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A LUTE,RO
UN JESUITA CHILENO ENCIENDE POLEMICA NICARAGUENSE
ENTRE CATOllCOS y PROTESTANTES
TESIS DEL JESUITA
Nos faltan las palabras y se dlslocap. los casilleros mentales cuando queremos hablar o pensar acerca de tos protestantes.
Inciertos de nuestro 3ulclo sobre el pl'esente, pa– recemos más seguros y severos para juzgar del pasado. Los prlmeros reformadores -Lutero, Zwinglio, Cal–
yiuo~ siguen antojándosenos pura y simplemente apóstatas y renegados de la fe y de la Iglesia. Este juicio histórico no puede menos de influir eJí la reti– cencia o resistencia con que encaramos nuestra actual relación con los protestantes, SI todo fuera error Y
nerejia en los Reformadores, lo único que quedaría a salvo en sus seguidores contemporáneos sería la buena fe subjetiva. Pero entonées, nosotros los católicos Dbraríamos de malá fe e hipócl'itamellte si, por res– petar aqueUa buena fe tratáramos a los protestantes dé hoy como a seres incallaces de llegar objetivamen– te a la verdad.
El impasse al aue nos llevan estas conslderac~o
nes nos hace pensar-en la necesidad de l'evisar nuestr~s
juicios históricos. Esta revisión ha comenzando de h~
ahó hace años, tanto por el lado protestante como pOlo el católico. Ei resultado de ella ha sido el descu'" bl'imiento de que muchos de los juicios anteriores es... taban viciados por la polémica, La actitud violenta y
virulentamente anti-romana de los pl'lmeros reforma– dores y de los protestantes posteriores fue en parte condicionada por la ligidez e Intemperancia romana fl'ente a lo que en la épooa aparecía como erróneO y
nocivo para la cl'istiandad. Pero en aquella "cristian– dad", lo religioso anduvo mezclado COIl lo político y
esto con lo económico y con asuntos de prestigio que (lOCO o nada tenían que ver can el evangelio de Jesu– cdsto. Si hubiera, pues, que reabrir el proceso, con– tra los hombres del siglo XVI, los alegatos podrían desal'l'ollarse por años, agregando todavía Inf(jIlos a los ya vertidos en Ja causa. Y nadie podría culpar de mala fe a los abogados de uno y oh'o bando, pues para desa1'l'ollarse una tan confusa madeja, todos no poseemos sino nuestras torpes manos y corta vista de mortales.
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LA REFORMA LUTERANA
Hace 450 años que Tetzel predicaba en Magde– bUI'gO las indulgencias romanas, una pal'te de cuyas entradas iba a aprovechar el obispo de Maguncia. A.
este monje que pretendía disponer del tesoro espi– l'itual de la Iglesia para aumentar un escandaloso te–
501'0 matel'ial, se opuso al grito Indignado de oÜ'o monje, Lutero: "el verdadero tesoro de la Iglesia es el muy santo Evangelio de la gloria y de la gracia de Dios"; "se injuria a las Palabl as de Dios cuando se emlllea tanto o más tiempo en Un sermón en pre-. dicar las indulgencias qUe en anuncial esta Palabra".
Así comenzal'on a ch'cular las 95 tesis de Wittemberg en 1517. Es el aniversario que celebmJnos.
El abuso de las indulgencias era el signo de mu– chos otros. Por otta parte, el ataque de Lutero se afirmaba en una intuición teológica y espiritual cuya gestación llevaba años de luchas intedores e investi– gaciones eruditas. De ahí que las discusiones ulte– liores hicieran aparecer temas mucho más hondos: la justificación del hombre por la fe, el lugal central y (mico de Jesucristo en la doctrina, llredicación y vida de la Iglesia, la pl'imacía de la EScritura como Pala– bra de Dios sobre todas las palabras e instituciones humanas.
Llltel'o no tuvo la intención de liquidar a la única Iglesia de ClIsto, "la madre que nos engen ~l'a y nos lleva", según sus palabras; tampoco quiso l'Omper su uuidad fundando una nueva Iglesia, Deseó, eso sí, que la Iglesia medieval, de la que él era pastor y teó– logo, conigiera sus desviaciones y volviela a la pu–
reza del Evangelio. Pues se corría el riesgo en esa coyuntura de la Iglesia de valorar tanto las obras humanas, que no se llegara casi a desalojar a Dios, a Jesucristo y a su palabra de la preocupación pl'i– maria de los fieles.
Frente a IIOmbres de Iglesia que reposaban en las refollnas histól'icas de la Institución visible, frente a cristianos que perdían de vista la glol'ia de Dios para vivir una religión centrada en el hombre -te– mor de castigos, deseo de obtener favores, seguridad
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