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« Previous Page Table of Contents Next Page »A las 5 de la tarde hizo su ehtrada a Granada el General Mena, con ladas las fuerzas que esiaban en Masaya. Su llegada fué anunciada con cinco cañonazos y repiques de Campanas. Fué aclamado por pueblo y ejércilo.
El Coronel Rocha hizo el viaje de Managua a Granada en tres ho– ras y 50 minutos. El caballo era excelente, dice don Hildebrando, no lle– vaba espuelas
I pero las doce leguas las hizo al galope.
("EL COMERCIO" ¡
LOS HOMBRES DEL DRAMA
XIII
EL MINISTRO MENA
Con la natural inquietud que inspiran los poderes fuertes hispano– americanos por no sé qué indeciso peligro que entrañan, así llegué a visi– lar al Ministro de la Guerra General Luis Mena en su residencia del Campo de Maríe.
Inierpuse a un amigo para conseguir esa entrevista. Por lo gene– ral, los honLbres de acción en el poder, me han inspirado siempre instinti–
vo recelo. Sólo recuerdo de tres, a los cuales me acerqué sin pena, por su suavidad: Lisandro Letona, Julián Irías e Isidro Urlecho. Jamás tuvieron para mí gesto de orgullo ni se acordaron de que eran poderosos.
A los Presidentes los he jratado en toda ocasión con huraña esqui– vez. Su magislraiura y el prestigio de su autoridad que los rodea ejercen en mi. ánimo influencia deprimente. Solamente con uno no sentí esa in– fluencia: con el Dador Roberlo Sacasa.
Aldívar me fascinaba con su mirada relampagueanie¡ Figueroa zne imponía con su seriedad y su mutismo. Me presentaron a él en La Liber– tad cuando desocupó San Salvador en 1885. Aquel m.ilifar pálido y mudo, can botas federicas, visitando a caballo las avanzadas, me parecía una es– finge en lucha cruzando silenciosamenle nuestras llanuras. Cárdenas me infundía extraño respeio con la solemnidad de su además y su aire taciiur– no, y si bien Carazo no lastimaba; si su semblanÍe era benévolo, la noti– cia de su astucia lo obligaba a uno a ser con él discreto y prudenie. Saca– sa me atraía por la paternal bondad de su alma, impresión que me pro– ducía también el trato suave y afable de don Pedro Joaquín Chamarra y don Anselmo H. Rivas.
A Zelaya jamás pude saludarlo sin sentir algo así como intranqui– lidad. Me hacía el efecto de una personalidad sinLbólica, hería mi imagi– nación corno un puño de acero levanlado sobre las cabezas de las genies. Recuerdo que cuando fuí a la Comandancia General a leer mi alegato de 2a. Instancia en la defensa de Guandique, Zelaya no bajó al despacho si– tuado en el piso bajo del Campo de Marie y casi sentí alegría. Nos dije– ron que estaba enfermo. Mi alegato era fuerte, hablaba de prevariaciones y atacaba con energía al Consejo de Guerra. Talvez no lo hubiera leído con la debida serenidad frente a frente de aquel hombre todopoderoso cu– yas penefrantes miradas oblícuas, según el decir de un agriculíor, se le metían a éste por los ojos corno dos tirabuzolles de fuego.
A Madriz, por su carácter inteleciual, lo juzgaba corno un colega de letras. Sinembargo, las ires veces que hablé con él duranie su presidencia me dieron la convicción de que lo respetaba más de lo que hubiera creído tratándose de un amigo con quien antaño hablaba largamente de literatu– ra, de las escuelas literarias en boga y del fuerte empuje del espíri±u mo– derno.
He hecho esta breve relación de mi vida para que se fenga somera idea de la psicología de mi naturaleza y del estado de ánimo con que me acerqué al General Luis Mena, el poder más fuerle que existe actualmen– te en Nicaragua después del Presidente de la República.
Pero no se crea que ésta al aparentar timidez o reserva es cobardía. Nada de eso. Frente a frente de un hombre, como hombre, jamás tembló mi corazón. Tal fenómeno ha obedecido seguramente a la obsesión que
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