Page 117 - RC_1968_06_N93

This is a SEO version of RC_1968_06_N93. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »

Nos embarcamos con el equipaje en dos botes; el más grande llevaba además todos los arreos de las mulas. Estando en medio río vimos, que no había modo de hacer entrar las mulas en el agua. En la orUla opuesta un hombre agitaba el cencerro de la guía: P' ro las mulas tenían bastante entfilndimiento para ver que ésta estaba con ellas y ~o hacían ningún caso de las llamadas. Podíamos ver a los arrieros empujan– do la yegua al río y lograron hacerla entrar en él más de una vez; pero el animal salía estrepitosamente a LIa margen más cercana. a la misma que había dejado. Viendo aquel dUerna, Murillo pidió que 10 volviesen a llevar a la otra orilla, porque decía tener la seguridad de hacer pasar todas las mulas. De suerte que se lo llevaron en la ba\l:ca \'n que nos pasaron a nosoiros. Al llegar al punto donde estaban las bestias, ató un"a cuerda al cueUo de la yegua y ésta 10 siguió tranquilamente al río y se fue nadando tras él: las mulas la siguieron por supuesto, pero tenían que bregar rudamente contra la corriente, y al igual de la guía, na:• • daban manteniendo la cabeza casi río arriba; pero aun haciendo este esfuerzo contra la corrientes, algunos de los animales más débiles salieron a considerable distancia del punto a que Se proponían llegar, aguas abajo. En una hora se volvieron a cargar y entretanto pasamos por un ~anjón. que era la salida del vado. y llegamos a una choza en la cima de la cuesta: y siendo la hora de comer aprovechamos el Hempo y lo que allí había.

El chino, que entre sus numerosas habilidades se preciaba de saber cocinar, tenía ya' bastante adelan. tada la preparación de un eurry. reempllW:ando el chile con este polvo. Probó ser un arHsta competente y nos reaprovisionó de pollos vivos, colgándolos despiadadamente por las patas de las pistoleras y la bao ticola de su silla. a extremo de que parecía montado en un lecho de plumas. Como las aves Se quejaban de su situación, él les decía muchos aforismos originales. muy del gusto de los arrieros. Ya había senfado entrEi eilos ~laza de gracioso y en su aspecto había algo tan grotesco que la mayor parte de los que forma. ban la cOD:1ifiva apenas podían contener la risa al verlo. De suerte que todo lo que decía. por sandio que fuese, resultaba un buen chiste.

Habiendo tardado en el camino dos días más de 10 que esperaba, temía que la goleta (1) que el Gene· ral Codd. intendente de Belice, había tenido la amabilidad de enviar a Izabal regresase sin mí. al ver que yo no había llegado en la fecha señalada. Por este motivo don Eugenio se adelantó para informar al ca· pitán de mi próxima llegada: pero al llegar nosotros a Mico. la penúltima etapa hacia la costa. tuve la sorpresa de hallarlo allí. charlando muy ale'gremenla éon la sobrina del posadero. - Muy acertadamente 'Se había enviado a un indio a desempeñar la comisión. por consejo del dueño de la venta. el cual dijo que el joven no podría pasar la montaña antes del anochecer, porque su mula no era muy buena y la selva es– taba llena de pantanos y barrancos peligrosos. Me alegré de saber que el posadero había mostrado tan· to acierto y discreción y nos prepMamos para pasar cómodamente la noche.

La joven. que se llamaba doña Juana Toribia Samaya, era la vida y ornamento de aquel sitio lúgubre pero pintoresco. Había llamado la atención de otros viajeros europeos y me mostró una Biblia que le ha· hía obsequiado el Cónsul de los Estados Unidos, en la cual estaba escrito su nombre completo. tal como lo he copiado, junto con el donante. Parecía encantada del regalo. aunque no le era de mucha utilidad. porque, según creo, me dijo que no sabía leer. Da ~u conversación con don Eugenio resultó que dos años antes habían tenido el gusto de conocerse. Nadie podía verla sin admirar su belleza; era también muy prudente y me dio un consejo personal que desde luego me desconcertó, causándome sorpresa. Me dijo que después del anochecer no saliese descalzo, porque había serpientes que algunall veces trepaban a los postes del marco de la puerta y cuya mordedura cau!1aba una muerte instantánea.

El dueño de aquella posada (2) se llama don Manuel Manzano y todos los que arriban a Izabal y de· sean seguir tierra adentro, deben dirigirse a él con (>1 objeto de conseguir mulas para el viaje.

CAPITULO 29

PASO DIFICIL DE LA MONTA~A.-LLEGO A IZABAL.-ENCUENTRO A MR. O'REILLEY.-RE–

cmo UNA CARTA DEL S~OR DE SOSA, MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES.-EL FUER,. TE DE SAN FELIPE.-SALIENDO DEL GOLFO.-DESEMBARCO EN BELICE.

Al día siguiente, sábado 23 de julio, salimos a las nueve de la mañana para emprender el paso tremendo de la montaña. En todo tiempo es laborioso; pero durante la estación de las lluvias casi no se pueden pintar las dificultades que presenta.

La tarde anterior, antes de llegar a Mico, pasamos por un campo de las más espléndidas palmera~

que he visto. Guacamayos y otros loros, así como diferentes pájaros de soberbios plumajes, tacho-

(1) En español en el texto. (2) En francés en el texto.

69

Page 117 - RC_1968_06_N93

This is a SEO version of RC_1968_06_N93. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »