Page 19 - RC_1968_05_N92

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ESTADO E IGLESIA

Nosotros hemos establecido de una manera clara y terminante la separación material del Estado y la Igle– sia, y sólo hemos conservado lo que es imposible sepa– rar: la unión moral de lás dos potestades; nada de pa– tronato, nada de presupuesto civil para el clero; ni siquiera hemos establecido la condición de que pertenez– ca a la religi6n católica el Presidente, como estaba con– signado en la Constitución de 58. Lo repito, en el pro– yecto de Constitución hemos establecido la separación administrativa y econ6mica de la Iglesia y el Estado y sólo hemos conservado la unión moral, es decir, la unión del Estado y la religión.

"Oigo hablar de que el hecho de proclamar la unión de la Iglesia y el Estado constituye una amenaza para los otros cultos; y aparte de que en la misma Cons– titución se garantiza el ejercicio de todos ellos, ese temor revela un desconocimiento completo de lo que es la re– ligión católica. Se olvida que la libertad es la base subjetivC!l de su mGlral; más todavía, que la libertad es dogma de nuestra religión, de tal modo que si renun– ciáramos a ella, o la negáramos, por el mismo hecho dejaríamos de ser católicos y caeríamos bajo los anate– mas de la Iglesia. Y es tal el respeto que tiene Roma por la libertad de los otros, que bajo el poder temporal de los Papas, bajo la inquisición del Santo Oficio, con el Sílabus, existían en la capital del orbe católico un templo protestante, el de Getho, y una sinagoga judía en la Puerta del Pueblo. Más aún: los judíos vivían allí bajo sus leyes, y sus casos de divorcio eran fallados por los tribunales del Papa, abriendo las leyes de Moisés. Así practicaba Roma la libertad de conciencia, y creo que no hay gobierno en el mundo que lo haya hecho con la sinceridad con que Roma lo hizo.

Hay leyes anteriores y superiores a las leyes huma– nas que están por encima del hombre, sobre las cuales no pueden pasar ni los legisladores ni el pueblo mismo. Son las leyes morales de eterna justícia, que hemos con– signado en la Constituci6n, y a las cuales están sujetos todos; los pueblos como los individuos, los gobiernos como las instituciones.

CENTROAMERICANISMO

Nada habremos conseguido de positivo y estable si no mantenemos la obra de acercamiento y de intercam– bio de ideas, sentimientos e intereses, sobre los sillares inconmovibles de instituciones que aseguren el ejercicio de una recta justicia y de una ordenada libertad, pene– trados de la responsabilidad que nos íncumbe como re– públicas ante nosotros mismos y ante las otras naciones civilizadas del globo. No a otra cosa debe su éxito so.... prendente esa gran nación americana, la más perfecta institución republicana del mundo, que se presenta a nuestra vista atónita, mostrándonos cómo un sabio régi– men de libertad y de justicia mantienen la unidad y el concierto de inmensa muchedumbre de hombres de dife– rentes razas, climas, religiones, costumbres y lenguas, distribuídos en una considerable extensi6n de territorio. Se puede conjeturar lo que seríamos nosotros en poco tiempo, si unidos como estamos por los vínculos de la misma sangre, religión, costumbres, lengua e historia,

y formando propiamente un solo pueblo dividido en cin– co pequeñas nacionalidades, levantásemos el espíritu y el coraz6n de nuestros pueblos a esas altas enseñanzas,

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afianzando así, el favor de la paz de la libertad y de la justicia, las bases del gobierno propio que nos ga– rantice, al par que nuestra independenCia, el respeto y la estimación de todas las naciones.

Juzgo oportuno recordar un hecho altamente reve– lador de ese sentimiento tradicional que pone en ga– llardo relieve el generoso ideal de que acabo de hacer mérito. Al celebrarse el tratado de canal, cuya realiza– ción, a haberse llevado a cabo, hubiera cambiado la faz de la República, haciendo de este país un emporio de prosperidad y civilización, el entonces Ministro de Nicaragua en Washington, doctor don Adán Cárdenas, con verdadero espíritu de centroamericanismo en su más nítida y elevada acepción, pidió que todos aquellos de– rechos, privilegios y facilidades otorgadas a Nicaragua, fueran ofrecidos por igual a las demás repúblicas de Centroamérica. Se admiran, en la plenitud de su gran– deza, estos hermosos sentimientos de nuestros hombres y gobiernos, como uno de los principales objetivos de un programa político seria y honradamente perseguido, basado en el amor a la idea en sí misma y por el bien– estar y felicidad de nuestros pueblos, y no por un de– seo de predominio personal o local sobre los otros pue– blos y gobiernos.

Los congresos anteriores han celebrado convencio– nes de alta trascendencia para· favorecer y asegurar la unidad de Centroamérica. Siguiendo el hermoso ejem– plo que acabo de citar al referirme a la eximia perso– nalidad del doctor Cárdenas, sería conveniente la apro– bación de todas estas convenciones que, como las del libre cambio, de la u,nificación de la moneda, de la en– señanza, etc. etc. vengan a sentar de modo firme y se– guro estos sentimientos de verdadera confraternidad cen– troamericana, así como convendría también el cumpli– miento de todas las estipulaciones consignadas en esos tratados, y la preparación de otros que tiendan a obras de construcción que liguen a las capitales de las cinco repúblicas de Centroamérica.

AMERICANISMO

Los pueblos, como los individuos, más que de sus recursos propios viven de los intereses comunes a los otros pueblos; y ninguna Nación, sin poner en peligro su bienestar y su propia existencia, puede sustraerse a esta ley sociológica que hace convivir a todos los indi– viduos y a todas las nacionalidades en un concierto ge– neral que tiende al más alto desarrollo de sus fuerzas en el orden material económico y moral.

Hemos seguido en las estipulaciones de los pactos celebrados con los Estados Unidos, sin reserva ni vacila– ción alguna, las inspiraciones de una política previsora y patriótica, que nos aconseja no quedar rezagados res– pecto a los otros pueblos en la via ascendente de pro– greso, de civilización y cultura, y asegurar de una vez para siempre nuestra posici6n en el rol de las naciones del mundo.

Un gran pueblo, al cual nos unen no sólo los lazos materiales de un comercio activo, cada vez más crecien– te, sino los mejores e indestruCtibles vínculos morales de unos mismos ideales políticos y de tradiciones históricas relacionadas con todas nuestras luchas de independen– cia.

Con su hermosa declaración de julio de 1776, des– pertóse en todos los pueblos de América el amor a la libertad. Con simpatías nos acompañaron en nues-

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