideas que cumplían a la actividad de tan privilegiado cerebro. Se le lla– maba la casa de la "Asesoría".
IlNFANClfA
Rafael Landívall: creció desmedrado, de escasa esta– tura, débiles las piernas, pálido el rostro, desmesurada
la cabeza, casi hundida sobre un cuello muy ancho y carIo entre los hombl'os mal formados, con una gruesa caja torácica que casi denunciara el principio amena– zante de la joroba. Desde que al nacer se vio a las puertas de la muerle, a punto de ser amortajado en las propias sábanas albas que 10 recibieran, su salud fue siempre delicada, y esto lo apartó de la arrebatada im– pulsión con que por 10 general los niños eJcpanden su exuberante naturaleza en el juego. Prematuramente aprendió a desear la quietud, a ponderar sus gestos, sus ademanes, sus palabras, sus actitudes.
Más, parece que toda la energía física que faltaba a su cuerpo transformaba en fuerza espiritual; en el silencio y el reposo se desarrollaban tempranamente sus ideas, Las amistades de la casa se hacían lenguas de su inteligencia: sorprendía a todo el mundo con la preci– sión y seriedad de sus respuesfas o con el alcance de sus infantiles preguntas, en veces muy poco ingenuas, casi profundas, para su edad. Era un contemplativo, se divagaba en éxtasis ante las cosas, o buscaba adrede los sitios urnlll:ios y silentes. propicios a la concentración. Deniro de su. cuerpo endeble, aquel espíritu amaba la vi.da, como tm don (1119 la üatuX'aleza le regateara: tenía una mil'uda intensa que adentraba en los objetos
y sOl:bía sus ~1l.ás secretos aspec:l:os, y unn sonrisa como prensiva, enxel'miz&, ss deshojaba como una flor mar– chita sobre sus labios.
Pronto el amplio solaÁ' de los Landív8lr, donde asis– Ha con grave CÍrcusspección a todas las pel'Ípe'Cias de la vida cotidiana, lo mismó a los rezos de las novenas y el rosario que al baño de los caballos, al corte del zacate y a las comidas ceremoniosas, despechado por no ser admitido en las teriulias nocturnas, :í:uvo horizontes muy reducidos para sus ojos vagabundos.
Tomó entonces posesión de la ciudad, eOn inmensa alegría. ·'Co¡:e la cuerda, por la derechura de sus des– pejadas calles, de norte n su" y de oriente a poniente, 'Con qu(j) aY.! iodos los Hampas del afio la baña de ale– gres y cla¡:as luces el sol, desde que joven de resplan– dOl'es regisil'a en el ol'ien:l:e el o¡o];>e, hasta que con des– mayados brillos sepul:!:2 sus luc:lmil3niog en piras de cris:l:al que le previene el océano: bañándola el viento po:;: cualquie:;: parie que sopla",
Amaba las plazas, "once capaces y maravillosas" tenía la ciudad, abiertas a lB! lu:¡¡ y el viento: habiendo fenido oportunidad de presencia:;: en la plaza :maYOl: las lidias de io1'os, <!Iii las gi.'andeg xesilividades, escenas que más tarde cantal'ÍllJ emocionado por gratas reminiscen– cias de su infaneia. Amaba los "magníficos ostentatí– vos templos" pID:ncmlarmeste la catedral de sobrecarga– da arquifectura compósilia con su lonja y gradas expla– yándose hacia la plaza central, eon sesenta y ocho bóve– das y de alto y elegante cimborrio, fuerte sobre el ati– cismo de sus bases, elevada por dóricas columnas, soste– nidas sus cornisas por modillones del orden corintio, A la hora de los oficios y en ocasión de las solemnes ce– remonias rituales, ardía como un diletante en el goce del lujoso espectáculo ante los aliares incendiados de Ol'OS, hOl'migueantes de luces de drios, velados por te– nues columnas de incienso que se coloreaban con el jue– go luminoso de los rayos vitrales. O contrastaba ese
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