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frente a una de ellas y eché mano de un perióiUco. Era el TIMES, y con satisfacción indecible me dí a ~ensar que ya estaba en Inglaterra. Dos negritos despiertos eran los criados: la propietaria esta. ba ausente, pero nos sirvieron los fiambres que había.en la despensa y los honramos grandemente porque durante los dos últimos días casi nos morrmos de hambre. Mis compañeros guatemalteco; se mostraron encantados de la cerveza negra, prefiriéndola al champaña y a las bebidas más raras que contenía la bodega. Por la tarde regresó nuestra buena hostelera y nos puso en posesión de toda la casa, rogando a otros dos caballeros que estaban alojados en ella que se mudasen a unas habitacio. nes que les consiguió en la ciudad. Nos alojamos cómodamente, pero lamentando la pequeñez y po. . ca altura de los cuartos.

El clima de Belice es sumamente cálido. Lo cierto es que el termómetro marcó por término medio en el día y la noche 959 durante nuestra estada allí, que fue de dos semanas más de 10 que yo pensaba. Resultó que los barcos de la caoba estaban todos a punto de zarpar, por tener que hacerlo hacia el 19 del mes, conforme a su contrata de fletamento. Durante toda la tarde me ocupé activa. mente en conseguir un pasaje en alguno de ellos, pero tuve la pena de saber que no quedaba ningu. no. Una fiebre biliosa que me atacó a la noche siguiente vino a aumentar mi congoja. Don Eugenio estaba también en cama y la perspectiva de nuestro viaje se hizo cada vez más incierta. Aquel día tuve la honra de comer con el General Codd, el Intendente, en cuya casa conocí al Mayor Shaw, su edecá.n, caballero cuya amabilidad y hospitalidad atestiguo con gran placer, asi como las de su buena señora. Ambos contribuyeron muchísimo a hacer agradable mi permanencia en, el puerto.

Lunlfs, 8 de agosto.-Hoy hicimos una excursión por agua al interior del país. Para esto se al. quilaron dos grandes canoas; en una iba la comitiva y en la otra pusieron nuestras provisiones. A unas doce millas agua arriba del río que lleva el nombre de la ciudad, desembarcamos en la choza de un negro para almorzar y de allí seguimos navegando a lo largo de siete millas más. Pasamos el día a la gitana en uno de tantos sitios rodeados de verdura que abundan en las márgenes del río. Du. rante la excursión: sólo encontramos algunos negros montados en balsas cargadas de árboles de cao. ba que llevaban a la playa del mar, donde los labl'an con hachas a escuadra antes de embarcarlos.

La mayor parte de los buques estaban ya cargados y pronto para hacerse a la vela; pero había al. gunos centenares de trozas más o menos listas para ser embarcadas y así las iban preparando en vista del siguiente embarque general, o para cualquier oportunidad que se presentase. La fiebre que me había dado era muy peligrosa. Por 10 común el paCiente se cura o muere en veinticuatro horas. Ha. biéndome salvado, me sentía muy débil, pero con buen ánimo, .y aquella pequeña excursión contri– buyó mucho a dármelo.

Miércoles, lO.-Me encontré con un Capitán de la marina mercante de .Jamaica, el cual me dijo que la fiebre amarilla estaba haciendo allí estt'agos sin precedentes; que muchos oficiales de los bar_ cos de Su Majestad estacionados en la isla habían enfermado, marchándose a Inglaterra. Hizo espe. cial mención de dos que acababan de morir y a quienes recordé haber visto en México, añadiendo que era poco probable que viniese a Honduras ningún barco de SI1 Majestad durante algunaSl semanas. Ya sólo quedaban en Belice tres o cuatro buques, de los cuales dos iban a salir solos para Inglate. rra, el MARIA y el MARGARET; los otros dos se dirigían a Nueva York y Boston.

Yo había oído referir las cosas más espantosas sobre las piraterías en el Golfo de Florida; pero por muy aterradoras que fuesen, no parecían peores que el plan de ir a Jamaica para aguardar allí un pasaje a Inglaterra. Mi objeto era llegar a la patliia con mi informe y resolví correr el albur d.e

embarcarme en uno de los buques surtos en el puerto. Con este ¡fin alquilé una canoa para ir a bor– do, pero a poco navegar se vió claramente que nuestra débil embarcación no podía resistir el oleaje que había. Manifesté mis temores a los dos boteros y me costó trabajo persuadidos de que regresa. sen para tomar una embarcación más grande. Así 10 hicieron, y no obstante ser esta otra tres veces mayor, estuvo a punto de zozobrar en la barca del río. Con la mayor dificultad llegamos a bordo de los diferentes barcos, porque el mar estaba sumamente alborotado a causa de una gran marejada. Al regreso dije a los dos negros que remaban que la canoíta se habría ido seguramente a pique.

Los dos convinieron en ello con la mayor indiferencia, pero añadiendo COn intelectual satisfacción:

-¡El señor sabe nadar!

Respondí que aun cuando sabía nadar de poco me habría servido, porque la bahia estaba l1e· na de tiburones. .

-¡Ah, si; sí, señor, muchos tiburones!- me contestaron haciendo otra mueca.

El Capitán americano era un hombr.e cortés y estaba muy deseoso de llevarme con él, lo mismo que un joven comerciante que había venido de Boston a Belice trayendo un cargamento de pescado

s~co y otros artículos del que pensaba vender una parte en Jamaica¡ pero había renunciado comple.

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