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puertas del campo. Le salí al encuentro, con el ala del sombl'ero altaneramente levantada sobre la frente, y la espada desnuda en la mano. El enemigo Se divisaba allá a los confines de la población, y encarándome con el general, le dije: ¿me permite usted saltar con mis va. lientes esa trinchera y atacar por la espalda al enemigo? Guardiola me contempló lIn rato, me preguntó como me llamaba, y luego con el sombrero en la mano gritó ¡vi. va el capitán García! Ahora, añadió, quieto a su pues to, capitán, y siguió adelante. Erré el golpe, las balas empellaban a silbar, el fuego sonada allá a 10 lejos, co– mo una CARTA CERRADA en fiesta de iglesia, y mi miedo subía de punto. No pude más, salté la trinchera con un pretexto cualquiera para los míos, y luego me di– je: PIES PARA QUE TE QUIERO. Tomé el camino de Segovia, caminando solo por entre el monte. Perdido. muerto de hambre, rota la espada contra las malezr (¿contra qué otra cosa podria ser?) me sorprendió la noche, y me decia a mí mismo: me libré de asa pantera de Muñol/< y tal vez venga a caer en las garras de un fi.

gre de verdad: pero Dios, que no abandona a los bue. nos, me deparó una lucesita por allá a lo lejos, y endere. cé alegre mis pasos hacia esa estrella de Oriente. Era,

u~a casa y había soldados: pero era tarde para huir. En mi caso, tan malo era el enemigo, como el amigo y no luve más remedio que ir a boca del lobo. Produjo alar. ma mi llegada, me rodearon, y me hicieron ir hacia el jefe. jSantos Cielos, quí vi! Al mismísimo Guardiola que había Ilegado más precipitado que yo. Me recono– ció al verme, se alegró, me abrazó, y luego pidió que ca. mer para aquel valiente, y al ver mi espada rota, excla. mó: rota, no es verdad, contra el enemigo? Y cogiendo la suya me la regaló.

De esa manera vine a ser yo el verdadero héroe de la jornada, y hubiera llegado a general si no tuviera a· versión al oficio, bllstándome lo del Sauce para mi glo–

ria".

y como nos 10 contaron, te lo contamos, lector.

Rivas 1906.

LA BATALLA DE rOCOTE

5 de Marzo de 1857. Se va la generación pasada, vamos desapareciendo ya

del escenaTio de la vida los que la representamos, los setentones, y con nosotros, los acontecimientos pasados: esto es, se va con nosotros la historia de ayer. En consecuencia, me apresuro por mi parte, a dejar fe de cuanto he visto. o me han contado, sobre hechos que importa al país conocer.

Bien o mal he descrito ya, por lo que hace a la gue. rra nacional, en artículos de periódicos, con motivo de aniversarios tristes o gloriosos para la patria, la muerte del General Corral, y las batallas de 29 de junio en Ri-

vas y la de San Jacinto. Tócale su turno hoy a la de Jocote: y no sabría decir por qué lo hago hasta ahora, siendo así que es la que más importa a mi corazón, por dos motivos, de gratitud y cariño al vencedor de aque_ lla gloriosa jornada, General don Fernando Chamarra, y por su ayudante de campo, en la misma, Subteniente Isidro Urlecho. joven de 17 años entonces, hermano ge– melo mío, con la misma alma, igual pensamiento, el mismo corazón.

Pero anle lodo es de advertir que esas que en len guaje TARTARIN llamamos nosoiros batallas, no son sino simples encuentros de armas.

Las tres más importantes acciones de guerra ha. bidas en toda la campaña nacional, ganadas por nuestras armas, son las dos ya indicadas de 29 de junio en Rivas

y la de San Jacinto, con la de .rocote. En la primera, son ciudadanos, es la juventud rivense, principalmente, la que se bate, '1 al recibir allí su bautismo de fuego y

sangre, conquista para la patria el primer laurel de victoria: en la segunda, son reclutas, con pésimas armas, las primitivas de piedras de chispas y escasas provisio– nes de guerra, contra las meíores tropas de Wallter, voluntarias, que llevan por aliciente el premio de la misma rica hacienda de ganado adjudicada a los vence_ dores: pero guiadas aquellas por el General don José Dolores Estrada de Managua, modesto militar, hombre sencillo, pero alma. de antiguo patriota griego, en cuyo fuego santo se funden los héroes, fue ella. la batalla de San Jacinto, como se le llama, el segundo grande triun. fa de nuestras armas. ,De la tercera, voy a ocuparme ahora.

Procedente de Rivas, cuartel general de Walker, re– cibió el General en Jefe de los aliados en San Jorge, aviso de la salida de Cayccé para San Jua'n del Sur, con escasa fuerza, en comisión importante de introducir a la plaza una recluta esperada de California: y en el acto ordenó aquel mando al General don Fernando Cha– morro que saliera en la madrugada del día 5 de marzo de 1857 con 500 hombres a impedir al enemigo la lle. gada de ese refuerzo, batiendo a Cayccé en el camino.

Como dije antes, era ayudante del General Chamo. rro el Subteniente Urtecho. Habia empezado éste SU

carrera militar de sargento brigada: y el General Chao morro por consideraciones de familia, sin duda:, más que por méritos personales, habia elevado a su lado, como Ayudante, con el grado de Subten,iente, al joven brigada, dispensándole en toda la campaña verdaderos cuidados paternales: y, de tal fuente, de la de Urtecho, mi otro yo, tomo los datos que consigno aquí, confor– me a sus impresiones de entonces, que conserva, dice, muy vivas como de hechos acabados de suceder.

En la fuerza expedicionaria del General Chamorro iban 160 costarricenses al mando del Sargento Mayor Juan Estrada, de Liberia. No sé si Estrada era de ori. gen nicaragüense: pero era lo cierto que tenía aquí familia de distinción, llamándose parientes de los Sel.

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