Page 120 - RC_1968_06_N93

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los, haciéndome prometer, puesto que ya coxU'lcfa yo el tamaño, t.raerle unos cuando l'eg'l'eSase ~1.e mi país, debiendo recOl'dar que debían ser del mismo color del pañuelo. Este coqueteo, que ~uvo en presencia de los habitantes reunidos del JFue¡'te, c~::u.só mucha diversión y gusto. IEI Comam'1!anie se reía entre dientes del a habilidad de Su hija y estaba satisfecho de la conducta afable y cortés de ésta para con los extranjeros. lLos soldados, que también eran africanos, mostraban su aprobación, ha–

ciendo visajes y chal'1ando, y 110S embarcamos llevándonos las bendiciones y los buenos deseos de to– dos, especialmente los de la seiiorita prieta, cuyM últimas palabras fueron: -No se olvide de los zapatos.

El estrecho paso entre el Gl'an Golfo qu.e dejamos y el Grolfiio en el cual estábamos a punto de penetrar, lleva el nombl'e del Fuel'te y se llama e, río San JFelipe. Está fm'mado de montañas cubier– tas de bosques que se alzan en ambas márgenes; la distancia entre una y otra varia entre tres y cin– co millas a lo largo del canal. lEI golfo g'l'ande estaba tan terso como un espejo; pero al enh'al' en el

l'io la corriente era bastante li'ápida.

Hacia las siete de la tarde de hoy, 25, llegamos, impelidos por una buena brisa, a siete millas de la barra, anclando en la parte más angosta del río. En aquel punto las dos márgenes estaban reves.. ti(las de altas montañas umbrosas. 'lEl mástil de nuesb'a pequeña embarcación se em'edó en las ra_ mas de los árboles que se proyectaban sobre el agua. A eso de las diez de la noche estalló una tor– menta de ti'uenos y rayos, que duró sin interrupción hasta la mañana siguiente. Las detonaciones eran espantosas y los relámpag'os casi nos cegaban; el calor era intensísimo, perOl l'esultaba imposj_ ble tener abiertas las escotillas, porque la ~q'i.lleiia cámara habría sido inundada por la lluvia. Jl)on Francisco y yo probamos a dejal'las cerradas, pero no pudimos aguantar y nO nos quedó más recur– so qne el de sentarnos sobl'e ilJubieda, CXlnwstos aJ rigor espantoso de la tol'menta. DeSllmés de aque–

lla noche infeliz anclam.os :JI bIS cin.co ~le la maiíana siguiente fl'ente a la Vigía, situada a nuestra de. recha. Un poco más adellan.te vimos en el agua algunas estacas llal'gas que marcan el CUll'ZO del canal. 'lEn aquel punto la goleta tocó el ][ll'ilmel' banco de arena de veinte yardas de largo sobre una barra de cinco y medio a seis pies. Este banco se extiende al travéS de una pequeña bahía de unos tres Cuan'– ,tos de roma de ancho, junto 11- na salida del canal que en algunas partes no tiene un cuarto de milla de anchura. Lo eiel'to es que mil'ámlo1o desde la bahia parece un riachuelo que corriese en el fon– do de una barranca cubierta de bosques. A veceS se varan los barcos en la bal'l'a durantes tres o cuabo días; la brisa del mal' sopla sobre ella diariamente de las 10 a las 11 a. m., lo que aumenta la profundidad del agua, porque repele la corriente del río; de modo que las embarcaciones qllle calan más de J!o de costumbre en la bal'l'a, fondean. del ¡!I.do interno de ésta y trasladan su lastre a estri– bor, mediante lo cual ganan oh'o pie de agua. Un buen viento nos llevó a las once a la punta Mana– wick y a la una estábamos 1lR'lillte a los Siete Cerros. Durante el resto del día y toda la noche no avanzamos, porqu.e tlllviwWEl ®E Wll®lillill> d®ll N4lJl'«1leste lI1lil'll:Jctamente en «lonh'a y sil!'flllió ]la mISlin.O tiIlul'ante todo el! sig'uiente «Ha ~3.

Teníamos Jlao iCaR'as hm'R'iToXemente quemaIDlas y nenas (le amponas a eaUSa del calol' y estibamos mtuy ilJal1lsados lliell. viaje, illl(() obstalute líJl'llle Slíl le ((jOllsi.1Jlemba como bastante favorable. lLo hicimos en @inco días y rara vez se emTt'llleailll menos de ©in.co a ocho en h' a. BeHce y ii:1!.e ocho a i!lliez desde este Rugan' a lIzaball.; porque ClJil li!n 1Í1lHiool@ <llaso se tiiene la corriente en contra en los puntos en que el vieu.

to sería más ú.til, ]p,ero lo detielllen las altas vallas que circundan el estrecho canal; de suel'te que es menestel' salirse del bali.'co y lrcmolcal'1o con inmenso tI'abajo a lo lIargo de la orilla, luchando eon las l'amas de los árboles y las obstl'URCciones· que presenta la aspereza natural de las mál'genes.

MlIS SEN'.Irl!MlIlEN'.JrOS .AL JLLlEGAR Ji UNA COLONIA BRJI'JrANJICA,~MlE fuLEVO EL, ClHIASCO DJE NO ENCONTRAR UN PASAJE EN LOS BARCOS DE LA CJWBA, ~ UN ATAQUE bU FJrEJBRE. ~

ME TRJELAmONO CON EL llN'JrENDEN'JrJE Y lLOS lHIABJr'.JrANTES, ~ lLA JF:rEBRlE AMAlIUlLlLA HA– mENDO ESTRAGOS lEN .JrB,MAmA,~ENJAMBRlES DE ]PIRATAS EN EL GOLFO DE lFlLORmA.~

TOMO UN PASAJlE lEN JEJL !ffilUQUIE IVJlERCA.NTE "MARGARlE'.Jr".

Eran las cinco de la tarde cuaml0 desembalcamos en Belice. Al pasa¡' junnto al fuede lI.Jiue pro– teje la boca del l'ío y toda la ciudad me llamó mucho la atención la lozanía de algunos niños hijos de los soldados de la Gual'llición. Nos Hevaron a la única posada del lugar, regida por Mrs. Ebring– ton, inglesa de buena presencia, gorda, rubia, de cuarenta años de ,edad y viuda de un Oficial in– glés. Las habitaciones tenían también las caractel'ísticas peculiares del confort inglés. El aparador estaba cubierto de copas de todas formas, desde las de champaña, con su talle de dandy hasta J!as de 31'On, de ancho fondo. Mesas de caoba, de pulido aspecto, con sus l'espectivas sillas y simétricamente dispuestas, invitaban a los huéspedes a gozar de comidas bien preparadas y excepcionales. Me senté

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