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« Previous Page Table of Contents Next Page »dad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, el va– lle de Pancán, que indica: "en lo amarillo", nombre in– dígena sugel'ido por la abundancia de las "flores de muerto", pequeñas, amarillas y de intenso olor, que por· fiadamente crecen sobre los olvidados osados y alimen– tan su macabra lozanía en el tuétano de los huesos de anónimos cadáveres. Además, el valle está señoreado por altos volcanes, altares ciclópeos en cuyos vértices cordera la sangre del sacrificio en los ritos secretos de dominadores ardiera la ofrenda cabalística del copal o la brujería.
Entre las frondas encendidas de flores selváticas, un hilo de agua rompía con ingenuidad cristalina el si– lencio nemoroso: rasgaba sedas un vuelo de pájaros, o despertaban recelo cautelosos arrastres de reptiles, el crujido de las hierbas chafadas por garras y pezuñas, el escándalo del ramaje tras la huida de un venado de esbelta silueta y músculos ágiles. Esa sensación de pe– ligro, que emanara de la vida incógnita del bosque, apre– taba má~ a la ciudad y solidarizaba en el miedo y la des– confianza a toda la población tras sus gruesas paredes de calicanto.
En torno de las iglesias, destacando las fachadas adustas de piedra labrada, repujadas en veces con fi–
nos encajes, abren los conventos los incontables ojos sin lU:ll de sus ventanas: junto a la puel.'ta, en los um– brales del mundo, el hermano tornero duerme la diges– tión de los últimos bizcochos empapados de chocolate, y en los amplios corredores del interio!.', bajo la severa línea de las arcadas colosales, hay un abejeo de rezos y lecturas en latín, en que las palabras Henen el mismo roce mesurado de los luengos hábitos.
Sin contar a los indígenas, por esa época -1623-,
la población ienía más o menos cinco mil habitantes, entre españoles y gente de color, distribuidos en gre– mios que de manera estricta reglaxaeni<lban los oficios. La ciudad era laborios", y con el sol irabajaban maes– tros y operarios en diversos menesiel:eso A.ún quedaban resquemores personales y hondas divisiones por difi– cultades que el visitador JIbarra no pudiera remediar en
1620, y que sumían en negras cavilaciones a don An– tonio Peraza ,Ayala y Rojas, conde de la Gomera', des– de 1611 Presidente de la Audiencia, 'Gobernador y Ca– pitán General del Reino. La justicia no andaba mn" bien. Los negros eran ya en gran número y su ánimo se sublevaba contra los abusos del esclavismo, la raza autóctona arrastraba con ostensible dolol' sus cadenas y tras su aparente humildad 8o:día 1m. :rescoldo guerre– ro, alimentado por el amor a su tierra, la conciencia de su tradición, el culto secreto o disfrazado de sus anti– guos dioses, bajo un barniz mimético de catolicismo, el recuerdo de su perdida autonomía y las odiosas prác– ticas y el cruel trato de sus amos. Lia. vida intelec– tual era restringida, privilegio de unos cuantos: escolás– ticos perdidos en sutilizar con infecundos argumentos sobre cuestiones teológicas, dado el ascendiente del clero y el espíritu devoto de la sociedad colonial. La literatura era expresión de su tiempo, pedante y arti– ficiosa, abundando el cultivo de los temas religiosos. En cuanto a la vida del campo, se manifestaba la es– casez de brazos, y al recorrer el país embargaba el ge_
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ma una sensación de abandono y soledad, más notoriG. en medio de esa naturaleza pródiga y exuberante, que !cerraba su vegetación tras los pasos del viajero, en los caminos improvisados por la osadía, en los dominios de un pueblo tímido y bondadoso, que doraba sus carnes desnudas al sol, y como Anteo, del contacto directo con la madre tierra recobrada fuerzas para sobrevivir a su derrota.
LLEGAN LOS LAND][VARES
Ese día, habían callado ya los ruidos de la ciudad: se cerraban las puertas de los falleres, pocas gentes ambulaban por las calles cruzándose de acera a acera familiares saludos: "Que Dios lo acompañe", "Y a us– ted lo tenga en su santa gracia". Al pasar frente a las puertas de los templos deslumbraba un parpadear de cirios y el reflejo áureo de los recamados alfares: las notas solemnes del órgano rodaban hasta la calle mul– tiplicadas por la resonancia de las cúpulas y los ecos sordos de las concavidades de las naves: un lego leía con voz monótona desde el púlpito o desgranaba en sus manos céreas las cuentas del rosario, con intermitencias que llenaba un oleaje de voces humildes, y se veía la masa anónima de fieles ofrecidos de rodillas sobre el frío de las baldosas, elevadas sus almas por la virtud del canto y la unción de la plegaria.
En las puertas de sólidas mansiones, la despedida se prolongaba en corros anudados por el comentario de los hechos cotidianos, hablando en tono 'confidencial la murmuración. Pasaba un clérigo de cara roz~agante
y bendito abdomen, o una monja de lento andar con la vista baja, como si buscara sus pies ocultos por su larga y gruesa veste, casi despegados de la tierra: sur– gxa y se desvanecia fugazmente la visión de una mujer joven en una ventana, junto a las llamas exóticas de una xnata de claveles: un pe¡:ro vagabundo paraba su hote cansado para mirar (;011 ojos pedigüeños,
De pronto, como una bandada de pájaros, se arre– molinaron en :l:orno de las torres o volaron sobre los techos de las casas los tañidos graves de las campanas tocando a oración. Toda la ciudad se santigua: se en– cienden las primeras luces invocando al espíritu santo) se cierran las puertas y los postigos: arden Con luz in– decisa las primeras lámparas frente a las imágenes de las hornacinas: cunde una amenaZa vaga de silencio y
sombra sobre la ciudad: es la hora en que despierta la
supers:l:ición: las brujas y los duendes dejan sus guari– das infames: se animan dentro de sus lívidos suda'rios los aparecidos: :l:odas las cosas aguzan sus perfiles mis– teriosamente y tienen actitudes e~cpectativas, es posible. hasta inminente, que ocurra algún suceso extraordina– rio,
Turbando esa gran calma precursora de la sombra, un coche rueda con estrépito por las calles resonantes; a su paso se abren y Se cierran las ventanas con caute. losa curiosidad. Y esa noche se susurró en todos los salones, a la hora plácida de la tertulia: ha entrado a la capital del reino don Juan Carreño de Landívar, "letrado de gran opinión y muy agudo ingenio", dicen que es muy versado en derecho y profundo humanista.
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