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Nos miramos un momena sin decir palobra; después ella baja la vista, su rostro tíñese de rubor, desásese de mis manos y entra precipitadamente en su cuarto. Yo me quedo inmóvil como una estatua. Mi cabeza es Ull

volcán, mi corazón palpita con violencia tal, que oigo sus ICltidos, y todavía siento en r(lis labios el contatfo de lels lindas y suaves manos de mi hechicera prima ... Dirl¡ome a su CUarto y la encuentro llorando.

-Por Dios!, me dice. VMe. Obedezco.

Dime, ¿no es esto una cleclaración? Pela, y Ernes– to? Lo dejará por mí, pues me amo; por mí dejará, si es neceSClrio, el munclo entero. FatuidCld!, exclamarás. No, Carlos, 110 es fatuidad, sino amor: el amor que comprendo, lo veo, y lo siento en mi; y que lo compren– do, lo veo y lo siento el1 Carmen... No te rías, que en mi mente no se abriga la idea e1el matrimonio; esta ca–

laverada no lo haré jamás.

Carlos: el pensamiento de Carmen me persigue a toda hora, en todo lugar. Carmen será mía; mañana se lo diré. Qué? No Clcabo de cletÍlselo con mis besos?

Hasta luego, Carlos.

ALBERTO

VI

Granada Carlos:

Soy el más feliz de los lwmbres...

Anoche... anoche, Carlos, el destino decidió de mi slierte y la de Carmen. -Qué sed!, digo.

~Sed, Alberto?, me pregunta -Si, Carmen.

-Pues beberás agua; yo miSIl1U Í1é a traértela. -No, C'lrmell. ¿Por qué has ele servirme tú? -Porque quiero; ya vuelvo. -Iré contigo, CCfrmel1.

Y voy.

-Bebe, Alberto, que esta agua es muy fresca. Y bebo.

-Gracias, Carmen.

-Quiero saber ~us secretos, me dice. Y bebe el resto del agua que dejo.

-Yo sé tus secretos, Alberto.

Porque no tengo secretos para tí, Carmen. Y sin decirle nada, me acerco a ella, ebrio do amor, la atraigo a mi pecho, beso su frente, sus mejillas, su boca ... Easlos, me trastorno! -Alberto! No.. .!

-Te adoro, Carmen! Carmen, ese anillo! -Cuál?

-Ese de compromiso que Ernesto... -Lo quieres? -No es sólo tuyo.

-No volverás a vérmelo puesto. y so lo quita.

-Carmen! Quiero pagarte lo que dices y haces. Cómo?

-Besándome, Alberto..,

Y soy un loco besando a C<irmen, quien correspon– de a mis caricias con sus caricias..•

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Curios, mi cr.1igo, n,i hermano: Carmen será mio, pues no impunemente so da un beso ...

ALBERTO

VII

Granada Querido Carlos:

Le eligo en la mesa al señor Cura N.: -Quisierel, tio, ir u Guatemala.

-¿O~ros Odl0 afias, sobrino? -No tanto: diez meses.

-Irás, Alberto, cuando Carmen sepo escribir. Es.

toy resuello a que la enseñes ¿En cuánto tiempo apren– deró? En cinco meses? Hoyes 30 do enero, y el 15

do ¡ulio se casará.

-Aprenderá en cuatro meses, señor cura, si es apli– cada, cOl1testo con voz agria. Carmen, continuó, desde mañana clomingo empezaremos.

-Bueno, primo, me contesl'CI Carmen.

y con disimulo me enseiía el dedo en que tenia puesto el cmillo de Ernesto.

Sin embargo, me retiro de la mesa de mal humor. Como! ¿Decir en mis llorbas el señor cura qua Carmen se casará el 15 de ¡ulio? Jamcís! Carmen será mia, pues,

como fe he dicho, no impunemen~e se da un beso...

ALBERTO

VIII

Granadc:r

Querido CCfrlos:

Nacla te he dicho del pasado de Carmen, qUien es, cómo vino a mi casa; menos te he referido có"'o estuvo aquello de qua por poco me dejo echar la cadena del matrimonio; y como es justo que lo sepas, atiéndeme. Cucmdo yo tenía siete alías se presentó 011 mi casa ulla señora con una niñita que comenzaba ti andar. -¿Esta es Carillon?, preguntó mi tío.

-Sí, seÍlar curtl, contastó la señora.

-Bien, haró mi eleber. Mcm:lilla, recibe a esta chi· quita; cuida de ella calno si fuera mi hija y en~4ñala a

lIomCII'ms tío. Alberto, continu6 el reverendo Cura, tra–

la C1 CflTmen como o una hermana. -¿Y tiene mClmita?, pregunté.

-No, Alberto; murió el mismo año que la tuya.

-y papito? -Tampoco. -Como yo!

-No, Alberto; meintras yo viva ustedes no seréln huél fanos.

-¿Y cómo se llamaban?

--La madre, Fernando Gon7.ález, y el paelra, Fran-cisco Flores; pero no preguntes más y vete a enseñarle los ptlimitos. No la riñas.

Ya sabes, pues, quién es Carmen y cómo está aquí.

Ahora te hablaré do lo otro

*

Vote en esto ospejo, Carlos, tú que quieres ir a Pmis.

Fué a mi lIogada a la copital de Francia. Oh, Pa– rís! Eres una trampa para 105 extranjeros.

No sé cuál de mis amigos lanz6 la bola, tal vez

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