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aceptando 1;\1 gran sal'ao dado e11 su honor a su llega– da, y l'indiendo pleitesía a la belleza filipina tomando alguna liarte en las más reposadas cadencias de un bai– le de cuadl illas,

¡,llego, las dos filas de caballeros y señ01as, cenan· do el German, con el popular, Vírginia Reel, en donde era de verse aquellas ~abezas emblanquecidas por la nieve de los años, avanzar hacia el cenb'o, débil y des paciosamente, en el gracioso desempeño (le las figUl'as de rigor, al compás de la animadOl'a y bélica música, tan gtata para los corazones del Sur, del Yanltee Doo– dIe, y oh'as de idéntico carácter,

Hemos celebrado la llegada de nuestro buen ami– go MI'. Carlisle, correspondiendo a una atenta invita· ción para un baile vel'ificado anoche en los salones (lel Casino. Os he hablado en una de mis cartas preceden. tes de este pequeño pero bonito y cómodo edificio, l·e· fulgente de luz, y sencilla, más cOl'l'ectamente ornamen· tado, cual COl'l'espondía pal'a recibir cumplidamente a la digna dama festejada, y a la eS<logida sociedall ahí con– gl'egada el! su recinto. Enhamos: un caballel'O tomó nuestros sombreros, y una señol'a, el abrigo de mi llija, invitándonos a tomar asientos en los cOl'l'edores de tel_ tulia, apl'OvechándOJne de esta cOYllntnra pal'a pl'eseu· tal' a Mr, Carlisle a mis escasas amistades, En vano es· pel'éI a que ellos, a su vez, amplial'an el circulo de las presentacones de estilo haciéndolas extensiva/, con nos· otros mismos, lo que no fue óbice pal'a que, dm'ante la lloche, nos l'elacionál'amós con muy buena parte de la amable concUl'rencia.

A poco se oyó el golpe de la batuta sobre el ah'H,

y acto continuo principió la Obel'tura "Raymond" eje cutada por el mismo cuer}lI) de músicos que en la igle– sia de San Francisco me sorprendiese con marciales acentos y me agradase con las armonías de Rossini, in– tel'ptetando ahora, tan bien como era de esperarse POI el reducido númet o dc insu'umentos la hermosa })al,ti. tnra de Thomas, qUe contribuyó, por modo decisivo, a predisponernos a los tentadOl'cs deleites de Berecretia. Mr, Cadisle quien, por de contado, tenia en Mildred su espléndida compañera de baile, siguió discretamen– te en pos de las valias parejas que ya invadían el sao Ión, esperallllo que tel'minase la larga introducción pa· ra deslizarse a los alegres acordes de un valse de Wald. tenfel. En cuanto a mí, el gozo se me fue denho del pozo, al verme forzado a aceptar la tdate posición de

~spectador filosófico, obligado por el aislamiento en que me colocaban, de hecho, mis raras l'elaciones con el bello sexo l'ivense. Terminado el valse, los caba– llCl'OS condujeron a las señol'as a sus asientos, l,etirán– dose incontinenti a los opuestos corredores con las po– cas excepciones de Mr, Cadisle que dedicaba sus aten– ciones a mi hija, y de algunos enamorados lechuguinos concretados ciega y exclusivamente a la secreta al 10–

ración de sus Ch'ces, como si acabados sus plll)eles de (lanzantes estuviesen ahí muy por demás, o como si el con<lurso de caballeros en presencia y compañía de tan lucida y gentil asalnblea de elegantes y agraciadas da– maS, constituyese un acto de agravio inexcusable, u obli– gase a un embarazoso accionar a las distinguidas agl u– paciones de ambos sexos, volviendo aquellos enseguida aceleradamente al pI'eludio de la música, a llenal' sus

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compromisos, retirándose luego como antes, y quedan– do lluevamente las señoras en sus asientos, en filas ina. movibles como si obedeciesen a una consigna milital. Bandejas con copillas de suaves licores se hicielOn circular pOl' cntre los grupos de señoras, mientras yo continuaba mis l)aseos solitados de puerta en I)Uerta pOI' los amplios cOlredol es con ánimo l'esignado y pláci_ do semblante, cl'uzando después aquí y allá l)Di' euh'e las mesitas dispuestas llal'a la hora de la cena, y ya rodeadas de algunos caballeros, apl'ovechando unos, los intermedios de la música, y de fijo otros dm'ante el desal'l'ollo de la fiesta, entregados a ehallas bullicio sas bajo el estímulo bienhechor del zumo de pal'1'';¡, pre. sentado con la debida pal'sÍlnonia bajo los diversos y

atrayentes matices, mientras las señol'3s del)lll'tían en. tre ellas mismas con la caraetel'ística afabilídad y como placencia de la exquisita mujel' meridional.

Se 11Ie OCUlTe que soy la pel'sonificación del Con. vidado de Piedl'a en el festíu, al l)aSearme por el im

provisado comedol', oyeml0, al acaso, estos o semejan_ tes hozos de convel'sación.

-A cómo vendiste tu novillada, Lolo?

-Hombre, a huevo; y con esto salí mejol' lij)rado qUe otros que dejaron las suyas empotrel'adas para me. jOles tiempos.

-Pero sacl'ificar en tiera tica, como quien suelta piltrafas, la espléndida bueyada de mis potrel'Os no tiene perdón de Dios. ' -Pues si a perdonar vamos, quien menos le alcan. z,a por la venta judaica, eres tíl mismo, a fuer de jus– tlCelO, Lo que me carga el corazón es aquel berrendo toro padrote que cayera en manos de israelitas calta_ gOS como el camello de Tal'tarín enllodel' de Balbazul. La mesita cercana está pah'ocinada por comercian. tes y agricultores, en!t'e !lIlos, jóvenes presumiendo gravemente de ancianos rentistas.

-A juzgar por tu semblante de dómine jubilado ad honorem, las ventas merman que da grima Pepe? -Díez, veinte, hasta cuarenta al día, qn~ es p~l'a

lllolir, hijo. Y esto qUe liquido al dos mil, para entre nos, y que la pulpería de seco, me saca a flote con un menudeo consolador. Pel'o, y tú te piel des por siglos! -Cómo ha de ser!1 Ni yo lUismo me entiendo ya, des/le que pelo el ojo por la mañana, atarullado de con_ sultas a granel de todas pal,tes y de tutti cuanti sobre cambios, libranzas, y demás tI ansacciones comercia les.

-Tu opinión sobre almidón y granos? Porque mi. la, si voy a Itablal'te con franqueza, tengo mis debilida. des por este comercio así vergonzante, diré, sin jae. tancias ni mayores peligros que COl'l'er. En confianza, tengo un tel'l'enito que es la gl'acia de Dios pal'a la yu.

ca! Lo contrario del vecino de enfrente que se las pi– na por el embeleco de una ostentación apal'atosa' que cuidado sí es añagaza de cuenta para la nOvelería plO' piciatoria del vnlgo de lngar y de ciudad, que eu este óptico detall~, allá se va lo uno pOl' lo otro! Pues no has oído hablar en tu vida de un fulano Wanamakel de Filadelfia que tiene hasta teatros, museos, y res– taurants dentro de sus inmensos almacenes? No pa l'ece sino que fnel'a éste su gl'ito /le combate: ¡alojo del transeunte!' y tanto le ha valido que le llevó a ocu-

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