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únicamente del Emperador de México. Los cortesanos trasmifían las suyas a sus herederos como algo muy preciado, pues la riqueza del plumaje no se pierde al morir el pájaro, y el aspecto iridicente de sus variados tonos de verde, oro, cobre y alZul, persisten a través de los años. Evidentemente sólo las plumas caudales del macho constit'uían tributo, porque uno puede ver en los anales de tributos mexicanos, haces de dichas plu– mas hábilmente dibujadas, con el nombre del pueblo tributa·rio. Muy cuidadosamente el arlistas dibujaba en geroglíficos las largas plumas en hacecillos junfo con el símbolo de la cantidad rec:U»dL

En Tenochtitlán, (ciudad de Méjico) los tejedores de palacio, hacían con las plumas coronas para el rey y

la. nobleza, para los feslivales de paz. y l:ambién para los atavíos guerreros. Adornados así para la batalla,

co~ las plumas del quetzal reluciendo en la corona del Emperador, los ai'zecas peleaban en la guerra bajo el escudo y protección del ' 'Oios del Aire".

Además de las plumas de otros pájaros que llega– ban a Méjico como tributo de los estados vasallos, tam– bién tenían las plumas que mudaban los pájaros cauti– vos. En la residencia real de Iztaapalapan como i'am– bién en el mismo Tenochlitlán, los aztecas mantenían grandes pajareras. La más digna de no1arse era la de Moctezuma anexa a su palacio en los jardÍl1es de Cha– pultepec (El Monte de los Chapulines). Si hemos de creer a los cronis1'as, allí se dedicaban grandes extensio– nes de terreno para miles de pájaros silvestres traídos de todas partes del imperio azteca. Los "cardenales" es– carlatas, los dorados faisanes y pájaros de todas las va– riedades de faDÜlia del os loros, eran solamente los de primera fila ornifológica en el basto concurso de pájaros que volaban dentro de inmensa jaula. Trescientos sir– vientes cuidaban de los pájaros familial'izándose con los alimentos apropaidos y cuando éstos no se conseguían en las Itas mesetas mexicanas. los hacían iraer a diario, con mucho costo de la5 iierras bajas. En la época de mudar plumas recogían éstas cuidadosamente y 1<15 en– tregaban a los iejedores de palacio, quienes ideaban los brillantes y pintorescos tejidos de plumas que tanto deleitaTon a los conquistadores. Pero aunque tenían allí a todos los pájaros de vivos colores del trópico, no se hace mención alguna del quetzal, pájaro real para ellos. El "Rey del Aire" sin duda aludía hasta el inge– nio de los aztecas.

Asociado con el más alfo grado de la culfura me,d– cana, el quetzal, por capricho de la forfuna, fambién se asoció con la caída de este imperio. Porque el quetzal. patre íntima de la personaUdad de Quetzalcoafl, inad– verlidameni'e preparó el caDÜno para la conquista es– pañola. En cierla ocasión, durante la historia personal de Quefzalc:oa·n, este dios se puso en pugna con otras divinidades. La causa del conflicto es incie:i:ta, pero 10

seguro es que QuetzalcoaU tuvo que abandonar su patria

y partir en exilio. Se dice que luvo que salir del interior triunfal hasta la costa. y a 10 largo de la ruta, en una especie de viaje triunfal, los pueblos agradecidos eri– gieron soberbios edificios en su honor, pues de acuerdo con la leyenda de Quetza1coail, mientras él anduvo por Hen·a, el maíz, cuyo cuUivo él introdujo, crecía por sí mismo y daba mazorcas del tamaño de un hombre. m

algodón también crecía por sí misma y no había nece– sidad de teñirlo, pues la flor brotaba ya pintada de va– riados colores. Lla atmósiera en el tiempo de Quelzal– coa11 estaba lleno de perfumes raros y pájaros cantores. Reinaba la paz y los días tra,nquilos de val'on seguían ininterrumpidos. La idea de este mito no es nueva y tiene mucho parecido a la ilusión del jardín de Edén. pero como quiera que nos refiramos a eSos fabulosos tiempos como a los "dichosos tiempos pasados". para la gente de México eran "la edad de oro de Anahuac". Cuando el dios Quefzalcoal fuá exilado terminó esa edad dorada. Quezalcoil se dirigió hacia el golfo de Méxi– co. quizá al lugar que hoy conocemos como Veracruz; prometió a la gente que en algún lejano daí, en el mes de "Ce Acail" haría su regreso, y así partió en un pe– queño navío hecho de pieles de serpientes hacia la fa– bulosa tierra de Tlapallan, el palacio de inmortalidad de los aztecas.

En 1521, durante el reinado de Modezuma, apare– cieron los españoles, capitaneados por Cortés. Antes de su llegada se habían observado en México fenómenos so– brenaturales, presagios de un mal cercano. El gran la– go de Tezcaco se había vuelto furbulento; una de las torres de los templos se había incendiado. cometas lle– naban el cielo, y los sacerdotes interpretaban estos fe– nómenos haciendo creer a la gente en el próximo retor– no de Quetzalcoail. Confiadament'e esperaban el regre– so de la benébola deidad, y la arraigada tradición de Su

regrso. vivida en sus corazones, perparó el caDÜno para el futuro triunfo de los espáñoles. Muy poca duda cabe que si el milo del retorno de Que1'zalcoatl, los seguido– res de Cortés nunca hubieran ganado su primer terre– no. Mocfezuma considera·ndo todos estos fenómenos como presagios de su caída, adoptó una política vacilan– te hacia los extranjeros. Después de todo ellos eran de "piel blanca", de barbas negras, y llegaban del Orien– te, con fan singulares atavíos como cañone:;, buques y caballos, y 01 parecido fsíico de Cortés con ia deidad esperada, además, además de la supersiíclón que enton– ces reinaba, fueron suficientes para permitir a los espa– ñoles el comienzo de sus matanzas sin mayor oposición. Sin embargo, cuando las clases reinantes y el pueblo mismo se dieron cuenta de q'.1e Cortés no era Que:\:– zalcoafl, ni su hijo, ya era demasiado tarde. porque conocíall las riquezas del reino de Méjico y los esbirros de un rey más poderoso que la superstición de la ser– piente con plumas de Quetzal, estaban destruyendo la antigua cuUura de las Américas.

Ignorantes por completo del papel que habían de– sempeñado en el génesis y fin de la cultura americana, nuestros quetzalHos se preocl!lpabe.n más por comel'. para nosotros el trabajo era mayor al correA' de los dias: teníamos que suminisirar nuevos alimentos poco a poco bajamos a menores altitudes y ansiosamente es– peramos el desarrollo final de la hermosa belleza del quetzal. Sin hacer caso del prejuicio existen por siglos de que dicho pájaro no puede vivir catuivo, tomamos loda clase de precauciones para conjurar la fábula. y

la paciencia de mi esposa Cristiana, mas que todo con– tribuyó a que pudiéramos satisfacer el constan·te deseo del Dr. Julián Huxley de obtener estos queizaJes para el jardín zoológico de Londres.

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