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« Previous Page Table of Contents Next Page »Carmen ser6 mla, 5610 mIo, y te. te quedarás contando las estrellas o... uno de 105 dos muere.
-Carmen, la digo con aspereza, a tus órdenes! _001\1e el brazo, Alberlo.
Al pasar por el Parque de Colón me dice: _Qué cara la qué tiene mi señor primo!
_Carmen!, la digo, opretol1do su brazo con furor .. _¿Qué tienes, Albcr~o? Así no ores tú conmigo; así me pugas ...
-Carmen, cuando saglas de la Iglesia ... -¿Con quién?
-Con Ernesto; acuérdaie de que mis labios se han confundido con 105 tuyos y ...
-Alberto, qué dicesl
-Acuérdate de Clue te has visto en mis brazos. _Alberto, qué es eso?
-Acuérdate de que me has jurado amor. -Por Dios, Alberto!
-y de qua yo puedo vengarme. Y si sientes re-mordimientos, aunque eres mujer...
-No mo destroces el alma, Alberlo. Querido pri– mo, mi amante, mi amor, acabo de decirle que jamás seré su esposa. -¿A quién?
-A Ernesto, ingrato.
-Perdóname, Carmen, pero he tenido celos. -Alberto, soy tuya, soy tu esclava; lo elue gustos. -Mi esclava no, Carmen, sino mi reina.
_y no creas que espero que tú me lleves al altar; no, pero te amo y ... te amo ... te amo...
En este momento, Carlos, se me ocurre la iclea del matrimonio; pero digo: no, la aventura de París, Eliso,
M. Dilois...
-Carmen, la digo al llegar a casa, necesito hablar esta noche contigo; quiero ver si me amas. -Bien Alberto.
-Pero Marcela, esa vieja...
-Yo te aseguro que Marcela nada sospecha; sé por qué te lo digo.
-Pues ya no le echaré la cuerda al cuello. -Ya no; y ¿qué dices de Julián?
-Que es un hombre reservado y prudente. -No piensas que hablaría si supiese...? -Ni por un instante.
-Pero Julián es el oído del señor cura.
-¿Quieros decir, mi adorada Carmen, que Julián es a quien debo ahorcar?
~No, Alberto; quiero decir: cuidado! He hablado en la noche con Carmen. Estamos resueltos a todo...
ALBERTO
XIV
Granada Querido Carlos:
•. Tres díClS hoy que Ernesto no visita a Carmen: mag– nlfrco! Mi tío muy ocupado en las fiestas de las hijas de María: soberbio! Marcela con un catarro tan fuerle, que la ha obligado a coger cama: viva el diablo! Julián acompañando al señor cura: vivan las hijas de Maríal Carmen resuelta: viva Carmen! Y yo mós: viva yo!
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Carmen viene a mi cuarlo canlando estos versos de El Rey que rabió:
Yo que siempre de los hombl'CS me burlé, Yo que siemple de los n()vioB me reí, Yo que nunca sus lisonjas escuché, Hoy en busca dc mi amante vcngo aquí.
y la recibo con los brazos abiertos. -Carmen, la digo, dame un beso.
-y dos y tres y cuatro y cinco y ... ¿cuántos quie-res?, me contesla.
- Carmen, ¿mucho me amas?
-Mucho. Alberto se acerca la hora suprema. -La espero ton ansia, -No me olvides nunca. -Jamás!
-Al seguirte, Alberto, no cumplo con mi deber, pero te amo y .•. por qué no? -¿Te arrepientes?
-No, que bien sé Jo que hogo.
Voy a hacer Ulla calaverada, amigo: huir con Car– men. ¿Las consecuencias de esta acción? No lo sé, pe– ro de ellas no serón el sueño del Lago ni el de Tántalo. ¿Qué dirá la sociedad? Pero qué soy yo? Qué es la sociedad? Yo soy un miembro de la sociedad, tal vez
el menos malo de ella. ¿Qué es la societlad entonces? Yo no discuto mi acción. Amo a Carmen, Carmen me ama, no quiero casarme: soy, pues, consecuente con el fi ll del amor.
Todo está listo, amigo; esl'a noche huiré con Car– men. Como sé que audaces fortuna juvat, el lugar que he escogido para pasar con mi prima la luna de amor, dista sólo cien vataS de la casa del cura. ¿Se imagi– mirá éste que estamos tan cerca de él? Lo desafío. Abur, Carlos.
ALBERTO
XV
Granada _ Carlos:
Escucha.
Carmen y yo en nuestro escondrijo. Ella tiembla, yo no tengo mi natural sangre fría. ¿Qué hemos he– cho? Lo más sencillo del mundo, lo que muchos han hecho, lo que muchos harán. ¿Qué me detiene? ¿qué nos detiene...? La digo:
-Debes reírte, Carmen, del sueño del Lago, como yo me río del de Tóntalo. Ve el Paraíso: abierto está, nos espew; en él falta un perfyme, el perfume de nues– tro amor.! Entremos, mi bien; entra, ángel mío...! ¿Por qué tardas?
-Un momento, por Dios, Alberto, y... soy tuya ... !
No sé qué siento; el sueño del Lago me persigue; en vano lucho por apartarlo de mi mente. Aquí estoy yo, huyendo de lo Muerte; allá tú, tendiéndome los brazos. Nuestras manos casi se tocan, pero nada más ... Alberto, tus brazos y tus besos, que tal vez tus brazos y tus be– sos los desterrarán.... ¡Oh qué feliz soy! Así, Alberto! El sueíío del Lago.. .! Bésame más... ' . -Ven, Carmen. Entremos ... , que ose lecho ... -Sí Alberto, entremos . ; .
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