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CAPITULO 27

SALGO DE ZACAPA PARA GUALAN y DE ALU SIGO PARA ENCUENTROS.

A cuatrQ leguas de Zacapa paramos para dormir en un pueblecillo miserable llamado San Pablo en don– de vivían en chozas de cañas unos 300 indios notoriamente estúpidos, mal formados y muy pequeños de cuerpo. Entré en algunas de aquellas cabañas, sentándome a charlar con los habitantes: pero no pude sacarles nada. Conocían poco de la capital de Guatemala y nunca habían oído hablar de sus actuales go-bernantes; sabían hacer tortillas, (1) o tortas de maíz, y beber aguardiente: (2) no porque fuera cosa comlÍn entré ellos la ebriedad, pero en la preparación de estos dos artículos parecía consistir todos sus goces de . la vida. Nuestro alojamiento en aquel sitio fue por supuesto muy infeliz. Al reanudar el viaje, una mu–

j~r borracha nos pidió con mucha importunidad medio real ,para comprar aguardiente. Una petición tan 'poco juiciosa no fue por supuesto atendida, y a las seis de la mañana tuvimos la satisfaccióri de ver que ya íbamos caminando. Nos detuvimos en un pueblo llamado Zinzín para almorzar. La posada en que nos . alojamos la manejaba una familia muy numerosa compuesta de la madre y seis hijs, la menor de las cuales tenía cinco años. Mientras la madre cocinaba en una choza aparte, sus hijás estaban tendidas en las hama– cas o las camas de la vivienda principal. Estas niñas eran al parecer tan inolientes cOmO bonitas: pero no seguirían siéndolo probablemente, porque su madre estaba lejos de tener una conducta ejemplar. Continuamos nuestro viaje por un país poblado de grandes bosques y sumamente pintoresco, y des– pués de caminar once leguas durante el día paramos en Gualán, alojándonos en casa de doña Santa María Zafra. Se juzgó convemente renovar allí nuestras provisiones. Habían empacado el pan estando todavía

calient~ y se fermentó poniéndose ácido y duro. Hasta aquel lugar 10 habíamos aprovéchado bastante bien: pero como rara vez encontrábamos algo. salvo tortillas. (3) y era todavía menos probable que pudiése– mos hallar pan en el resto del viaje, 1& señora se cuidó, no sólo de proveeJ:'nos de ese alimento. sino tamo bién de los demás que pudiéramos necesitar.

Contiguo a la gran sala (4) había un CU81'to donde estaban cuatro o cinco mujeres cosiendo u ocupa· daS en otros oficios ligeros como el de hacer puros (5) y cigarrillos. Las agradé mucho comprándoles gran cantidad de estas cosas. y supongo que el precio que les pagué p,or ellas debe de haberles hecho concebir una idea bastante alta de la generosidad del carácter inglés y esto erá lo que yo deseaba. Me fellcitaron por el gran cargamento de tintas, (6) o índigo, que llevaba a mi país: y al decirles yo que mis baúles no contenían ninguna clase de mercaderías. parecieron muy sorprendidas y ansiosas de saber 10 que había en ellos. La hija de la casa, doña Francisca, una chica plácida. de buen carácter y casera. vino a cenar con nosotros. cedió su cama. que estaba en la sala y parecía servirnos con tanto placer como molestia habían sentido otras en iguales circunstancias. Entretanto nos estaremos de que tenía muchas relaciones ,en el pueblo y de que por alguna extraña coincidencia todas ellas habían resuelto visitarla al mismo tiem– po. Señoras viejas y jóvenes vinieron a ver a la pequeña doña Francisca. Al principio parecía muy sor– prenpida de recibir tantas visitas inesperadas: sin embargo soportó su intrusión con mucha paciencia, al

nota~ que tenían más curiosidad de ver al león que a la ovejao.

!\ la mañana siguiente doña Francisca. se mostró también curiosa al ver los pocos objetos corrientes que contenía mi estuche de viaje, reducidos entonces a 10 indispensable, porque en el curso de mis viajes me había costado poco trabajo inducir a los admiradores de esos adminículos a aceptar algunos. Con todo, le obsequié un peinecito que pareció gustarle particularmente y me honró con el encargo de traer– le, cuando regresase al país, unas tijeras de las más finas que se fabriquen en Inglaterra. Ojalá que no se quede esperándolas.

Habiendo visto al siguiente día. 20 de julio, a don Juan Antonio, corresponsal de Mr. Baylley, de la ca– sa de los señores Barclay, y también al cura don Miguel Reyns, el único padre (7) a quien encontré en su puesto en mi viaje desde Guatemala, salimos a las cuatro de la tarde, y pasando por una región que pa· recía un parque llegamos a unos tinglados que estaban en una altura en campo abierto. rodeados de gran· des arboledas y matorrales: alli nos quedamos para pasar la noche. Aquel sitio de parada, situado a cua· iro leguas de Gualán, se llama el Rancho de Iguana. Se soltaron las mulas para que aprovechasen el buen pasto durante la noche, y. como yo me 10 temía, se demoró nuestra salida una o dos horas por la mañana, mientras fue posible reunirlas. Una de ellas se había extraviado y los peones. después de explora~ el si– tio en media legua a la redonda lograron traerla a' fin, valiéndose de la yegua (8), que guiaba las mulas. A este animalIa educan para desempeñar este oficio y es enteramente necesario tener uno para cada recua. La joven guía (siempre se da la preferencia a una potranca de color claro para que la distingan mejor las

'(1) En español en el texto.

(2) En español en el texto. (3) En español en el texto.

(4) En español en el texto. (5) En español en el texto. (6) En español en el texto. (7) En español en el texto. (8) En español en el texto.

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