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« Previous Page Table of Contents Next Page »déis intelfogar, aún a las más adeptas, sobl'e el orden
y significación del ritualismo católico que a diario o frecuentemente presencian con la cel teza de que po. cas sabrán responderos satisfactoriamente, y mucha parte, siquiera con asomos de instrucción o conocimien. to en materias de este linaje, qne impresionan al ex. tlanjero observador con los mismos efectos del óptico fenómeno de espejismo en el gran desierto de Sahara La gran mayolía de los varones comulgan en la fé ca tólica en dos solemnes ocasiones, para casarse, y para morir: en la una, obligados por la fuerza de la necesi· dad; en la otra, por la del miedo pueril a lo descono– cido, Nuesho ilustre y mál'tir ex.Presidente Mackill_ ley habría quizá muerto ridículamente aquí repitiendo palabras del Salmista, "0 Dios, cúmplase en mi tu vo· luntad" y el Presidente Roosevelt o ei rey Eduardo estarían a pique de crear un espectáculo sensacional no solo con su distingnida presencia en las ceremonias re· ligiosas de estilo, sino tomando paite importante y fer. vorosa, al parecer, así en las oraciones como en los can. tos de ritual.
En los rezos mortuorios en las casas privadas, cuyO casi público carácter dicho sea de paso, no tiene razón algllna de ser, obsérvase todavía, cómo según me iufol'. man ocurre a veces en Granada, un carácter de mayor h'religión, toda vez que no tienen aJí las sugestiones del templó. Mientras que una persona enseña, o dirige el rosario, que es el conjunto favorito de oraciones, las demás repiten mecánicamente las sacramentales pala. bras hasta el fin, sin otra concuuencia que la de lf,ls labios, He visto aquí persona de adusto y beatifico as. pecto empezar uno de estos rosarios con el empeño y solemnidad más edificantes, e interrumpirlo de prono to a media miel, para aplacar a tajonazo limpio las in· temperancias de gavillas de perros que abundan por aquí como en Turquía y las cuales se entran por las casas con la mayor frecuencia y naturalidad del mun. do. De perilla vienen los versos de una fabullilla que termina así:
"Pues la cristiana oraciiin Jamás se remonta al cielo, Si no le prestan su vuelo La mente y el corazón",
Tuve hoy ocasión de asistil' a unos funerales cuyo cortejo, como es de costumbre, formábanlo solamente caballeros a pié detrás del féretro. Penoso era ver a uno de los dolientes andar por entre la concurlencia reunida frente a la casa del duelo, en la embarazosa mi· sión de escoger cuatro (lignas personas que llevasen los cabos del ataúd. La evolución entra en todo, co. mo I!ien sabéis, y así como las alas de algunas aves se transforman en alones para desaparecer después, así la costumbre de cabos largos se ha sustituido por la de COI'tOS COl dones terlninando en colgantes borlas negras simbolizando la añeja usanza de los cabos de honor, y
creemos que esta irmovación tan insignificante al pa– recer, vendría de perlas para evitar a los dolientes ciertas obligadas complacencias, o la enojosa e inopor. tuna tarea de difícil facilidad, de distinguir méritos y
dignidades entre el concurso, a veces numeroso, de ami-
bos acompañantes. No parece infundir aquí, dígolo con pena, el pesaroso respeto que inspira allá la pro– cesión fúnebl'e, pues que he visto a alguna parte de la concul'lencia en los propios vestidos blancos o lige ros y aún con prendas de color en el vestuario conque durante el día se han dedicado a sus diversas OCUpa. ciones, yendo algunos fumando, y otros distraídos en las más animadas conversacones y aún burlescas gua. sonadas que, si no se mirase al fond" del verdadero sentimiento, podrían tildar de ligereza de espíritu, o de chocante inobservancia de tan elementales princi. pios de cultura y de respetnoso decoro en presencia del dolor y de la muerte, a tan cUDllllida como amable so. ciedad.
Esperamos gozosos esta noche a nuestro inteligen te y buen amigo Mr. Charles Carlisle, a quien he lIa. mado en calidad de Secretario.
Recibid el mansaje afectuoso de Rustro aprecio y
de nuestra amistad.
CARTA VII
Rivas, mayo 25 de 1907.
Querida y respetada amiga:
¡Cuán lejos estoy ahora de aquel paradisiaco rin. concito de la Virginia Occidental, favorito resorte ve. raniego de las refinadas sociedades de Washington y de Richmond, y sin embargo, cómo el ensueño empe. queñece la distancia, y cómo miro al través de mi fan. tasía, ora entristecida, ora alborozada, la riente visión del limpio y blanco pueblecito de Whíte Sulphur Springs, en donde corrieran veloces tantas temporad'a-s de purísimo placer para ambos, y para ambos, por tan. to, inolvidables!
Reinabáis allí sin rival, como en todas partes, por vuestra hel'mosura peregrina; por vuestra regia elegan. cia, por vuestro chispeante talento, por las gracias ini. mitables de vuestra persona, y las incomparables de vuestro espíritu y de vuestro corazón. Bailábamos una noche el alegre cotillón conocido allá con el nom bre de German, cuando al sonar la c3lllpanilla de la dirección, anunciando un c3lllbio de figura, os alejás. teis, grácil y ligera, a una de las tribunas del salón,
y prendistéis, a guisa de irresistible invitación, la flOl
de cintas de encarnados colores sobre la solapa del frac del distinguido y bienquisto diplomático, Minis– tro de Nicaragua por aquellos años, a quien tanto admi· rastéis con justicia, y por quien, con mayor justicia aún, fuistéis también aclamada y admirada, aquel culo tísimo y simpático pel'Sonaje que brilló por algún tiem– po en nuestra ciudad capitalina bajo el nombre de Dr. Horacio Guzmán. No era el señor Ministro por Nicara· gua hombre, en verdad, para aquella deliciosa confu_ sión cotlllonesca, más su hermosa y correcta persQnali. dad, Sil exquisita galantería y fácil posesión de si mis' mo, si bien ayudado grandemente por vos, le hicieron salir airoso del conflicto de vuestros salerosos capri. chos, como triunfase así mismo en Manila, de sU pro– pia corpulencia de coloso, MI'. William Howard Taft,
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