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ejecu:lado sobre el Cuartel General, el golpo habría si. do decesivo. Presidente y Estado Mayor hubieran caído prisioneros y el ejército sin cabe?a, anonadado por el golpe, hubiera huído a la desbandada.

Por fortuna no fue así; y cuando Wallter cargó so hre el Cuartel General, ya hubo tiempo de hacer f"ente a su -embestida 10gl'ando rechazarla.

"Walker se recoscentró a la plalla ocupando los cua· tro lados de ella y la iglesia pa1'l'oquial.

El empeño de los costrricenses, se contrajo enton– ces en desalojar al enemigo de la plaza. El mayor. e'.

fue¡,zo estaba dirigido sobre la calle nacional; pero h,eu parapetados los filibusteros en el Mesón de Guerra, la– do occidental de la plaza, las brillantes carga~ de ,los sn,l

dados morían al pie de las paredes, sin arhlleua para deshacellas.

De alguien, no se sabe de quién, nació entonces e! pensamiento de incendiar el Mesón, y dn soldado llevo al efecto la heroica resolución que cOI'onó con é1!iío: pe. ro a cosla de su vida.

Ese es el heroico episodio que :rep.resenta ese mo-numento.

¿Pel'o se llamaba Juan San:lamaría ciedamente el que por manera, tan heroica decide la victo~ia de los C05–

tafl'iceIlses?

Lejos, muy lejos de nos01ros todo motivo ruin en la investigación de :lales hechos, a la cual sólo nos impul. sa el slmtirníento de la verdad histórica. '

A raíz de los mismos hechos, cosa muy extraña, nadie paró mientes en el héroe de aquella acción qua determinó la retirada de los filibusteros.

Dos partes se dieron de ese segundo triunfo de los costal'l'icenses: el uno es dado en el rnisn10 campo de batalla al Presidente don Juan R. Mora, a pesar de ha· ber sido él quien dirigió la acción, y al ejecutarlo el narrador, en medio de leconocer el mérito de cuantos se distinguieron en ella, apenas consignó las siguien1es líneas al ~ncendio del Mesón:

"Apurados (los filibusteros) por el incendio de las casas que ocupaban, atravesaron la plaza a las dos de la

mañana, ele."

El otro parie lo dá el mismo Presidente Mora al Ministro de la Guer¡:a y dice, havlando del suceso del incendio:

"Los nuestros habían incendiado un ángulo del Me· són de Guena y el fuego iba flanqueando ya o ence. rrando a los enemigos". Y nada más

El hecho culminante de aquella ación de guerra a· penas mereCe una mención indirecta: y del héroe oscu· ro que ,sacrificó su vida y dio a los SIlYOS con ella el lau· rel de la victoria, ni mención siquiera de su 110mbre. Era el momenlo de evidenciar este nombre, dal'le brillo

y lanzarlo con orgullo a los espacios para ejemplo de heroiciJs acciones.

No sucedió así, y ese nombre quedó para siempra sepultado en el olvido.

Muchos años después apal'ece por primera vez el nombre de Juan Santamaría como el del soldado que dio fuego al mesón de Rivas, y no es un costarricense, no es ni centroamericano siquiera, los más interesados en el hecho: quien resucita este nombre, es un colom· biano, un señor Obaldía, según refiere Morttúfar en su

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Historia de Wallter, del cual lo lomó en seguida', entu. siasmado, don Alvaro Conireras para enzalzado en la prensa.

¿Pero qué títulos se alegan para reconocer su pero sonalidad? Ninguno; y tanto hubiel'a valido para el se. ñol' Obaldía un nombre como ofró.

Mejores razones tenemos los nicaragüenses que el señor Obaldía parn darle nombre III ese héroe descono– cido '1 helas aquí:

Hetería doña 1'ula de Aranda, respefabilísima matra. na de esta ciudad, dueña de la casa situada frente al me· són donde Se consumó el incendio, qUe habiéndole too caclo pasar toda la acción del 11 de abril e11 la dicha ca· sa, "vio por! as claraboyas de la pared al que dio fuego al mesón referido, y fue un soldado rivense del barrio de Apataco, llamado Joaquín Rosales, muy conocido de ella".

En ausencia de otro dato más auténtico, bien puelíé. .rélmos los nicaragüenses, apoyados en testimonio tan res· petable, reivindicar la gloria de aquel suceso.

Pero el monumento está bien. Los costarl'icenses li.

¡;)l'aron aquella acción y eHos llevan su gloria: nicara. güel1se o no, olla es qne es un soldado de Costa Rica quien prendió fuego al mesón, y ese monumento es le. vv:utado al recuerdo de un soldado: sólo qne el nomo bre está demás en él, desde luego que no está eviden· ciado. Debía ser un monumento eregido a este o aquel soldado, sino al soldado en general.

Rivas, Septiembre 17 de 1904.

VAMOS DE HISTORIA

Hace poco que un amigo mío ele Managua me citaba como de CRICCrON en una polémica que sustentaba con

el justilmente renombrado jurÍsconsulto de León don José Francisco Aguilar, sobre no sé qué punto históri.

CQ referente al Presidente Guzmán, Estaba yo entono cés enfermo y no pude atender al reclamo del !lll1igo, ni aún seguir su polémica, por más que me inJeresara el a– sunto.

Hoy me cita sobre puntos concernientes a la mis. ma personalidad, otro amÍgo, el galano y joven escri· tor don Carlos Bravo, y lo hace con fanta caballerosa corlesía, que obliga mi reconocimiento.

El(¡piezu su ni'\rración histórica sobre la presión que se ejerció por el poder para imponer ul país la candida·

~ura Guzmán a la Presidencia de la República, y cuan. do el agraciado va ya a lomar posesión de su alto desti·

no, supone el escl'itor en el Pl'esidenle Mariine;>; un mo. mento de tal'dío sl'repenJimiento, y quiere detener su obra no dándole posesión, y prepara al efecto un golpe de espadón, que no pudo llevar a cabo, porque el par. tido conservador rodeó al momento en tales cicunl1s, tancias al Presidente electo, y puso miedo en el ánimo del saliente.

Aparejado a esos aconlecimientos, tl'ae el ,::nento de nn partido de la Montaña, gran factor supuesto en los actos de la administración Guzmán. Es vieja esa histo lieta y muy traída y llevada en la vida política de Guz m6n acá, y desdeñada por los inteteresados, que jamál le dieron importancia alguna; pero es bueno decir al guna vez lo que fue la ial Montaña, y aprovecho, ya

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