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pero es lo ciertó, aunque el mundo marche el espíritu

de la sociedad primitiva es más liberal que el de los que le siguieron y quien dice sociedad dice gobier– no no fueron reyes los que gobernaron primero a los hombres j Coso singular! La libertad es vieja, la tiranía es moderna Libre nació el hombre; las cade– nas vinieron después.

EL MILAGRO DE

SAN JERONIMO

¡Que el diablo entienda a las mujeres!

Martín era un pobre que no tenía segundo pan– talón, y Tella la hembra más codiciada del barrio, Martín con una oreja tan grande que en efla podía caber un elefante y la otra del tamaño de un ojal, y Tellita, el primor de los primores, Martín una calami– dad que daba frío, y Tellita capaz de encender un témpano con el fuego de sus ojos; aquél no podía ofre– cer más que miserias, y ésta sí; la felicidad del paraíso de Mahoma Y, sin embargo, Tellita llevaba alboro– tados el corazón y Jos sentidos todos por el orejudo ¡Que el diablo entienda a las mujeres!

La oreja de Martín, la grande, estaba en capilla, pues don Erasmo, padre de Tella, que llegó a saber la extravagancia amatoria de su hija, había jurado cortar– la, pero el amor no teme, y Martín le espiaba las vuel– tas a don Erasmo Eso sn, cuando don Erasmo venía por una calle y Martín iba cr encontrarse con él, el mozo, llevándose las manos a la fenomenal oreja, do– blaba esquina o echaba pie atrás.

A dón Erasmo le tenían con cuidado los amores de su hija con el orejudo Consejos, regaños, ame– ndzas, todo lo ensayó, y Tellita siempre firme, siempre fascinado; por MartÍ'n ¿Qué hacer? No había que pensar, en' el matrimonio, pues para don Erasmo y para el públic;;o, menos para Tellita, Martín era un culiroto, una nulidad, y ¡esa oreja! Si yo consigo trazarle la oreja, decía don Erasmo, puede ser que consienta en el matrimonio, pero Martín, que quería mucho su ore· ¡a, tal vez por fa notable, nuncó se le ponía delante al irritado podré.

Este llegó a inquietarse tanto que temió una trastada de su hija Don Erasmo casi no dormía ni comía, pensando en la oreja del adorador de su hija ¿Qué hacer?

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i Eureka! Don Erasmo está salvado, mejor di– cho, Tellita está salvada

Don Erasmo era un gran devoto de San Jerónimo, desde que, según él, gracias al santo Doctcr se había librado de la muerte una ocasión que re echaron a la cárcel por faccioso Hizo, pues, una promesa a San Jerónimo, (1) para que a su hija se le quitara la idea del orejudo, y ¡oh maravilla! Martín no tardó en desaparecer del barrio

A cumplir don Erasmo la promesa, yendo a la fiesta de Sah Jerónimo, de Masaya, con Tellita, y lle– vándole al santo un mi/agro Consistía éste' en un -

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muñequillo de plata con una oreja enorme y la otra pequeña la vera efigie de Martín A Masoyo, pues

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Nadie bailó tanto como don Erasmo Y Tellita bailó también Don Erasmo pareda no acordarse de Martín para nada, por eso, sin duda, no se fijó en que, cuando bailaba, de noche en la casa de un San Jerónimo, cerca de Tella daba brincos un joven que tenía la cabeza cubierta con un pañuelo hasta las ore– jas, y tampoco se fijó en que ese joven y Tella fueron separándose cada vez más de los bailadores. Mo– mentos después, Tellita había desaparecido y el cabe– za tapada no estaba allí Pero al acabarse el baile, Tellita al lado de su padre

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i Oh santo mi/agriento!, deCÍa una vieja En el barrio de don Erasmo no se hablaba de otra cosa que. del milagro que San Jerónimo había obrado en Tellito

y el orejudo Es verdad que Martín habí,a vuelto a aparecer en el barrio, pero no daba señales de insistir en el amor a Tellita, y ésta, si bien bastante pálida y delgada, como que jamós habíó conocido al otejudo i Oh santo milagriento!, decía Jo vieja

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En el mes de JuniQ, esto es, a los ocho meses y días de la fiesta de San Jerónimo, Tellita, la idolptrada hija de don Erasmo, se encontraba en cama Un mé– dico la asistPa sonriéndose . porque él conocía la en– fermedad de la joven.. y don Erasmo la ignoraba Y cuando don Erasmo lloraba por su hija, ésta, el primor de los primores, fa niña puesta bajo la casta égida del Santo doctor -j oh santo mil(jgi'iento!~ arrojaba: al rnundo un gordo muchacho. con una oreja mós gran– de que la otra la pequeña éfígie de Martín. ¡Oh santo milagriento!

QUIRIENDO HACER TILIN

El Dr Costela se pasea en sU cuartO. Tiene unO carta en la mano. .

--¡ Pues aviado esloy! El otro día Antolín Tili– che y ahora Leocadio Firifífí! j Paciencia! Pero i pobre el hijo de mi compadre! Me tengo yo la culpa; no, él, porque ¿a qué eso de sonar? Si ha sido una sacudida de gollo americano la que recibió el quiqui– riquí Y lo mismo le va a pasar a este Firififí que pide una conferencia literaria, en vez de consultarme cuál sería, para él, la mejor ocupación mecánica

j Qué sonada tan cara! Un tarso hecho añicos y el otro quebrado casi, la cabezo más pelada que la de un quebrantahuesos, las carúnculas arrancadas, las alas desplumadas como las del zopilote recién nacido, y la cresta peor que pipián tierno picado de las galli-nos Leamos de nuevo Lee el doctor "Mío caro Castela

En estos tiempos de decadencia literaria en que las sabandijas de la prensa están dando 01 trasto (¡al

trasto! Dívinof) Jas reliquias cervantinas y eyusdel fur–

fure ¡aprieta con el eyusdet fúrfurel) de los sabrosos

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