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Los guatemaltecos sufren excesivamente en estos viajes a Eelice, que co-nsidel'an muy peligrosos, y. se asegm'a que de cada cinco personas que los emprenden, tres lJereCen indefectiblemente en ellos; pe·

1'0 considero esto como una exageración; creo que es aremos más cerca de la verdad dicieml0 Ulla de tres. Sin embargo, en el caso de los funcionarios diplomáticos y públicos que allí llegaron de los Estados Uni–

dos durante mi estada en el país, murieron dos de ti'es, por efecto del clima, El viaje de regTeso de Belice a Guatemala es peor que el de ida. La dificultad de subir los angostos estrechos y el golfo, a causa de la fuerte corriente, hace el viaje sumamente fastidioso, toda vez que por muy conti'ario que sea el viento, no se puede evitar el arrastre de la corriente,

CAPITULO 32

ME EMBARGO PARA LA INGLATERRA. - A PUNTO DE NAUFRAGAR EN EL CAYO DE AMBAR GRIS. _ EL BARCO PASA SOBRE LOS CAYOS COLORADOS. - CALMA FRENTE A LA. HABANA.

_ SALIMOS DEL GOLFO. - LA TRAVESIA DEL ATLANTlICO. - DESEMBARCO JEN DEAL

Como debíamos embarcarnos al otro día fuí a hacer una visita de despedida al Intendenite, con quien estaba muy obligado por sus muchas amabilidades; y el lunes 15, a eso de las dos de la tal'de,. me presenté a bordo del barco que debía llevamos a Inglaterra. No nos dimos a la vela hasta el si· guiente día, porque la tripulación no estaba completa. El patrón era un señor Smith, de Glasgow, hom· bre sagaz y de buen carácter. Había sido Contramaestre en otro barco y se el indmjo a tomar el mando del Margaret; el Contramaestre de éste era Un joven inteligente y activo, miembro de la tripu– lación del bergantín. Había rehusado hacerse cargo de él; pero con la habilidad de que dio pruebas en el viaje demostró su perfecta competencia para el oficio. Temprano de la nocne llegaron a bordo tres o cuatro marineros más y el piloto. Habiendo navegado diez y siete millas por entl..e los cayos, ancla· mos el 17. eDspués de haberse marchado el piloto, la noche se puso muy borrascosas y luego se desat6 un huracán. Estábamos frente al cayo de Ambar Gris y como soplaba un viento fuerte del Nordeste pro· curamos virar, pero falló la maniobra y pasó mucho tiempo antes de que Pudiésemos intentarla segunda vez. Por gran fortuna tuvo buen éxito, porque faltaba espacio y el barco habría naufragado caso de fa· llar de m "'o la virada.

El 23, a la puesta del sol y frente a la punta occidental de Cuba, el Contramaestre conversaba con· migo, mirando por encima de la borda del buque. De pronto tuvo un sobresalto, mandó gobernar a sota– vento y recoger las velas. No tardé en saber que íbamos pasando sobre un bajo de arrecifes que resulta· ron ser los Colorados. No teníamos espacio suficiente para virar por ningún lado e íbamos resbalando sobre ellos tan suavemente como era posible. Bajaron el bote grande y pusieron en él el anclote

Clm un cable de sólo tres pulgadas de grueso. Comprendí inmediatamente que no era bastante fuerte para ¡¡acamos de alli y logró del Capitán que se emplease otro de seis pulgadas. Por gran fortuna si· guió :mi cGnsejo, porque tuvimos que halar con tan ta fuel'za que por un momento creímos que el cable iba a romperse. Por fin aflojó de golpe el anclote y creímos que se había ¡·oto y que todo había con· cluído; pero los del bote notaron que estábamos a flote y nos dijeron que virásemos en redondo, ]0 que hicimos al instaute alegremente. En seguida levamos el ancla, alzamos las velas y nos alejamos.

A las dos p.m. del siguiente día vimos un bal'co inclinado que venía hacia nosob'os a todo trapo; pero al llegar a dos millas de distancia cambió de rumbo. El 25 Y el 26 estuvimos sin vietno frente a la isla de Cuba y con gl'andes temores por los muchospiratas que infestan l~ costa. El Capitán, el Contra· maestre y toda la tripulación contaron historias sobre los actos sanguinal'ios de esos malandl'ines, a me· dida que cada nueva ensenada o altiplanicie marcaba el lugar en que los habían perpetrado. Refirió el Capitán que yendo él para Belice lo había abordado un barquito tripulado por treinta. hombres fin· giendo que tan sólo querían saber si había españoles a bordo. Le dijeron que era inútil oponer re· sistencia, porque al disparo de un al'ma de fuego vendrían más embarcaciones y los degollarían a todos. Salió del aprieto a costa de algún saqueo de las cosas que deseaban del cargamento. _Pel'o, ¿qué le pasó al JEliza? -dijo otro.

-Le hOl'adaron la quilla, echándolo a pique frente a 'Yucatán -respondió un tercero-, y Jem, que pudo escapar internándose en el país, vio después los cadáveres sin cabeza de sus compañel'os en la playa.

El tema de la conversación, los !}Sll que marcaba el termómetro y la calma chicha que facilitaba la venida de los piratas a remo, imposibilitando nuestro escape si nos atacaban, hacían que nuestra situa· ción fuese muy poco agl'adable. Para acabar de tranquilizarme, al salir de Belice me habían obsequiado algunos periódi.cos ingleses, en cuyas noticias marítimas tuve el gusto de leer algunos ejemplos deli· ciosos de las hazañas de aquellos ladrones. Recuerdo que una de ellas me llamó particularmente la atención. Se refería a lo acontecido pocos meses antes en la bahía de Matanzas, frente a la cual podía– mos tener la dicha de llegar dentro de veinticuatro hOl'as. Se trataba de un barco de unas 300 tonela-

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