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Como lo indica su nombre, el lago Dulce no es de agua salada. Tiene ,una hermosa extensión de treinta' millas por veinte y ofrece un lindo panorama cuando se viene bajando hacia la costa. Como la caleta que conduce al pequeño golfo (Golfito) que se comunica con el Atlántico es muy estrecha, su boca no es visible y las márgenes del golfo están por consiguiente formadas ..,..hasta donde al– canza la vista- por vertientes cubiertas de espesos bosques que se alzan gradualmente en un espa– cioso Y verde anfiteatro.

La goleta estaba fondeada a una media milla de la playa y embarrancadas en ésta había tres o cuatro embarcaciones más pequeñas y algunos botes y canoas. El pueblo se compone de treinta ca– sas medianamente construídas con aspecto de chozas y diseminadas en un cuadrilátero de un cua,rto de milla. Algunas de ellas están a treinta yardas de la orilla del agua; la marea es muy ligera. La población se compone de unas 100 almas, sin contar los militares que sirven en la defensa del pue. blo; no pasaban de veintisiete, entre oficiales y soldados, los que había entonces.

La única casa pasablemente cómoda es la de Mr. Renson y a ella nos encaminaron. Al entrar en el patio exterior me encontré con el pobre Mr. O'Reilley. Nunca olvidaré la alegría que mostró al verme. Había sufrido mucho en su viaje por el golfo y estaba muy temeroso del que tenía que ha– cer hasta la capital. A la verdad, por mi aspecto podía convencerse de que no era cosa corriente; por. que mi chaqueta blanca de algodón y mi cara estaban salpicadas y cubiertas de barro que habían perdido su aspecto natural; mis botas o polainas de cuero eran una masa de arcilla medio seca, y mis calzenes ingleses, también de cuero( generalmente los usaba, para montar a caballo, sin botones en las' rodillas), habían tomado igualmente aquel extraño color. Teníamos por supuesto mucho que ha– blar, y habiéndonos dejado solos nos pusimos a conversar. Supe que la Comisión que había llegado a Belice era la encargada de investigar las leyes de las Indias Occidentales y no tenía nada que ver con las que se había,n enviado a las nuevas Repúblicas. Mr. O'Reilley me dijo que en su calidad de 'Cónsul no debía intervenir para nada en 10 que yo tenía que hacer; al contrario, le habían ordenado pedirme todos los consejos y auxilios que pudies, necesitar como un recién llegado que ignoraba la

política y las costumbres del país, y también me aseguró - lo cual no era poco consuelo en mi situa. ción del momento - que en Inglaterra no se creía firmemente que yo cumpliría bien el encargo que se me había dado. A mi vez lo enteró del estado exacto de las cosas en la República; le di mi caba– llo y mi equipo de viaje que para él era valioso, porque no traía silla de montar ni polainas; le ob– sequié también los demás objetos que podían convenide, inclusive el chino. El me dio un filtro y al· gunas otras cosillas útiles para viajar, y después de este interca.mbio de buenos oficios nos separa– mos al día siguiente, domingo 24 de julio, a las siete p. m., hora en que me embarqué en la goleta que lo t:.:ajo a él de Belice.

Pocos minutos antes de salir de la casa me llegó un correo extraordinario del señor Sosa, Mhiis– tro de Relaciones Exteriores, con el cual me envió una cajita con muestras de los diferentes tabacos producidos en el país, arreglados en forma de cigarros. Debí decir que ayer visité a D. Indalecio Per– gamo, Comandante del pueblo. El pobre hombre lIadecía de fiebre intermitente: estaba acostado en su hamaca y terriblemente flaco. Al parecer, apenas le quedaba un milnuto de vida. Me asomé a su casa para despedirme de él antes de embarcarme; pero se hallaba inconsciente y 10 dejé por muerto. Aquello era un triste ejemplo de 10 malsana y mortífera que es la costa de Izabal.

Logramos proveernos de unos pocos pollos que con algunas cebollas, chiles verdes y un poquito de pan fresco fueron nuestras provisiones para el viaje. El lugar donde nos embarcamos, que figura en los mapas con el nombre de Bodegas, está a diez y siete millas del primer estrecho. Hacia las sie.

te de la mañana siguiente llegamos al uerte de San Felipe, a la margen izquierda del estrecho y sa· liendo de él. A bordo de la goleta había cinco hombres del Capitán, el cual bajó a tierra para mos– trar sus papeles al Comandante del Fuerte. La batería constaba de cuatro cañones de a catorce y veinticuatro que dominaban el río en ainbas direcciones. El Fuerte está situado en alto y detrás ele él hay cinco o seis viviendas mediocres; la del Comandante es un poco mejor que una choza, y como prendida la Guarnición habia allí menos de treinta personas.

El Comandante, hombre de unos cuarenta años, de la casta de criollo y negro, era muy cortés y nos hizo servir un desayuno. Le brindé una buena recompensa, pero no quiso aceptar ninguna. Por lo tanto obsequié a su hija, una muchacha rolliza que poseía en alto grado todas las supuestas perfecciones de la belleza negra y llevaba un tUlbante formado por un pañuelo ordinario. Yo se 10

quité, y como tenía en el bolsillo un hermoso pañuelo de seda china color de castaña, se 10 arrollé en la cabeza, dejando que ella 10 anudase a su gudo, lo cual hizo en un, periquete y con tanto desem. barazo coom si estuviese acostumbrada a ataviane de aquel modo, preguntándome qué otra cosa te– nía que darle. Se mostró particularmente deseosa de poseer mis zapatos y se loS puso para probar.

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