Page 79 - RC_1968_05_N92

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blicas del Centro, o mejor dicho, declarar la guerra al resto de Centro América? Su clara inteligencia, amigo mío, le dice que eso sería imposible, que Chamorro, aun triunfando sobre las dos Falanges, quedaría por supuesto más debilitado que antes Y esperando siempre la nueva reorganización de los emigrados en Honduras y Costa Rica que supondría volverían a la carga de un momento a otro; esta situación, pues, por tanto tiempo indefinida, no la soportaría el pueblo nicaragüen– se y lo obligaría a separarse o lo apartarían de hecho: Aquí tiene Ud., pues, explicados los fundamentos que tuve para proponerles el plan de operaciones a que se refiere en su carta del 3 del corriente que le dirige al Presidente de la Repúbli. ca. En ella manifiesta Ud. que debe haber de antemano acilerdo entre los Gobiernos, antes de lanzarse en el terreno de los hechos. Nada más natural que esto así debe ser; pero Ud. se olvida de que este acuerdo existe, puesto que al dar Guatemala a Jerez 500 rifles con su dotación correspondiente y $ 10,000.00 en dinero,al mandar también Ud. dinero y otros elementos a Amapala al mismo Jerez, y al mandar yo de San Salvador dinero a Jerez, estando con el carácter de Ministro Plenipotenciario de Costa Rica, y después este Gobierno, en– viar al Presidente de Honduras una cantidad con el Licenciado Castellón, cuya suma de $ 5,000.00 Soto compartió con Jerez, y al situar este Gobierno otra cantidad en Puntarenas para que siguiera por el vapor del 27 del pasado para que se la re· mitiese a Jerez, se deduce de todo esto que los Gobiernos que tales pasos daban tenían la firme resolución de que Jerez se lanzase a Nicaragua. Entonces nada más natural que procu– rasen que esa gente no estacionara, mas, que pasada la épo· ca de las lluvias, abriese sus operaciones: tal era la creencia de este Gobierno y la mía, que el doctor Herrera venciendo mil dificultades, había alistado $ 25,000.00 para enviar a Hon· duras a Jerez y Soto, 15 mil en este mes y 10 mil en el en– trante.

"La escisión que desgraciadamente ocurrió entre los cau– dillos de la Falange en Honduras le da a Ud. perfecta razón para las apreciaciones que hace en sus estimables a que ano tes me he referido; pero no para que este incidnte nos desalien– te y paralice nuestros proyectos. Ese es un incidente de fá– cil reparación y que no hará más que producirnos un ligero retraso de positivas ventajas para nosotros en las actuales circunstancias; pero francamente, asuntos de la importancia de éste y en la situación en que se ha colocado, necesitan tra· tarse de viva voz, y es por esto que, a pesar de las inmensas dificultades que tengo que vencer, más por mis asuntos per– sonales que por los políticos, puesto que el doctor Herrera, con su inteligencia que Ud. bien conoce, ha podido ganar mu– cho terreno a extremo que nada hay que temer por el orden público, estoy decidido, de acuerdo con él, a pasar a esa aun· que sea por unos pocos días para que definitivamente acor– demos de acuerdo con el General Barrios el plan que debemos ejecutar.

"Con mis finos recuerdos a los amigos de esa me repito su invariable amigo,

(f.) T. GUARDIA "Adición. Ya nuestra situación con el Gobierno de Nica· ragua está definida. Este Gobierno se ha visto en la penosa necesidad de aceptar la clausura de relaciones que aquel Go– bern? declaró de hecho, no al no contestar la autógrafa del Presidente Herrera, porque esto podía atribuirse al extravío

d~ la correspondencia, o a una distracción muy punible por

c~erto, o si Ud. quiere hasta a un acto de malacrianza; pero

SI ~l contestar el ministro nicaragüense que no reconoce el gobierno inaugurado el 30 de julio. Sometida esta cuestión al Consejo de Estado, éste acordó, por unanimidad absoluta, se

cor~asen relaciones oficiales y comerciales, así es que, como atras lo dije, nosotros estamos definidos y ahora sólo quedan Uds. ~n la dificultad en que se hayan colocados habiendo re·

cono~ldo este Gobierno y aprobado este tratado de alianza que yo firmé en Guatemala y al cual se adhirieron El Salvador y Honduras, y el cual consigna que las partes contratantes re~

cono~erán como enemigo al que lo sea de una de ellas: más ya t

conf!O en que Uds. se colocarán a la altura de las circuns– anclas.

Vale. GUARDIA." Don Anselmo H. Rivas comentaba esta carta así: "El desenlace del conflicto de 1876 demuestra cuán in– Fyecto erl.l el j~icio del Grat Guardia respecto de las dos a anges nIcaraguenses al Sudeste y Oeste de la República,

y del espíritu que animaba en aquella época al pueblo nica. ragüense. Este se levantó como un solo hombre desde la frontera Sur hasta los confines del Setentrión. Cada solda– do tenía el convencimiento de triunfar en la desigual e injus– ta lucha de los cuatro Gobiernos vecinos con~ra Nicaragua; y para que se vea el efecto moral que producla esa alianza en el ánimo del Gobierno y del pueblo, recordaremos un hecho que se publicó en su oportunidad. Queriendo los Gobiernos vecinos triunfar de Nicaragua sin correr los azares de un combate, dispusieron enviar a este país cuatro Plenipoten– ciarios, uno por cada República, con la embajada de pedir al Sr. Chamorro que se separase del poder. La noticia le fue comunicada al Jefe del Estado por dos nicaragüenses carac– terizados, uno residente en El Salvador, otro en Chinandega. A ambos contestó el señor Chamorro que a tales comisiona– dos no les haría el honor de recibirlos y que los haría salir del país con cuatro soldados y un cabo; que Nicaragua no se rinde a ninguna fuerza moral, y que para vencerla se necesita empeñar la fuerza física que este pueblo está dis– puesto a repeler." (97)

Por último, en diciembre de ese año, Guardia instaba a Zaldívar que diese armas y dinero a los Generales Baraona, García, Tinoco y otros con objeto de que levantaran una re– volución en Honduras mientras El Salvador atacaba a Gua– temala. (98 )

Gomo se ve, pues, el General Guardia era un incurable revolucionario que, a imitación del Presidente Barrios de Gua– temala, promovía la revuelta al gobernante que no le agra– daba o no se prestaba a sus planes y deseos.

EL ALUVION

Antes de que Nicaragua se viera libre del espectro de la guerra, otra calamidad de orden natural vino a poner a prueba los esfuerzos del mandatario en su plausible empeño de hacer progresar a su Patria.

El 4 de octubre de 1876 la capital de la República fue casi totalmente destruída por un aluvión que bajó de la Sie– rra de Managua, situada al lado Sur de la ciudad.

"Entre las 9 y 10 de la mañana del 4-refiere la Gace– ta-, y mientras la generalidad de los habitantes almorzaba tranquilamente, se oyen gritos de alarma y de terror en va· rios puntos de la ciudad.

"Una corriente furibunda, negra y fangosa se había es· parcido en varias de las calles principales hasta la elevación de dos, tres y cuatro varas, haciendo un ruido terrible y

arrastrando en sus vórtices espantosos, inmensos troncos de árboles y piedras de gran tamaño.

"En la misma plaza de la Parroquia y de San Miguel el agua subió hasta una vara de altura.

"Inmediatamente las casas adyacentes fueron inundadas sin que sus habitantes pudiesen poner a salvo sus muebles

y demás enseres y ni aún siquiera el numerario, quedándo– les apenas el tiempo suficiente para librar sus vidas, muchos teniendo el agua hasta más arriba del pecho.

"La situación era terrible. Mujeres con chiquillos en los brazos y con líos en la cabeza iban corriendo despavori– das en busca de un asilo. Pequeñuelos llamaban a gritos a sus madres; éstas buscaban a sus hijos; ayes, quejidos, sú– plicas elevadas al cielo; ancianos que pedían socorro, hombres arrojados que, dando gritos, se precipitaban en la corriente para salvar a algún infeliz, arrancándolo a las garras de la muerte; y por encima de esos mil ruidos confusos y apagan– do a todos los demás, se oía el de las furibundas avenidas que como negras serpientes bajaban de las montañas, rebo· taban y se retorcían aullando y destruyendo cuanto encontra· ban a su paso."

Las pérdidas fueron considerables: hubo más de treinta muertos; gran parte de los cafetales de la Sierra vecina fue– ron arrancados; se perdieron muchas sementeras y potreros, pues quedaron sepultados bajo una capa de arena, lodo y

piedras; muchas casas fueron arrasadas por la impetuosa co– rriente, y quedaron arruinadas las que no fueron destruí– das.

El Presidente Chamorro estaba en León al frente del Ejército, pero su esposa doña Luz Bolaños de Chamorro aten– dió solícitamente a los damnificados, dándoles alimentos y

(97) La carta y el comentario fueron publicados en El Diario Nicara– güense, correspondiente al' 7 de Mayo de 1887.

(98'), Carta de M. A. Soto al Presidente Chamorro, 29 de Julio de 1878.

archivo del Dr. Pedro Joaquín Chamorro.

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