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he tenido, al prejuicio que he hecho siempre de que esas alias poslclones engríen y ensorberbecen por lo regular a las personas más de lo debido, y no he querido nunca al aproximarme a ellas, conver±írme en blanco de su soberbia, en piedra de ioque para ensayar conrnlgo los quilates de su pasajera grandeza.

Mi confianza reapareció, sinembargo, al ver la fisonomía del Gene– ral 1viena, ni dura ni fuerie. Recibióme corlésmente y como ya sabía el fin de nlÍ visita, me condujo a un apadamento con butacas blancas y empezó nuestra conversación reservada.

-Hícele presente mi objel:o de publicar estas notas, por tratarse de un asunto de trascendencia en la historia íruima del país. La necesidad de oir la viva voz de los personajes que aciuaron, sus informes y datos: de reconocer sus ideas y tendencias en relación con los hechos; y, si fuere opoduno, alguna intimidad o detalle como causa generadora de ellos.

Oyóme con atención y llevando la conversación a este terreno, -Se puede saber, le dije, en donde nació U. y se leducó y cuál es

su profesión de fé política?

Mi cuna es el pueblo de Nandaime, me eduqué en Granada y per– tenezco al padido conservador.

-Si, pero el padido conservador está o estaba dividido en dos ra– mas: el progresista y el genuino. eA cuál de ellas pertenece U. General?

El General, que se entretenía en leer algunos apuntamientos que yo llevaba relativos al asunto, tosió ligeramente, cambió de- postura en su asiento, hizo corno que no oía y dejó sin cOl1±esiar n1.Í obser'TClción.

interrumpiendo su lectura, le dije con intriga: - Nunca he visto bien marcados los ideales de los partidos políticos de Nicaragua.

Enderezóse y animándose y viéndome con fijeza, contes¡tó:

-Idealesl Propiamenl:e hablando, no hay entre nosotros ideales po– lnieos. El afán de iodo grupo es llegar al poder, apoderarse del Tesoro y robar!

-General, lue autoriza U. para decir esas palabras? -Sí, señor, dígalo U. ¿Porqué no?

y después de un momento de silencio.

-Aseguran -le observé- que le asusta a U. la idea liberal? Me miró corno queriendo penelrar una recóndi±¡;1. iIliención y repu-

so:

La idea, no; los hechos, sí. ¿Porqué lue había de asustar la idea de libertad cuando he luchado tanio en favor de ella?

Pero si los ideales no están bien definidos, repuse ¿en qué se dife– rencian las agrupaciones?

-En su modo de adluinisirar. A mi juicio, el partido conservador adminisira con más honradez.

- Variando el lema e hiriendo de pronio aIra cuestión,

-Sospecha U., le pregunté, el móvil que impulsó al General Esirada para ordenar el arresio de U. en la noche del 8?

Ouedóse un ra±o pensativo y al cabo c:oni:es±ó:

-Iluposible! No podría precisarlo. Solo creo que lo sedujo Man– cada.

-Justamente, y ya que se ha tocado esie punto, encuenl:ro extraño que Moneada haya observado esa conducta. ¿Acaso no se creía obligado con U. por la posición oficial que tenía? La gratitud continué. la gra– ±.i±ud!

No me dejó concluir y vivamenie y con ironía repuso:

¡Gratitud, en polífica! Moncada l:enía ambición de poder e indujo al oiro. Vea U. Antes de n1.Í viaje a Corinto había yo pedido a Mancada, de n1.odo pereniorio, la renuncia de su cadera, porque así lo creía convenien– te a los intereses del país. Cuando yo vuelva -le dije- ya la ha puesto

U. ¿Lo oye bien? Por eso, cuando a mi regreso me fué notificado el arres– to, lo encontré muy lógico, conociendo, como conozco, su espíritu de in– triga.

-y qué impresión produjo en el ánituo de U. el arresto? .

-Acostumbrado como estoy a las sorpresas de la guerra, poca cosa o.grego.

En la ciudad se dijo, General que U. había querido quebrar su revól– ver anies que enl:regarlo al oficial que se lo pedía.

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