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PAGINAS ~ .. ITERARI S

DEllNGe J'OSE DRES URTECHO

PEDRO ORTIZ

Sobl'e el Departamento fl'ontel'bio de Santa Ana de la República de El Salvador, habia soplado, rápi– (la y amenazadoramente, el alud impetuoso de la gue– na del 85 que puso en aúnas a todo Cenl1'o América,

y que un sueño, acaso de insana ambición, acaso de impulsivo y aún de hermoso patl'iotislllo, había des– encadenado desde las alturas de la antigua Capítanía General de Guatemala, aquel afamado caudillo que andaba en lenguas de señorío de horca y cuchillo y a quien no le escaseaban, a fé, adrniradol'es de Ilota que lo sacasen a plaza como a jefe esclarecido y aguel'l'ido, de avanzadas ideas atemperadas al ambiente de civi– lización de la época, y como a Mandatal'io patriarcal que nevaba la buena filosofía sancllesca adelante, so– bre todo en punto a distdbución de justicia sumada, en materia de trabacuentas harto sospechosas o fun– camente delictuosas, entre ricos explotadoles y llobres explotados, como había de ser el caso, con lq cual me parece habel' nombrado al señor General don Justo Rnfíno Ba1'1'ios, que ejercía, con mano fuerte, la dicta– dUl'a milital' sobre su pueblo, a título de Pl'esidente republicano y democr'ático, de Guatemala,

Los ejércitos de Nicaragua y de Costa Rica que se habían apI'estado a la lucha, y por lo cual marcJlaron a unirse a los que comandaba el Presidente Zaldíva1' de El Salvador, retornaban a sus jm'isdicciones respec– tivas, con el entusiasmo de la fácil vietol'ia decisiva obtenida por el azar -ciego como la fortuna- en los campos memoubles de Chalchuapa, Con el jefe ni– caragüense, ilustre y prestigiado, el doctor don Adán Cál'denas, Presidente entonces de Nicaragua, que tan ah'osamente llabía abandonado la no muy muelle cUl'ul de su alta Magistratura lJara ponel'se al fl'ente de sus

huestes defellsoras del territorio y autonomía naciona– les, volvía de la tierra cuscatleca a la capital nicara– gÜen.se, un joven de los pinares de las, Segovias, a quien sonreía el porvenir y quien había de ocupar luego con brillo indubitable, prominentes y delicados puestos en el Gobierno de su patria: Pedro Ortiz.

Con ellos regresaba también mi padre que, por aquel tiempo, tenía a su cargo la Mayoría General del Ejército, COmando militar de vasta compl'ensión y de grande y grave responsabilidad que, para mepor aten_ ción a las necesidades apremiantes de la guerl'a, cI'eyó conveniente trasladar a los campos hunediatos a la ac– ción, dentro del tel'ritorio nacional. Cupo a la )Jfayo– ría General del Ejército -dicho sea con perdón por la digl'esión- representar un papel de última impor– tancia en la ol'ganización adecuada y eficiente, en aquellas circunstancias, En su Plana Mayor, a la que, por fuero de afinidad, se incorporaba generalmente Pedro Ortlz, y en la que, a guisa de colaboradores, es– cribientes y ayudantes que integraban, más bien, la familia oficial del Mayor General, lucían los nom-

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tl'CS de Pedl'o GOllzález, RulJén Daría, Aquileo Echc– venía, Adáu Boza, Carlos Salcedo y Manuel Rlgllero de Aguilar, en oh'os I'óseos, algunos de ellos, que ya coloreaban aquel horizonte intelectual con los cIal'os tintes pl'eCU1'SOles de los esplél1llidos reflejos (le un atardecel' trOllical, y a eUa asociábase también espOn– táneamente y en momentos de gunde urgencia deSIIe luego, nada menos que el mismo Presillente doctOr Cárdenas con aquella sencillez republicana Con qUe

~lUllca cI'eyó rebajar, sino más bien enaltecer por su oportuno y eficaz concurso, la dignidad de su alta iu. vestidura, cuando aportaba él mismo; su valioso con– tingente a las tal'eas del ramo de la Guerra, que exi– giendo, a su vista, la mayor suma de cooperación, de los empleados, agotaban a veces, las energías de pro– pios y de aficionados a aquel cenh'o de actividad l'eal. mente eficiente y medtorio.

Al eVOCar estos recuel'dos dc la alborada de mi juventud, bullen en mi imaginación las uacal'adas vi– siones de aquel tiempo, Un salón -vel'big1'acia_ de gallardo aderezo y profusa iluminación La belleza

y elegante atavío de las damas, La sobria y fácil apostura de los caballel'OS. La música de alegres a1'–

moni~s incitantes a los placeres secluctores del baile.

y alla en el fondo luminoso, y en la plenitud del en– tusiasmo, un joven rodeado de otros tantos de shn. pático aspecto, de elegancia y soltura (le bt:en mozo un tanto bOhemio, un mucho aureolado de l)Opulari~

(lad y del favor siempI'e Cleciente de la suel'te ofl'ece en gentilísimas frases, el hermoso sarao a mi' madre la ob~eqUiada ,de la noche, Era Pedro O¡'UZ, a quieJ~

d~ leJOS conOCI en aquella inolvidable ocasión y a quien

sol~ he vuelto a encontl'al, a vueltas de buscarlo em– penosamente, después de su aciaga muerte en la e)(– celencia y brillo de sus obl'as litcral'las de las que precisamente se destaca ahol'a en gl'alldes relieves a la contemplación, su magnética figura, y de las ~ue

-CRAlOON en mano- me atrevo a traslada1' al lien. zo .de estas breves y desmazaladas páginas, los l'asgos salIe,ntes de su fisonomía mental, lJ3m recuel'l10 y blason de las generaciones sucesivas en el avance na– cional.

La vida de Pedl'O OrtiZl es de corta narración, Na– ció en 1859, de modestos y honombles padres don JOa– quín 01 tiz y doña Petronila Gutiél'l'ez, en aquella atrayente y gan'ida ciudad de Ocotal situada como él lJl'opio la describe, "en el fondo de estos valles silen– ciosos donde apenas se oye el l'Umol' de las llOjas del pino melancólico". Pobre, y anheloso de cultura se despl endió en muy temlJl'ana ellad del hogm' pat~rno

para tl'aSlallal'se a León en donde l'ecibió su educación escolar y aún el principio de la profesional -la me– dicina- que tuvo que abandonar en segnida apre– lniado lJor las duras e il'l'etardables exigencias del vivir.

Aquel elocuente tribuno hondul'eño, Alvaro Con-

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