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pata abrIrme campo én la sociedad, de qUé yo era un

millonario, un representante de don Santiago Morales en el viejo Mundo; y como los parisienses son la gente que más cree, resul!a que todos las caras me sonríen. ¡Vo millonario! Va repr¡;>sentante de don Santiago Mo–

rales! ¿No es verdad que es gracioso? Atendido mi carácter, n(durol es que aliente la mentira, pero sin comprometerme. No huelo, puos, en ser objcto de mil atenciones, atenciones (11 dinero que creían ver en mí. Como di~pongo más que ele 500 frcmcos mensuales, és– tos 105 gOasto con oportunidad ¿No tongo dinero? Pues me encierro en mi cuarto. Tengo? ¡>ues salgo. Cose– cho los flUtos de mi conducta de vivito: muchachas que quieren al hombre por lo que tiene o parece tener, po– nen en mí sus codiciosos ojos.

Durante un mes me aprovecho de la fama de mi– llonario; pero cometo la bestialidad de enamorarme de Elisa, hija de M. Dilais, y el vivito nicaraguano es en– gañado La digo que la adoro, que por ella me mue– ro de amor, y ella, ruborizada, me contesta: -Monsieur! Moi aussi, moi aussi!

y viene lo risible.

-Ven CI las 3 p.m., me dice un díCl la bella Elisa Dilais.

Y, naturalmente, voy. -Un beso, Elisa!

y llueven besos.

Porque lo primero que yo le pido a una mujer que me elice que ama, es un beso, pues no comprendo el amor sin que dos bocas se junten. Un beso! Ah, un beso! BesCld, ledora de mi almo, besad, que no hay cosa m6s grata que un beso; pero ya sabéis que no im– punemente se besa

Pues bien, Ccirlos, volviendo a m! aventura, una llu-via de besos.

-¡Qué me place el beso de las froncesas! -¡Qué me gusta el beso de las nicaragüenses! Otro, mon petit!

Y na sólo besos, también abrazos.

Y Clbrazados estamos cucmdo M. Dilais nos sor– prende. Ella da un grito, yo creo que el mundo se me viene encima; pero hago de tri pos corazón y le digo al padre de mi adorada:

-Señor! Si no es deshonra para voz el que me llaméis hijo...

*

Me comprometo, Carlos, Cl C(lsarme con la linda Elisa.

Siempre el diablo me ha protegido, pero también nunca Dios me ha abandonado del todo. le refiero a nuestro ex-condiscípulo Miguel lo que me pasa, y él se echa a reir a carcajadas. -Ja! ja! jo!

-¿Pero por qué esa risa?, le pregunto. -Jo! ja! ja! -Acabaréis?

~Ja! jo! ja! -Por los demonios!

~JtI! jo! jCll

-¿Quieres reñir conmigo? -Ja! jo! jo! No, Alberto espera.

Miguel, siempre riéndose, saca de su cofre un re– trato, un mechón de pelo y un guante.

-¿De quién es este retrato?, me pregunta. -De Elisa, le contesto con rabia.

-¿Conoce~ esle cabello? Es rubio como el de Elisa.

-Pues de elll.l es, mejor dicho, de ella fué; también

csle guante. Alberfo, te han engañado, no como a un chino, sino como Cl un guanaco: ¡:lisa no es hija de M. Diluís, Eiisa es ..

--Hablo, que ya la odio!

--Una cocolte! Dos años ha que conmigo... -Salvado gracias a tí!

M. Dilllis, Carlos, era un infame, y su llamada hija

mU~:lo mits. Por su¡)ueslo que no volví Cl ver a Elisa. Desde entonces, emigo, odio el matrimonio. No me casaré ni con Carmen.

ALBERTO

IX

Granada Quarido Carlos:

He empezado a darle clase de primaria a Carmen. -¿En cuánto tiempo oprenderé a escribir?, me pre– gunta.

-En cuc!rro meses, CClrmen, si te aplicas.

-Oh, sí! Seré oplicclI:la, porque quiero aprender. Tú te irás 1:1 Guatemala, de tlllá me escribirás y yo te contestaré. Verdad?

-Carmen, jamás me separaré de tu lado. -¿Ya no te vos?

-Ya no, mi vida.

-¡Qué me alegro! Pero mira, mi mano es muy rorpe, pues no puedo hocer bien la x.

-íu mano estó torpe ahora, Carmen, por una co-so.

-Díla.

-Porque no la he besado.

iOh no, no, no! Si quieres que te presente una buena plana no me beses. ¿Que no sClbes que tiemblo cCida vez que recibo tus besos?

-¿De qué tiemblas, Carmen? De miedo? -De amor, de miedo.,. Alberto, tu amor me da miedo. Si asi seguimos no aprenderé.

-Tonta, si al amor debes el que en cinco días es– tés ton adelClntada.

-Adelantada en la escritura, pero no en los nú· meros. ¿He podiclo, acaso, hacer bien el 3? -Carmen, tu mano a mis labios ...

-Espera, exigente, que esta V, qué letra es? V o U? -V, Carmen; la U es ésta; pero, Carmen, tu mano a mis labios .•.

-Espera, te digo. ¿Que no ves a Marcela? -Sí, tienes razón. iAh vieja, vieja! El día menos pensado te echo un mecate al pescuezo.

-Callo, no dig~s eso. Pobre Marcela! Ahora sí. -Otra vex! -Otra vez. -Olral

-Otra ¿Hasta cuándo?

-HClsta nunca! Carmen, yo te adoro! Mírame, mírome como s(lbes hacerlo cuclndo en tus ojos brilla la luz del amor. Carmen, yo estoy loco por tí. ¡Ay de mi suerte si me olvidas!

-Albelto, calma tu pasión, que puedes ser mi fa– tcdidod. Yo no sé por qué presiento que tú me harás desgraciada.

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