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« Previous Page Table of Contents Next Page »vivió a Caboto, y como todas las leyendas, d~f;,rmó, los ratos primitivos en que se fundaba El Capltan Cesar había estado en el Cuzco y se había entrevistado con Pizarro; pero no tardó en des?parecer este i~aginario
incidente y la tierra de los Cesares quedó situada en los términos vagos de la Patagonia, en la provincia de Cuyo· la tierra de Elelín está situada en la falda de los
And~s, al Oeste de un lago, de márgenes muy pobla– das de indios y en las ciudades ribereñas se oía el to– que de campana Caboto volvió después decepcionado a España Fernández de Oviedo, condenaba a Caboto diciendo que "no había hecho sino codiciar lo que no halló y desear lo que no vió".
En el muelle de la Torre de Oro se había hacinado el tesolo de Cajamarca Ahora bien, se preguntaban, ¿ese Cuzco maravilloso, no sería la misma Sierra de Plata que vió Alejo Gorda? De nuevo volverían las aventuras de Salís y de Ca boto para buscar en el Mar del Agua Dulce, los dominios del Rey Blanco y la Tie– rra de los Césares.
La agitación producida por el descubrimiento del Pe– rú en 1534, solicitaba la atenci6n de los exploradores hacia el río de la Plata, camino indicado por Alejo Gar· cía, y apremiantes fueron las decisiones que hubo de adoptar la corona en vista de las continuas demandas En 1535 salió de Sanlúcar de Barrameda rumbo al río de la Plata, el Adelantado don Pedro de Mendoza, siendo uno de su,s capitanes Juan de Ayolas. Aquella expedición fué acosada por el hambre y la fatiga y des– pués de la fundaci6n del Puerto de Corpus Christi, mu– chos pensaban en la deserci6n, animados por Jer6nimo Romero, uno de los que habían visitado la tierra de los Césares y que acababa de presentarse en el fuerte. Ro– mero no les hablaba solamente de tesoros, sino de la vida feliz de los salvajes, tentación irresistible para los desencantados españoles que hadan su ilusión suprema los encantos de li:! cabaña indígena.
Una de las primeras obligaciones impuestas a Men– daza, era llegar el cerro de Plata. No lo intent6 siquie– ra; el indicado era el valeroso Capitán Juan de Ayolas, uno de los capitanes más valerosos de la conquista, quien sali6 para reanudar las exploraciones de Ca boto Este, con tres embarcaciones y 160 hombres, inici6 la navegaci6n en busca del cerro y país de la plata. Se le había dicho que el Capitán César había sidG despa– chado por Caboto en busca de la Sierra de Plata. Em– prendió el camino por tierra, apartándose de la vía flu– vial, y volvió con siete hombres de los que le acompa– ñaban, se decía que César había visto grandes riquezas de oro y plata y piedras preciosas. La leyenda tuvo una derivaci6n, los del río de la Plata sentían el anhelo de la tierra de los Césares, buscándola en la inexplora– da Patagonia
Juan de Ayolas, después de tres meses y de luchar contra los ríos caudalosos, las tempestades y la resisten– cia indígena, lIeg6 hasta el punto que denominó Can– delaria, en el ángulo de la actual frontera del Brazil COn Bolivia; regresó a Candelaria con veinte cargas de oro
y plata, después fué atacado y muri6 a manos de los pa– yuguaes, salvándose únicamente un niño indígena.
A Ayolas substituy6 Domingo Martínez de Irola, quien hizo otra expedición para llegar a la sierra codi– ciado
La Corte de Castilla nombró Adelantado a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien luego organiz6 expedicio– nes de reconocimiento por mar y por tierra y se propuso seguir las huellas de Ayolas; pero la expedici6n así co– mo la de Irala no tuvo éxito y en la Asunci6n se le re· belaron los subalternos y lo hicieron prisionero, que– dando como jefe Irala; pero las insurrecciones de los indios aplazaron por entonces la conquista de la Sie– sra de Plato y el país de los Césares.
IV
Irala más tarde abandon6 Buenos Aires y bajo un sólo cuerpo de conquistadores, se dirigió en busca de los dominios del Rey Blanco, en donde estaba la sierra apetecida Nufio de Chávez hizo una correría soliendo de San Fernando y remontando el río Pilcomayo El gran problema era encontrar un sendero que condujere;! a la sierra Irala llegó por fin a la "Sierra del metal", le recibieron indios que hablaban español inmóviles se quedaron los conquistadores. Requeridos los natura– les para que dijesen qué tierra era aquella y o quien pertenecía; dijeron que era Chuquisaca y un caballero de España, Pedro Anzures su propietario: "¿Quiénes sois vosotros, pregunt6 Ira la, y qué nación es la vuestra?" Indios somos del Perú, respondieron, cuyo señor es Vira– cocha, glorioso fundador ele Chuquisaca"
Domingo Martínez de Irala permaneció varios días esperando las órdenes del Licenciado Pedro de la Gasco, a quien escribió Martínez de Irala no se inquietó por la ocupaci6n de la Sierra por otros españoles, pues la noticia que tenía adelante la vía del Norte fué para él grande, y él esp~raba haber encontrado en estas regio– nes grandes riquezas, gran señor y suntuosas poblacio– nes, según lo que se platicaba en el Perú, Santa Marta, Cartagena y Venezuela; es decir, encontrar el territorio de "El Dorado", y creyó que si no había encontrado la codiciada sierra, era por no haber dado con el camino verdadero.
El resultado de la expedici6n a la Sierra de Plata fué el de concentrar la atenci6n de los colonos de la Asunci6n en los intereses del territorio que denominaban a lo largo de la extensa vía fluvial, los fundadores del Paraguay volvieron la vista al Perú y los de este país bajarían a las riberas platenses.
El Virrey don Nicolás Arredonde decía, en 1790, que el cacique Calpisquis aseguraba la existencia de la ciu– dad de los Césares, tal vez porque este cacique hayo visto algún establecimiento de extranjeros en las costas. Los jesuítas por su parte habían hecho expediciones y tentativas de evangelización en busca de la anhelada tierra El padre italiano Nicolás Mascardi fué martiriza– do en el Sur a principios del siglo XVIII, en 1745 se efectuó la expedici6n del padre Cardiel. Los religiosos de la Compañía de Jesús se internaban hacia el Sur, con el fin de ver si por la comunicación con otras naciones, se hallaba tierra adentro y se podía encontrar con la nación patagonesa o de los Césares, hasta el estrecho de Mogollones
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