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« Previous Page Table of Contents Next Page »siete reales? ~en donde un novillo gordo vale diez o doce pesos? ~én donde con un Inedio real de fruia se puede eInpachar a una cOInunidad de frailes? ¿en donde un barril de vino solo cuesta dos pesos cuando más? Pero V. dirá que sus clocuntenlos fi.
dedignos, Y sus relaciones exactas e imparciales niegan que hay tal país con tales cosas Con todo esio, pondré entre los doculTlenios de esta carta, ba– jo los nÚIneros 5 y 6, lo que se halla en el viaje del marino español 'OliDa, y en el del Francés, jefe de escuadra, Mr. La Pérouse, cap 9 lib. 8. del primero,
y cap 3 del segundo. Y con esto volvamos a ver co– rno continúa V en su relación del estado en que se hallan las cinco Potencias del Río de la Plata. Entre Has cuao primel'as exIsle la guerra y el odio. La úIlima, al mando ele un exll'anjel'o, no está unida con Buenos Aires sino pOl'que elepenele de eUa pma sos!ener, si pueele, su vacilanle elominlo en aque1 país_Los pueblos compl'ehenclidos en la de· maretón ele cada uno ele eslos goblemos, no les obedecen sino cuando se pl'esenlan sus li'opas. To· clos eslán cansados, I'eclluclelos a la mlseda, e impa. cientes POI' mudar de eleslino. SI reflexionamos so· bl'e el caraclel' y el curso ele la revolución en aqueo lIas provincias, con perfedo conocimiento y sin pre– vención, hallaremos que no pueclen las cosas real· menae p!'esenlal' 011'0 aspecto. Vn codo nÚinero de indivilduos revolucionó a Buenos Aires, y apoelerán. dose del gobierno, comenzó desde luego a eiercer, bajo el nombre de libedad y de regeneración, un clespollsnlo ilisolente y lel'o%. Comelló violencias, ex· lorsiones, y maldades espanlosas. Aquellos Indivi· duos lueron derribados pOl' olros que ocuparon sus sillas, y que eletciendo la lirania c:on igual impru– dencia y escándalo, tuviel'on la suerle ele sus anle– ceSOll'es. Se han repelido sucesivamenle las mismas esc:enlllS; el goblemo ha pasado de mano en mano; y
no so ha visto I'espirar ele enlre el nuevo orden ele cosas sino la ambición y la codicia, la animosidael y
la venganza, sacrificando vidimas y elevol'ando la subsllancia del desgraciado pais. En vano se cuida de Imponer al pueblo con promesas IIsongeras, y
con formas y el(lel'Íoddades osllcnlosBS. El pseblo no descubre en ellas sino quimell'as icleales, y un pll'i!– teldo para elominar, y oprimir al país. Sus males se han agravado; y la revolución no puede pl'cs.anliQ' Interés sino a los pocos individuos qua pOI' me'dio de ella se han elevado a 105 gl'andes empleos, a la 20t«una, y al mando. No es exlraño, pues que el Pllieblo se haDe laligaclo, desconlenlo, y ansioso po...
qUG lermine el I'eynado de sus alfaneros oligal'cas. Ciertamente es bien lastimosa la situación que nos describe V, y si por fortuna no fuera todo el re– vés, sería escusado que el Rey de España se afanase tanto en zurcir su esiropeada expedición. Todo lo que hay de verdadero en la historia. que a V. le han contado (y supongo que se la hah contado, porque no creo que V. la inventase I esfá reducido. a que del nÚInero de las Provincias Unidas se separaron, desde el principio de la revolución, de la del Para– guay y la de la Banda Oriental, pero no se separaron por amor a la causa que V. defiende, sino porque les
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paréció que el Gobierno de Buenos Aires conteInpla– ba demasiado a los comunes enemigos de A=éri ca Así fue, que se hicieron ires gobiernos separados. Con el del Paraguay sielTlpre ha guardado el de Buenos Aires la mejor armonía, y con Artigas, que es el jefe de la Banda Orienfal, ha habido algunas veces sus choques, pero siempre se ha vuello a que– dar en buena amistad En vano el Rey Fernando ha procurado ganar a aquel jefe con grandes pro– mesas, en vano le ha nombrado Brigadier de sus reales ejércitos, en vano ha elTlpleado todos sus me– dios para hacerle decidirse en favor de la qUe lla– man los Españoles buena causa Artigas siempre ha sido el más tenaz enemigo del yUtJo peninsular como lo es todo An1.ericano, mal que le pese a quien pierde en ello. Así es corno foda la gerga de odios,
'y guerras, y divisiones, y ambiciones, y codicias, y venganzas, y matanzas, y pitos y flamas, de que V. ha llenado su papel, queda reducida, cuando más, a una ponderación fastidiosísilTla.
Repetirnos, que si fuera cierto lo que V. escribe, no podían existir aquellos países, COlTlO existen, sielTl– venciendo a sus enemigos, siempre abatiendo el lTla1 fundado orgullo de la Metrópoli, como se llama, siempre haciénd02e conocer, que no e8 posible vo2– ver a dominar unos países abundantes de recursos, y poblados de hombres resuellos a Inorir, antes que sufrir un yugo, que deshonraría a los mismos negros del Senegal El yugo español, amigo mio, solo pue– de sufrirlo en estos tielTlpos la cerviz española, pues para fodos los demás hOInbres es delTlasiado pesa– do Pero se le puede perdonar a V, conlo declama– dor, el uso de la hipérbole, con que con convierte en absoluta anarquía las pequeñas diferencias, porque tal vez la falTliliaridad que ha tenido con los ora– dores sagrados" le han hecho naturales aquellas figuras, con que se representan los objetos más co– lTlunes un millón de veces más grandes.
Por lo que toca a Chile no sabemos hasta ahora que haya la menor diferencia enire unas y oiras pro– vincias, ni enire ningunos partidos¡ pero como puede tener V algunos documenlos fidedignos, y relacio· nes exactas e imparciales que digan lo contrario, yo no puedo hacer lTlás, que manifiestar otro documen– fo más fidedigno, COInO el de un Coronel Inglés, que sirvió en España durante la guerra con Napoleón, hennano del General Carrol, que todavía sirve al Rey Fernando Este Coronel, que hoy se halla en Chile, escribe a un deudo suyo de este país la carta que pongo iraducida bajo el nÚInero 7, y prevengo que esfa carta ha venido en copia a mis manos por el favor de una persena que la tuvo del sujeto a quien fue escrita, cuyo nombre omito, porque no me cons– fa si será de su gusfo el pubiicarlo.
Sobre el despotismo de que se acusa a los Go– biernos liberales de Chile y Provincias Unidas, no puedo hacer más' que referirlTle a las Conslliuciones de uno y otro Estado, para que en ellas se vea como puede ejercerse allí aquel poder arbitrario. Sobre el descontento que se dice hay en íos pueblos contra la libertad, y en favor del antiguo orden de cosas, no hay mejor prueba en contra, que el lTla! partido
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