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« Previous Page Table of Contents Next Page »naban los á¡'boles más corpulentos y rompían a ratos el silencio profundo del paisaje con sus gritos estridentes y atel'1'a(lores. De vez en cuando un gran mono atravesaba como una flecha el sende_ ro y asomándose detrás del tronco (le un árbol nos hacía muecas cuando pasábamos; de pronto por en– tre los enmarañados juncos, oíamos o creíamos oír deslizarse algún animal y ala¡'gábamos instintiva. mente la mano hacia las pistolel'as, Podía sel' un tigre, porque no escasean en aquellas soledades sal. vajes. Entre tanto las pobres mulas se hundían a cada paso hasta la cincha en la ciénaga profunda,
y cuando el suelo estaba firme era tan resbaladizo por la humedad que casi no podían tenerse en pie.
Al dil'Ígirnos a la montaña bajamos a unas grandes l1anul'as que lindaban Con selvas. Habíamos caminado una legua después de salir de Mico cuando se notó que faltaba una de las mulas que traían el equipaje. Se la buscó du¡'ante media hora sin que apareciera; había quedado en una de las sel. vas por donde pasamos y lo único que se podía hacer era reg¡'esar para buscarla. lEn aquel apuro mi fiel l\'Iurillo dió otra vez un paso aL frente. Llevando una vara en la mano para no rebalar en las es– trechas y oblicuas veredas que a menudo cOl'l'ian al borde de preCil)icios y sin más ropa que unos cal– zoncillos cortos, hizo dos o ti'es pl'eguntas pertinentes al capataz de los arrieros y penetró. rápidamente en lo más espeso de la selva. No había transcul'1'ido media hora cuando lo vimos venir a lo lejos cou la mula perdida. Yo había estado temiendo mucho que no pareciera y por supuesto que llevase el único .equipaje cuya pérdida podía ser una calamidad, es decir, mis papeles. Por una coinciden. cia extral9rdinal'Ía este era cabalmente el caso y ninguno se alegró tanto como yo de ver la mula. !La pl1egunta hecha por Murillo al arriero denotaba el conocimiento que tenía de la índole de estos anima– les y su competencia y utilidad como guía en viajes tan difíciles como aquel. lLe había prepuntado de qué hacienda era, sabiendo que al perder la :I.'ccua tomaría instintivamente el li'Umbo de la mis. ma y en esa dh'ección iba en efe~tQ) 4}1J!ando la eueontl'ó y la trajo.
lEmpleamos ocho hOl'as de t¡:abajo ¡'l1do en pasar la montaña; unas cuatro para subir y otras tan. tas pal'a bajar; porque el camino eJi.'a 16! bastante valiado pa¡'a impedir un avance uniforme en dmal. quier dirección. lLas pocas llamn'as que había eran profundas cañadas en que las bestias no encon– ti'aban suelo firme y se hundían casi siempl'e en el lodo. En las laderas se pegaban algunas veces con la carga en los angostos (lesfiiadel'os de ¡'oca, o se hundían con las cuatro patas tan metidas en las cavidades que no podían moverse. Cuando esto sucedía, los arrieros las descal'gaban y entre to– dos las extraían de sm prisión. Cada paso era un trabajo: cada pata se sacaba de un hueco, hasta en los sitios más fh'mes, para ponerla al borde de otro en que caía a causa del lodo grasoso de la super_ ficie. Muy a menudo los pobres animales quedaban detenidos por la carga o la panza, porque el hueco era fan profundo que no pisan a fondo, lEn estos casos tuve alguna dificultad para mane– jar mi caballo, porque siempre procuraba poner los cascos fuera de los huecos, siendo así que la cali– dad del camino no lo permitía. Al prhicipio se enfureció y amenazaba despedazarse; pero poco a po.
CO, a medida que lo fui obligando a metei'se eill. los¡ huecos, empezó a camina¡' muy conh'a SiR gusto. lE¡'a el único caballo de toda la 6a¡oavana y me babían aconsejado mucho que fuese en una mula; pero yo sabía lo que importaba h' bien numtatllo y tuve motivos pal'a feliciial'me ¡fiLe lilO habei' llJedido en aqueUa ocasión Bi en niUlf!Ulifi!Ji, IIItm.
A dos leguas del mal' me avenim'¿; a metel'me solo eRfi la sclva eoill. la g:l.'ata eSl\Jcl'anza <ite vel' las aguas que comunicaban Ras costas il.)iue )[Ironto iba a. aeial' con Ras otl'as a las cuales me dhigia. Ya bao bía treminado lo arduo ~le la jm'nada y los follajes tropicales anunciaban las regiones bajas del Puer– to de ][zaba!. !La rapidez de mi <lJaminata me hacía pensar que ya debía haber negado si subiese se– guido el buen camino, y la posición del sol me indicaba que no podía estar equivocado; pero como aún faltaban hes horas de luz y el sitio el'a de una belleza romántica, eché pie a tierra y le dí agua a mi caballo en un arroyo que Cl'uzaba la vereda. Al volver a montar pasó un indio, el cual me dijo que no estaba lejos del camino y que los arl'Íeros debían pasar a cOl'ta distancia de allí, o tal vez por aquel mismo lugar. Como p¡'ocel1ílA de lIzabal lo detuve IJara hablar Con él aCerca de este pueblo. Sabía de la negada de una goleta inglesa el día allterior por ia tal'de y, se¡;'ún pude averiguar, que en ella venía Ml'. Reiliey. lU 0abo Q)]e RJíle(Ua hOli.'a mi compañero, mil'ando POi' entre la selva, dijo:
-AlLlLJr lESTAN (1) ~p,eli'O liafla ]lmde veA' __!LAS MUlLAS, SlEl~OR. (2).
Transcurrieron dos o tres mi:ilu~os antes de que yo lograse distinguirlas. Iban pasando a los lados por entre la maraña salvaje de la selva. Una hora después entramos en lfzabal. Saliendo de los bos– ques y durante una milla o dos, ]las últimas, pasamos por callejuelas cubiertas de verde césped que debían de ser bastante transitables limando no egtuviesen tan cenagosas como entonces.
(1) En español en el texto. (2) En español en el texto.
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