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« Previous Page Table of Contents Next Page »Las cal~es esfaban inundadas y el agua se precipitaba en las zanjas
y sobre las ratnpas de piedra con rumor sonoro como de canfo, cozno de trueno.
LOS HOMBRES DEL DRAMA
IX
Caía el sol perpendicularmente cuando franqueé los ulTIbrales de la habitación del General Aurelio Es trada.
Es una ·sala znodes±a, estilo español, con ladrillo de barro cocido. El General vigilaba la reparación que hacían unos znecánicos en una caja
v~r±ical automática de música. Es a11o, corpulento y fuerle. Su mirada vi– 'v'ttz y rápida. Usa el pelo al rape.
Al saludarlo, me tendió su ancha mano y nos sentarnos alrededor de una mesa redonda con carpeta de paño rojo.
General, le dije, escribo actualmente apuntes históricos re~átivos al movimiento pOlítico del 8, que publicaré en un libro. Son apuntes..impar– ciales, sin o±ro interés que el de la verdad. Corno U. tuvo padicipación en él, desearía obtener algunas notas personales suyas. ¿Podría darme U. más detalles de los consignados en su adículo "La verdad de los hechos" publicado en "El Comercio"?
Lo que ,allí expuse, me contestó, después de un momento de refle– xión, es la expresión cieda de lo ocurrido entre mi hermano Juan y yo antes y durante los sucesos del 8. No hay exageración¡ es una hisfpria ne– ia y clara de las cosas. Yo no traio de hacer daño a nadie. Soy franco y digo la verdad. Juan es hu hermano y si cuando me llamó para que le
~yudara con mis amigos, me hubiera dicho (pongamos por ejemplo) que me quedara porque corría peligro su vida, con gusto lo hubiera hecho y
en caso dado lo habría defendido personalmente.
, Despuéf:l de largo raio de silencio durante el cual miraba una obra d.,e literatura que estaba sobre la mesa, continuó:
,-A Juan lo engañaron: le faltaron a la palabra: por eso fracasó.
135 grande la corrupción política. Y,9 no quisiera hablar de ella
1 m~ repug–
'na~ , Estoy resuel±o a no metertne más en nada de lo que se refiere a los asuntos públicos. Vivo de mi trab~jo. Siempre he vivido así: Éj~ta cos-tumbre la tengo desde niño. ,,:
-y es ciedo que U. tuvo autoridád de padre sohre sus hermanos ;José Dolores, Juan e Ireneo? ' :,
-Hasta, ese punto no; pero les presté mi apoyo en su infancia. Muy n1nos quedamos huérfanos de padre. Mi madre era Inuy pobre v;yo, que soy el mayor de los varones, apenªs contaba once años. Me de-p,ique a ayudarle parSr sostener la familia y irabajaba como peón con lá coba y la pala componiendo el trayecfo entre Managua y Masaya por donde co– rría la diligencia. Ganaba cincuenta centavos al día que entregaba reli– giosamente a mi madre. Así en la rudeza del trabajo, pasaron los años de mi niñez. Trabajé en el muelle de Managua acarreando sobre mis
hombros la madera de sus chiqueros. Después aprendí el oficio de la car– pintería bajo la dirección de un no;r.l:earnericano, Mr. Simpson, y sentí en– tonces un gran alivio porque el jornal aUIneni6. Cuando Juan e Ireneo crecieron, les enseñé el mismo oficio: José Dolores se dedic6 a la albañi· lería.
_.-Pero en qué colegio estudiaron ustedes después?
-Colegio, exclamó el General con alguna amargura. Colegio! Nos– otros no estuvimos jamás en ninguno No tuvimos dinero con qué pagar– lo ...
A mí me enseñó mi padre los rudimentos de aritmética. José Do– lores, Juan e Ireneo, estudiaron primaria con el maestro Gabriel Mora– les, de quien también fuí discípulo. Eso es todo. Por lo demás, lo poco que sabernos lo debemos a nuestro esfuerzo personal. José Dolores y
Juan, que han sido Presidentes, han leído bastante. Yo tengo la misma pasión. La lectura me encanta: leo y leo siempre y busco con afán las obras de literatura más raras, por costosas que sean. Corno raras en Ni-
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