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las órdenes del general Saget, la mitad de la tropa que él había traído y estaba acuartolada en San José, y puso sobre las armas 400 hombres en Cartago y otros tantos en Heredia Mientras se tomaban estas y otras medidas con gran ostentación y alharaca, a fin de enardecer los ánimos contra Nicaragua, las cosas habían cambido to– talmente en el G~anacaste

A causa de su herida, el teniente coronel Molina había encargado interinamente de la comandancia a uno de los oficiales costarricenses que se secundaron en su alzamiento llamado José María Guerrero. Ya fuese por este u otro motivo, el teniente Manuel Gómez, hom– bre de índole perversa, que poco después asesinó a Pra– do y que tenía deberes de gratitud para con Malina, re– solvió hacerse valer a expensas de éste. Para realizar su negro plan organizó un baile de candil en obsequio de Guerrero, apoderándose de él después de haberle embriagado. En seguida hizo preso también a Malina y, dueño ya de la situación, 105 remitió a 105 dos escol– tados con destino a San José, hazaña que le fué premia– da con el grado de teniente coronel. La carta en que

~ Gómez comunicaba sus tristes proezas la recibió Mora-zán el 30 de agosto y, según refiere don Manuel lrun– garay, dispuso "que Milla, con doce oficiales escogidos entre los parientes de Rivas y los salvadoreños más ene– migos de los guatemaltecos, se pusieran en camíno y

fusilaran a Manuel (Molino) sin demora ninguna, en el punto donde lo encontraran".

Esta orden no figura en el libro copiador corres– pondiente, pero debe haberse dictado, como lo demues– trcln los hechos posteriores.

¿Por qué procedió Morazán en esta forma? No es difícil adivinarlo. Porque en San José hubiese sido ne– cesario juzgar a Molina y, haciéndolo así, los cargos de asesino y de fraidor formulados contra él no habrían podído mantenerse, quedando el asunto reducido a sus verdaderas proporciones de crimen pasional, con la ate– nuante de ulia exaltación morbosa En estas condicio– nes,' la pena de muerte que se le quería imponer a todo trarice, para satisfacer el clamor de venganza del ele– mento salvadoreño del ejército invasor, el más numero– so, habría resultado a todas luces excesiva, cuando me– nos ante los ojos del pueblo costarricense, que ya empe– zaba a agitarse contra el despotismo y dureza de Mo– razán.

Como quiera que fuese, el 4 de septiembre la escol– ta enviada por Gómez hizo entrega de los prisioneros a Milla en La Barranca, donde se fusiló a José María Guerrero sin forma de juicio alguna, lo que no se hu– biera hecho sin una orden superi;)r terminante, circuns– tanda que confirma plenamente lo que asevera Irungaray,

so

el cual no hace menclon de este hecho; pero dice que los encargados de ejecutar a su cuñado Molina no se atrevieron a hacerlo y lo llevaron el 5 a Puntarenas, donde en la misma noche y en un simulacro de consejo de guerra se le condenó a morir fusilado por la espal– da como traidor. Este fallo se cumplió a las ocho de la mañana del 6 de septiembre, en presencia de los 600 hombres que formaron el cuadro por orden de Saget, que había convocado a las milicias de Esparta para que asistieran a la ejecuci6n. El coronel don Manuel An–

gel Molino murió con el cigarro en la boca, haciendo alarde del más sereno valor. Hasta el último instante protestó contra el cargo de traidor, y en verdad no lo fuá a Morazán, pero sí a Carrillo.

El fusilamiento de Malina, como lo declara el his– toriador Montúfar, tuvo graves consecuencias para la unidad del partido liberal centroamericano Las tuvo también en Costa Rica para Morazón Contribuyó, no menos que el de Guerrero, a exaltar los ánimos, ya muy irritados contra el militar cuyas tropas se conducían co– mo en país conquistado; contra el mandatmio que esta– ba opri~iendo al país con exacciones que acabaron por asumir el carácter de verdaderas expoliaciones, y for– zándolo a una guerra muy impopular; contrCI el hombre duro e implacable que había vuelto las espaldas, sin proferir una palabra, al venerable Dr don Pedro Molino, cuando este ilustre prócer de la Independencia se echó a sus pies anegado en lágrimas para pedirle la vida de su hijo; pero Morazán, cegado por la ambíción de reha– cer la República federal contra la voluntad de la mayo– ría, ensoberbecido por las adulaciones, mal aconsejado por el funesto Padre Isidro Menéndez, corría hacia un abismo sin percatarse de ello hasta que hllbo caido en él. Pagó sus errores con una muerte heroica, digna de quien había consagrado su vida, su talento y sus enero gías a un gran ideal, por desgracia irrealizable.

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¿Y la Bella del Guanacaste?-pregulltarán los que, como los niños, quieren saber ht\sta el último detalle de los cuentos A guisa de epílogo voy a decir lo poco más que he podido averiguar acerca de esta mujer ex– traordinaria, que con razón pudiéromos llamar fatal. Parece ser que terminada la etopa novelesca de su vida con los trágicas muertes de Rivas, Guillén, Guerrero y Malina, se refugió en la oscuridad en que suele trans–

currir la existencia de las buenas esposas y madres de

familia. Habiéndose casado en primeras nupcias con don Bernordino Urtecho y en segundas con el coronel dori Monuel Giberga del Bosque, falleció en 1859 de– iando cuatro hijas, tres de su primer marido y una del segundo.

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