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« Previous Page Table of Contents Next Page »que los pichones se lancen al vuelo más a,rriesgada– mente.
Al llegar a esta etapa de la vida de los pichones del quetzal los sacamos de sus nidos los enjaulamos y los en– viamos al ,campamento, más abajo de la zona del os ni– nos. }\,Ilí tenía que acostumbrarse al cambio de atimen– to, a la menor elevación y a la temperatura más cálida. Se les enseñó cuidadosamente a correr y a alimentarse en el suelo para que hicieran ejercicio, pues tuvimos que recortarles una ala. Estas fueron las primeras medi– das para aclimatarlos al ja~dín zoológico de Londres. Los pájaros adultos constituían un problema, pues pa– recían estar sumamente asustados por su cautividad, y
sus cuerpos (especialment'e los de las hembras) parecían anormalmente pesados para la resistencia de sus pMi1as. Cuando no estaban posados sobre una rama dentro de la jaula, les flanqueaban las patitas al andar por la su– perficie de su encierro y caían lastimosamente. Des– pues de medir y fotografiar los pájaros padres de los pichones, los dejamos en libertad. Nuestro objeto aho– ra era dedicarnos a los jóvenes quetzales. A los tres meses se encontraban ya bastante desarrollados: gran parte de su plumaje de pichones había sido reemplaza–
d~ con las piumas de verde tornasolado del quetzal adulto. Si hubieran estado en la montaña, se hubieran iun,tado con los pájaros mayores como que incesante– te esfán al vuelo en busca de árboles frutales. Como la época de los nidos es bastante larga, de junio a oct'u– bre, muchos de los árboles ya no tienen fruta en sep– tiembre. A prin~ipios de octubre entran los pájaros en una nueva fase biológica: Eh este mes empieza la lar– gar estación lluviosa. Toda Bonduras es a'zotada a dia– rios por fuertes tempestades, de proporciones de hura– cán. Estos chubascos, como se llama localmeme a las tempestades, tienen su origen en el Caribe, y las altas selvas de las cordilleras son azotadas por la lluvia y el viento, y algunas veces por tempestades de granizo. Los quetzales huyen de esas regiones durante esos me– ses. El alimento allí casi sel es agofa y tienen que des– cender a menores altitudes, entre 3,500 y 4,000 pies, donde la lluvia es menos recia y donde los árboles em– piezan a dar frutos. La primera semana de octubre marca el fin de la época de nidos, y hasta los pichones parecen entonces acelerar su crecimiento, a fin de po– der emigrar con sus padres cuando empiezan los chu– bascos. Hacia febrero regresan hacia sus tradicionales y sombrías moradas, donde se establecen; de nuevo, par<: empezar otro cido anual en sus vidas. En mayo o ju– nio empiez'a para ellos la época de hacer el amor, y si uno está ~or allí entonces podrá observar los refinado~
vuelos acrobáticos del mactlo, luciendo sus más vivos colores pa:a conquísta~ a la hembra.
Así como nosotros los observamo"', debieron de ha– berlo hecho los antiguos habitantes de la América. To– das las fases de su historia nalural fueron indudable– mente obseJ;vadas por aquella =lente primitiva que vivía en las mismas selvas del quetzal. Nada sabemos de los principios de la deficacion de este pájaro sagrado de los aztecas y los mayas. Nadie sabe quien fué el prime– ro que vió al quezal en SUf, parajes nativos como una aparición de los dioses. Por los siglos del V al X apa– reéen \al perser,aje interesante conocido con el nombre
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de quetzakoatl. que quiere decir serpiente con plumas de qutzal. Por eso el quetzal se encuentra asociado a aquel personaje, héroe del a cultura de las Américas. Ya se le tenga como toltec'a o como de alguna otra civi– liza-eión anterior, la mayor parte de las autoridades en la materia, parecen estar seguras de Ouetazlcoatl fué hombre antes de ser dios. En las leyendas de su pue– blo se le atribuye al hablar enseñado las artes y los oficios, el arte de gobernar, las ceremonias sacerdotalel y varias liturgias de ruda magnificencia. Parece que él adoptólas plumas de quetzal para las magníficas coronas, por los cuales :l!enía. eSPecia~ predilección, y que más tarde fueron parte de la representación pictórica de la Serpiente con plumas de quetzal. Como genio de la arquitectura se dice que desarrolló un motivo, la "Ser– pienfe con plumas", que se encuentra en muchas de las magníficas estructuras del Nuevo Mundo desde Teo– lihuacán, cerca de la ciudad d~ México, hasta el Petén" Yucatán y Honduras. Las grandes balaustradas que representan la cabeza del a Serpiente boca abiert'a con enormes colmillos y con alargadas escamas de réptil, no son más que la reproducción literal de la cola de los qeuzales que más tarde se convirtieron en motivo con– vencional de la decoración indígena de América. Des– pués del a deificación de Ouetzalcoatl el ave de verde Iornasolado llegó a ser más que un pájaro sagrado. se convirtió en el propio símbolo del Héroe del a Cultu– ra. dador de odas los bienes de que gozaba,n. Reyes y
altos sacerdotes adoptaron las plumas del quetzal para sus adornos personales, de modo que esas plumas lle– garon a estimarse más -que el oro. La gente común aso– ciaba tan íntimamente las plumas del quetzal con las jerarquías del estado y la religión" que no podían con– siderar al' ave sepaTada de esos augustos personajes. Al asumir el poder los aztecas, quienes lo tuvieron sobre todo Méjico y la mayor parte de Centro-América, las plumas del quetzal llegaron a ser objefo de tributo. Las tribus del interior de 'Guatemala y Honduras tenían que pagar anualmente este tributo. A fin de no extinguir esta preciosa ave con la incesante demanda por los nobles aztecas de esta insignia de divinidad, se decretaron estrictas leyes para la conservación del quet– zal. Se prohibía matar al pájaro, y para quitarle las plumas sólo se podía capturar vivo para luego dejarlo en liberfad. El modo como esto se cumplía no n~ra
Francisco Hernández, uno de los cronistas españoles más exactos y uno de los más distinguidos naturalistas de su tiempo. Según Hernández, los cazadores de aves se dirigían a la mon,taña y se escondían en ranchitos después de haber esparcido trigo y clavar en el suelo muchas varas unfadas con cierto pegamento. Los quet– ;lales se quedaban pegados en las v~ras y eran presa de los indios. Comprendiendo instintivamente el objeto preciado de su posesión, los pájaros no ofrecían resis– fencia y se dejaban quitar las preciosas plumas. Lo único que no va bien con esa leyenda azteca es que el luetzal no se alimenta en el suelo.
De cualquier modo que se capturase a los pájaros. aan indudables las grandes precauciones que se toma– )Bn para no lastimarlos o matarlos. La infracción de esta ley significaba la muerte de los culpables. Las !Jlumas recaudadas no eran posesión de muchos, sIno
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