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« Previous Page Table of Contents Next Page »bastante generalizado en nuelitro pueblo, relaja mós aún los resortes familiares afectando también aquellos hoga– res que estón fundamentados sobre el matrimonio. El varón se aleja seducido por el licor, y la casa queda sin autoridad masculina; y cuando regresa a ejercer auto– ridad, lo hace, por efectos de la misma ebriedad, con dureza Y altanería. Por esa razón del maltrato la mujer del bajo pueblo tiene miedo siempre
(1 contraer matr;· mOllio, Y prefiere muchas veces las incertidumbres y las inseguridades del amancebamiento, porque cree que en conciencia no la liga a un deber de soportar las insolen– cias del compañero. Es este uno de los cuadros más sombríos de nuestra sociedad
El Estado en la historia de la época de la indepen– dencia para acá se nos presenta como culpable de fo– mentar la ebried"d en el pueblo porque ha fincado en la vent(l de licores una de las rentas que sostienen su mecanismo. "Sunt lacrimae rerum": el C!guardiente ven– dido por el I:stodo es el que disuelve la familia y de– genera le roza, porque como buen tabernero tiene que regociíarse cuando aumenta el venenoso consumo. Otra ele las flaquezas del hogar nicaragüel1se está constiluido por la pésima reglamentación del trabaio de la infancia. El abondono de la madre, que he descrito en el párrafo anterior, la obliga para poder mantener la c(lsa a imponer trabajos fuertes a los menores de la familia, en esa eclod en que todavía debieran vagar en los juagos risueños que desarrollo" el cuerpo, y ejercitar– se en la escuela que desarrolla la inteligencia y el es– píritu por la buena enseñanza. Contristan el alma los trabajos a que so ven sujetos los niños en Niccragua.
Vall los lech~ritos por los caminos fangosos, agostón– dose en sus tiernos Clí'¡os con su monótona labor duran– te las horas de la noche, dormitando sobre los cántaros al ritmo del trote de la mula, cuando debieran estar descansando y durmiendo a pierna suelto para ser los vigorosos trabajadores del mañana Y quién no ha vis– to a esas pobres vendedorcitos ambulantes que marche," por las calles sudorosas ,ton una batea sobre la cabe– za ofreciendo su mercancía ante la indiferencia del pú blico, y qué acaban vendiendo, ¡ay dolorl, no sólo lo que va sobre la betea sino lo que va debajo. Todas estas realidades dolorosas dispersan el hogar nicaragüense, el cual carece de esa forma de reunión caliente en que sus miembros conversan sobre las cOSas del pasado y del porvenir; reuniones en que la familia va pasando de generación en generación las tradiciones de la casa, que engarzaclas en el hilo del recuerdo for– man en lo perspectiva clase social, con el nombre de la familia, unCl entidad pofenfe y respefClble.
Vamos ahora a dar un vistazo a /0 propiedad. Su concepción romana ele dominio enraizado en el ajeno respeto, no ha penetrado muy hondo en las inteligencias
y eil los sentimientos de los nicaragüenses. Repito que en estas aseveraciones no me refiero a la "élite" forma– da por una minoría extra ida de las clases principal, medía y artesana. La mayoria no siente por la propie– dad ni amor ni respeto. El individuo del pueblo no da esas muestras de aspiración a ser propietario que es quizá la fuente mayor de sólida riqueza en los países de Europa. Me fundo para esta aseveración desagra– dable en que ese mismo individuo es enemigo del aho– rro, y es sabido que el ahorro nace espontáneamente en la voluntad del hombre por el estímulo del deseo de ser propietario. Cuando una persona anhela poseer una cosa, se propone como medio de adquirirla al recoger
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su volor, es decir lo necesario para comprarla: de ahí el propósito de guardar lo sobrante después de satisfe– cha las necesidades del diario vivir. Esa que pudiéra– mos llamar tenfación de la propiedad, y que es el des– pertar del deseo de adquirir, no se observa en el ánimo de los varones de nuestro pueblo.
Del deseo de la propiedod se deduce como lógica consecuencia el respeto por la propiedad. Si a mi me gusta una cosa y deseo adquirirla, me place que dicha cosa se conserve integra, limpia y sana, aunque esté en manos ajenas Tal respeto no es sentido por nuestro bojo pueblo y muchas veces ni aún por individuos de los clases más cultas. La propiedad rural sufre los ul– trajes eJel irrespeto. Las guerras civiles han impreso el concepto de inseguridad permanente sobre las fincas. Tomar lo ajeno en el campo es una de las funciones del militar en campaña en nuestras contiendas fraticidas. El pueblo mira con tal naturalidad esa función, que con ese instinto que le guia en la construcción del idioma, y que le lleva a expresar con un verbo toda acción re– petida y acostumbrada, ha inventado el vocablo "afian– zar", que significa en lenguaje militar coger lo ajeno el! campaña, sin que esfo sea robar.
Por eSa inseguridad de la propiedad rural, nUes~
tros campos se han ido despoblando de propietarios. L..s haciendas que ayer eran lugar de residencia de sus dueños, sufren ahora su ausencia y se mantienen en poder de asalariados que no sienten por ellas el afec~
to que infunde la propiedad. Nueslros mal llamados agricultores han ido perdiendo poco a poco el amor a las cosas elel campo, que es fuente de prosperidad; y fuera de una ligera visita hecha de carrera y con ónimo de regresar pronto a la ciudad, viven de espalda a la mesto. Signo también de ese irrespeto a la propiedad es el trato que nuestro pueblo da a los árboles frutales, a los cuales parece que tuviera inquina porque siempre trata de destruirlos. Los árboles que sinien de adorno en 11.15 colles son ultrajados sin piedad por los transeún– tes. I-Ie visto a la plebe y también a los señoritos des– ¡luir los árboles sin ninguna piedad, por simple retozo, cuando regresan alegres por las noches de los holgorios de nuestras fiestas regionales.
Todas los esencios de nuestra cultura están como prendidas y mantenidas en la religión cristiana bajo cu– ya prote~ción nació y ha crecido felizmente la raza in. do-hispctna a que pertenecemos. La religión en cuanto signifka fé en la divinidad de Jesucristo estó enraizada en el almll de Nicaragua, que se confiesa católica, al,05– tálica y romana. Pero las fuerzas morales del Evangelio no obran con todo su vigor en la Nación. La ausencia de las 6rdenes religiosas que abandonaron el territorio arrojadas después de la Independencia, ha producido un efecto de debilitamiento de esas fuerzas en el país. El clero ha sido escaso de número, y por ello no ha existi– do el trabajo del pórroco en los departamentos donde la población está diseminada en grandes extensiones do territorios. La parroquia es el centro de las relaciones del pueblo con la Iglesia. Alrededor de la parroquia se reunen las diferentes clases para exponer quejas, .re– cibir consejos, cambiar impresiones y gozar de los sacra– mentos. En la tertulia de la parroquia, en otros países, es donde se verifica en los distritos rurales la apacible igualdad social que, sin romper jerarquías, permite la compenetración de intereses y aspiraciones entre los ca– tólicos. Por la escasez de personal no se siente esa in– fluencia del pórroco en Nicaragua.
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