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« Previous Page Table of Contents Next Page »en las buenas obras,- Lutero recuerda y procllUita que, según el Evangelio, ninguna seguddad, justicia o sabiduría humana tiene S'entldo ante Dios. Esta lue su intención de fondo, Como toda intención, tuvo que traducirse en lormas.
y las formas no fueron siempre del todo felices, Además ellas fueron mal Interpretadas por muchos de sus seguidores y por la Iglesia de Roma. De ahí se siguió la separación, y de ésta, las posiciones contra– dictorias que se endurecieron al calor de la disputa. El soplo de renovación que venía de la reforma lute– rana no fue (o no pudo ser) captado en el seno de fa Iglesia católica romana. De tal manera que, aun– que se corrigieran en ella muchos abusos, la hemos visto en los siglos siguientes afianzar todavía su ins– titución externa, su organización jerárquica y la segu– ridad de su Magisterio, a expensas quizás de otros va– 100'es interiores. Los protestantes, por su lado, no solo desarrollaron y profundizaron las intuiciones es– pirituales del Reformador, sino que de3ándose llevar también como nosotros por el calor y la oscuridad de la (lisputa, rechazaron elementos que el mismo Lu– tero había querido guardar de la antigua Iglesia, co– mo por ejemplo el vigor de su tradición viviente.
LA REFORMA ROMANA
Pero la disputa después de habernos opuesto, ha terminado por acercarnos a ambos grupos; o mejor, ambos nos hemos acercado a la Palabra de Dios en la Escritura leída por la tradición de toda la Iglesia, En un primer momento, recurrimos a la BIblia para defender con sus palabras nuestras propias posiciones Pero, como no se recurre en balde a la Palabra de Dios y ella nos aporta siempre lo inesperado, hemos vuelto de esta lectura con mucho más que estériles llefensas y argumentos.
No le han sillo demasiado largos a la Iglesia en– tera de Cristo los 450 años transcurridos desde la tesis de Wittemberg para ir l\aciendo vida propia lo qUe en un comienzo pareciera sólo el tremenrlo sa– cudón de una fiebre' extraña. El Concilio de Trento significó para la parte católica una primera y funda– mental revisión. Las Iglesias protestantes nacidas de la Reforma han dejado de endurecer ciertos puntos polémicas de Lutero, extraidos de su contexto histó– rico, y están cayendo en la cuenta de la Pl'ofundidad de su espíritu "católico". En el Concilio Vatican() 11 en que confluyen cuatro siglos de vida espiritual, de me<litaCÍón y estudio de la Escritura y de [os Padres r de mutua fecundación entre las iglesias lomaDas y
cvangélicas, la Iglesia católica romana reconoce co– mo patl'imonio suyo muchos de los puntos de Lu– tero, señalados por él en su época: el primado de la palabra de Dios en la Escritura; la realidad de una tra– dición viviente y no meramente mecánica y verbal; el papel de servidor de la Palabra y de los hom– bres que compete al Magisterio; la función profética y sacerdotal de los laicos y la "igualdad de todos (Je– l'arquía y laicado) en 10 referente a la dignidad y a la misión común"; la afirmación de la libertad con
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la iJl,1e ()rlsto nós IIberQ; la realldá!' del 'J:spÜ'ltu qu~
anima a todos en el Pueblo de níos dotándolos' de carismas; la subordiniiélón de ceremonias e institu– ción a la fe de los cristianos; [a pequeñez, la humii– dad y hasta el pecado que afectan a la Iglesia pere– grima que, en sus formas históricas visibles, no coIn– clde nunca adecuadamente con el Reino cuya semilla Cristo plantó en la tierra; la necesidad de una "pe– 'enne reforma" de la Iglesia: la confesión gozosa de que la única gloria de la Iglesia es la de su Cristo en cuyo Mistel'io ella se encuentra escolldida. ' Todos estos temas que revigol'izan la vida cristia– na y la pastol'al de la Iglesia catÓlica hoy en aía se encuentran ciertamente en el Evangelio; y así íos ha leido en él toda la tradición eclesiástica. Pero no con tanta claridad y l'lquéza. No deberíamos re– conocer con humildad que el haber fliado nuestra aten– ción en ellos se debe en buena parte al llamado que hiciera Lutero a una reforma de la Iglesia? Quizás es esto todavía demasiado duro para nosotros. Pero si no llegarnos a este reconocimiento .....que tendría que ser acción de gracias a Dios"-, no podremos dejar de afirmar al menos que en el futuro, ya no podre– mos mirar con sospechas algunos aspectos del Evan~
gelio por el mero hecho de haller sillo señalados tam.- bién por Lutero. '
LA UNICA REFORMA
liemos podido revísar nuestras posiciones sobl'e Lutero gracias a que, bajo la agitación y turbulento dolor de estos cuatro siglos, ha ocurrido como vena subterránea --silenciosa, serena, líml1ida- la fe en
Jesucristo y la acción de su Espíritu en toda su Igle~
sia -ese Esnírltu cuyo "ilgor no se halla coartado por las divisiones denominacionales. Es esta vena la Que parece ahora brotar impetuosa a la superficie, Todo sucede como si los hombres hubl~r/lmos y~dll~
gado demasiado, y, entrando en escena, Di!ls misntq
hiciera oír su voz: "estábals hablando de mi per~ tio os oíais sino a vosotros Callaos ahora para escuchar mi Palabra en el eco de vuestras' prollias palabl'as",
y quizás si en este silencio -semejante al qne, se– gún el Apocalipsis, precede a la apertura del sépti– mo sello- podamos comenzar a sentir que la variada
y contradictoria dialéctica de las' palabras humanas se convierte en la modulación sencilla de una Palabra de paz y de unión. Esta Pa1:l.bla no ha aban<lonado nunca a su Iglesia Pero tam)JOco ha sido acaparada entel'amente por ninguno de los bandos mientras és~
tos se consideraban enemigos, Qui,zás si las oposi– ciones surgidas dentro de la Iglesia 'hayan sido ne.., cesarias para que nosotros, los ho'mbr~s, no nos COll–
t~táramos con un Dios hecho a nuestra medida. Qui–
ds sí, después de haber ,caminado largamente por la dureza de un desierto, habl'emos llegado ya a la cumbre de un monte Nebo desde donde se vean ver– deguear las praderas prometidas y se pueda atisbar aquella ciudad "de la que Dios solo es el constructoi'" (Heb, 11:10). Pero queda todavía un lalgo camino por reoorrer.
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