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pidas aguas, taraceados de flores y grávidos de fru– las; esmaltados, a la hora del mezzo-giorno, por tor– bellinos de mariposas y por encendidas girándulas de colibríes Ante un cuadro como este, qué po– drían inieresarle al sabio Humboldt las atenciones de las autoridades reales y las de criollos blasona– dos como los señores de Monfúfar?

)3siamos persuadidos de que prefirió las casas campestres de los Chillas a la maciza y blasonada del Marqués de Selva Alegre, casa que alzó sus mu– ros en el éruce de las actuales carreras de Bolivia y

Guayaquil, limitada al noroeste por el convento de Sania Catalina, en cuyos alrededores se levantaban qúintas de "veraneo" y cuadras con forrajes pata el cambio de postillones que viajaban desde las Reales Bodegas del Guayas hasfa el Virreinato de la Nueva Granada;

Httmboldi habiló, pues, en el corazón de Quito, a mm cuadlB de la Plaza Mayor Habitó en la ya

des~\;;iatecida casona de Montúfar, donde hoy se al– za, altanero de sus mármoles y sus vidrios biselados, el edificio del Banco de Préstamos, donde oficia el rito de las finanzas nuestro apreciado amigo Hum– berío Albornoz; pero no obstante las columnas y las cariátides, el edificio ach.\al habrá de envidiar la gloria cle los salones coloniales que vieron pasear encendidas de patriotismo, la casaca galoneada del Marqués de Selva Alegre y la levita lustrinosa del prócer indio, Francisco Javier de Santa Cruz y Es– pejo.

Como ya lo expresamos en nuestra cronlca, se conserva en Caracas, en la Plaza del Panteón, buena parte de la casa que habitaron Humboldt y Bon– pland Una placa de mánnol, mandada a colocar por la Academia de Historia de Venezuela, recuerda al viandante la célebre morada que daba reposo al sabio, tras los continuos saraos de los Uztaris, Pala– cios, Blandines, Arisieguieias, Montillas, Ibarras y Erasos Este homenaje de los académicos venezo– lanos, tuvo, además, el noble propósito de hacer medl;ar al in:mseúnie caraqueño sobre el último diá– logo espiritual del Barón de Humboldt y de su amigo pledilecto, el Libertador Bolívar Ocurrió dicho en– cuentro el 16 de diciembre de 1842, cuando la comi– iiva que traía descie Santa M'3.rta las venerandas reliquias, dejó toda la noche, frente a la casa de Humboldt, la urna cineraria del Libertador, que fue velada esa noche por todo el pueblo de Caracas, por el llanfo incontenible del prócer tudesco, Juan Uslar y por el re;:nordimienfo gris del docior Quinte¡;o, di– fanlaclor de Bolívar en el Congreso de Valencia Al día siguiente ese mismo, numerosísimo sé– quito, deposHó la urna cineraria en la catedral, en

18. capiUa de la Santísima Trinidad, donde fue a donnir su sueño de reposo y de gloria inmarcesible el último vásts.go de aquella estirpe de Bolívares, que nunca quisieron ser llamados marqueses de San Luis, ni Condes de Cocoroie, sino servidores vascos de la Capitanía General de Venezuela

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