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« Previous Page Table of Contents Next Page »EL ABUELO y sus 5 HIJAS
Mi propio abuelo. cuya barba le daba un aire a Lin. coln. era doctor en medicina graduado en Filadelfia en 1872, y conservó toda su vida un recuerdo casi sagrado, como una especie de veneración, UnH! como filial admi. ración de aquel país 'Cuyas virtudes eran entonces las que él mismo mostraba en su carácter sencillo. honesto, laborioso. frugal y humanitario. revestido de dignidad republican8'. Virtudes, en ese tiempo. americanas, que aún suelen asociarse popularmente con Abraham Lin. coln. Había en la bodega de la botica de mi abuelo, en lo que se llamaba el Cuarto de la Quirina, un esque. leto humano. que según los rumores corrientes entre los nietos. era el de una mujer de Filadelfia. bella en su tiempo. que había respondido al nombre de Carmen. cita. a quien los niños a veces adornábamos con cintas de colores en la calavera y a la qUe un día. con gran escándalo de los mayores. sacamos de paseo en una bicicleta al atrio de la Iglesia contigua a nuestra casa. Muchas veces mi abuelo me habló de Filadelfia y otras ciudades americanas. pero olvidé las cosas que me con. taba y me decía o las recuerdo ~e2cladas de ficción. co– mo cuando creo acordarme de que una vez me hablara del doctor Holmes. no desde luego del Magistrado. si no del médico y poeta. Oliver Wendell Holmes. Sé. sin embargo. como suelen saberse las cosas olvidades. que mi abuelo miraba los Estados Unidos como un mundo moral y material muy superior a todo 10 puado, el ápi. ce del progreso y. en cierto modo. la meta de la histo– ria. un nuevo ensayo de vida justo. decente y racional. en el que el hombre. advertido y auxiliado por la cien. cia. no volvería a cometer los tremendos errores que cometió en Europa. El había xiajado por Francia. lIalia. España y otros países europeos. pero pensaba. si no re. cuerdo mal. que la cultura debía separarse de la mise– ria popular y de los crímines. guerras. tiranías. insolen. cias, locuras. y demás plagas a las que ancl,aba unida en aquel continente. Tenía. pues. el optimismo ameri. cano de su siglo. y su esperanza estaba puesta en los Es. tados Unidos y en 10 que estos representaban para toda la Améric8'.
Todas sus chico hijas eran muieres bellas e inteligen– tes. cada una de ellas con una personalidad inconfudible, con una gracia enteramente suya y sobre todo con una brillantez de lo más española. (l) A la mayor la envió mi abuelo desde muy niña a un convento de monjas en
(1) Agustín Urtecho de Martínez
EXTRACTO DEL ENSAYO
"EL AMERICANI8MO
EN LA CASA DE MI ABUELO"
JOSE CORONEL URTECHO
Poeta y Escritor Historiador Nicaragüense
Nueva York y de ahí, cuando mi tía era casi una señorita a terminar sus estudios en otro convento de las mismas monjas en Pa,rís. Si su objeto era americanizarla pri. mero en los Estados Unidos y darle enseguida un barniz de cultura europea. como sospecho, se equivocó en los medios. porque el colegio de Nueva York. era además de convento de monjas. de monlas europeas. y por lo mismo. la mayor de mis tías ha sido una señora intelec. tual. escritora y conferencista. consllgrada en su madu– rez al magisterio. pero siempre una dama de cultura europell tradicional. católica 'y latina. refractaria a to– do exhibicionismo. siempre discreta. modesta. sencilla, siempre un poco perpleja en el revuelto ambiente nues. tro. y no poco desconcertada ante las tendencias mo– dernas de hi vida norteamericana. que considera. creo, libertinas y bárbaras.
Mi madre (2) recibió su educación extranjera sola. mente en París. no en los EE. UU. como su hermana ma. yor. y a mí me tramifió desde mi infancia su gusto por lo francés. No olvido nunca los libritos pequeños y re. gordetes. ni los de tela parecidos a cuadernos -los clási. <:os de HacheUe y de Garnier: Corneille. Bacine. Moliere. y sobre todo el La Fontaine-- ni el Grand Larousse. cu· vas figuras yo miraba con un asombro. con placer. como sólo se sienten una vez en la vida. Hojeando aquellos libros y muchos otros -hasta las mismas piezas teatra– les de La Petite Ilustration- al correr de los años. sin darme cuenta. aprendí a leer francés. aunque no a ha– blarlo. con mayor gusto y fa.cilidad que a leer en espa– ñol. puesto que nadie me obÍigaba a hacerlo. ni me castigaban si no 10 hacía. Cuando me pongo a recordar mis años infantiles. aún me parece oír a. mi madre hablar de Jocelyn y repetir, con su trémula voz argentina. frag. mentas de Le Lac y de El Crucifijo de Lamartine. cuyos versos románticos. de una amonía inmensamente dulce y evocadora. entendidos a medias. me abrían. ca· mo quien dice. una ventana a un paisaje ideal. proyecta. do en el ámbito del sueño. envuelto en una bruma de misterio en que todas las cosas. aun las Diás tristes. aun el mismo dolor, parecían hermosas. Fue por en. tonces. no sé en qué año. porque éstos y otros recuerdos están como apiñados en mi memoria sin separación de tiempo. cuando tuve mi primera noticia de la existencia de un poeta norteamericano. Había aparecido en La Beveu des Deux Mondes. un artículo muy encomiástico
(2) Blanca UI techo de Coronel
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